Fragmentos

Por Delfina Krusemann.

Llegando a San Martín de los Andes

Aguas negras y espesas, impenetrables como un acero de terciopelo que ni el etéreo claro de luna puede atravesar. Las milenarias montañas de plata resisten la vigilia impávidas (¿qué remotos eventos habrán presenciado en su silencio ensordecedor?, ¿cuántos habrán querido ablandar esa roca negra, en un obtuso intento de modelarla como arcilla?). Nada se mueve, todo es arcaico misterio. El Lácar es el famoso lago muerto, pero en las noches de luna llena revuelve el alma, revive el instinto. Transmuta en un espejo que nos devuelve un amargo reflejo. ¿Dónde quedó el hombre de la tierra? Sus pies descalzos y ágiles, su boca húmeda en busca de alimento vital, sus crines enredadas por la danza del movimiento, sus manos como garras que se aferran al ser… La naturaleza nos conmueve con su reclamo: volver a ser uno con ella, entrelazarnos en un éxtasis terrenal que revolucione nuestra percepción. Y estamos a punto de ceder, pero el trayecto no se ha detenido, y nos vuelve a encandilar la modernidad. Tanta roca domesticada, agua aprisionada, flor encastrada, espíritu maniatado… No hay poesía en la lógica de la utilidad, pero nos seduce la ilusión de dominio. Y la compramos. Y nos esclavizamos.

Delfina Krusemann (23)