Por Frederico Bonaldo.
Según Wikipedia,“idiota” tiene origen en los vocablos griegos ἰδιώτης, idiōtēs (persona que carece de capacidad profesional; un ciudadano privado y egoísta, que no se preocupa de los asuntos públicos) y ἴδιος, idios (privado(a); sí mismo(a)). Puesto esto, me pregunto: ¿cuál es el problema de morir como un idiota?
De hecho, esta pregunta es pertinente. Hay personas que carecen completamente de una capacidad profesional porque nacieron o adquirieron alguna patología que las impide irremediablemente de ejercer cualquier profesión. Morir así es, en un cierto sentido, morir idiota, pero no en el sentido primigenio, como intentaré demostrar. Por más doloroso eso pueda llegar a ser para uno, quien muere en una condición de invalidez psicosomática puede, con todo, morir de forma admirable (me viene a la cabeza ahora Terry Schiavo). En efecto, a mi modo de ver, no habría problema alguno en morir como un “idiota” en el referido sentido, puesto que la persona puede realizarse plenamente como ser humano al aceptar sus limitaciones y usar las pocas capacidades de que dispone para poner por obra verdadera hazañas (incluso, en algunos casos, profesionales, por más paradójico que eso pueda parecer –veánse los ejemplos de Leide Moreira, en www.leidemoreira.com.br, y de Luís de Moya, en http://www.luisdemoya.org).
Pero “idiota” en el sentido de ciudadano “privado y egoísta, que no se preocupa de los asuntos públicos” (por públicos se puede entender, en sentido amplio, ajenos) sí me parece el significado originario y preciso del término, que, convengamos, es peyorativo (en las situaciones que antes he mencionado el empleo de tal calificativo me parece bastante equivocado, dado que en ellas lo que no se encuentra absolutamente es egoísmo). El verdadero idiota es aquel que, digamos, da flujo a su egoísmo, volviéndose una persona cada vez más ensimismada, trabada en sus ideas, esquemas mentales y precomprensiones acerca de Dios, el hombre y el mundo. Va perdiendo la capacidad de ser convencido, de dialogar, de arrepentirse, de perdonar. A medida que esto se va cristalizando, la tendencia de esa persona es despreciar los pareceres ajenos, porque no se identifican con los suyos o, si se asemejan, porque no son tan bien formulados como los de ella.
Y es ahora cuando hablo del problema de ser así. El tipo que sólo es él mismo, esto es, un idiota, e insiste en serlo cada vez más, va desarrollando una especie de autismo moral. Quizás todo el mundo sea, en algún grado, idiota, y que nuestra tendencia espontánea sea la de ser crónicamente idiotas. En su máximo nivel, la idiotez empuja al individuo a la comisión de genocidios, ya que la “chusma” estúpida, a su entender, no debe existir. En el siglo XVIII, Fichte –más o menos por este camino– concluyó que había que dar muerte a todo lo que fuera no-yo. En el siglo XX, algunos hombres de Estado tuvieron en sus manos los mecanismos para proceder a la eliminación de sus no-yo. Sí, el idiota, por más ateo que pueda ser, cree en la existencia del infierno: son los otros.
Lo dicho ya es suficiente para considerar la idiotez como un verdadero problema. De otra parte, me parecen muy acertados unos versos de una canción que John Lennon compuso en homenaje a su segundo hijo, Sean: “Life is what happens to you when you’re busy making other plans”. La vida, en efecto, es muchísimo más de lo que pensamos y hacemos, va mucho más allá de lo que uno tiene entendido, planeado o ejecutado. La idiotez es la utopía enfermiza de esperar ser feliz en una existencia aislada, es el ansia imposible de eximirse de las “molestias” ahogadoras que a veces juzgamos que los demás nos producen. En fin de cuentas, es la sombría expectativa –aunque, por momentos, inadmisible– de la aterradora última etapa del vivir: la muerte.
Por el contrario, sólo la paciencia en convivir, sólo el coraje de no ahorrarse los roces con el otro es la actitud segura, la postura razonable durante el tiempo en que nos hallemos en este viejo y aún misterioso planeta, el único sendero para ganarse la felicidad, aunque sea en pedazos. No hay como negar, en definitiva, que el problema no es simplemente morir, sino morir hecho un idiota.
Frederico Bonaldo (31 años)
Profesor de Derecho
fredericobonaldo@yahoo.com.br