Duran, duran: apostillas sociales de un recital de los de ahora

Por Santiago Legarre.

A veces te pasan cosas inverosímiles. Había escrito a Fénix Entertainment Group para pedir un par de entradas y cubrir el recital de Duran Duran para Sed Contra, sin obtener respuesta. El día mismo del evento le pregunto a uno de mis estudiantes si iba a ir —pregunta insólita: ¿por qué habría de ir un joven de 20 a escuchar a una banda trasnochada y ochentosa?—, a lo que contestó que no, pero, también insólitamente, agregó que había escuchado que un compañero suyo —otro de mis estudiantes, y muy generoso— regalaba dos entradas… Así desembarqué un templado viernes de noviembre por la noche en GEBA, pensando que me encontraría con dos o tres nostálgicos más.

Había nostálgicos —la edad promedio, otra vez, alta, sin llegar a ser la mía— pero muchos más que dos o tres, e incluso había una cuanta gente más chica, de la que está acostumbrada a los recitales de los de ahora. Había mucho olor a una hierba que no es el mate. Había un tal Emmanuel Horvilleur que, antes de despedirse del público para dejar paso al plato fuerte, nos aconsejó condescendientemente portarnos bien y disfrutar la velada.

A principio de año, un amigo me explicaba que hoy la gente va a los recitales, no a ver y escuchar a los músicos, sino a verse a sí misma. Anoche pude comprobar que no solo esto es así sino que también los propios músicos van a ver a la gente, y hasta le sacan fotos. Igual que los incontables fanáticos que en lugar de disfrutar del espectáculo se dedican también a sacar fotos con sus celulares o cámaras último modelo, los músicos —y los fanáticos— hoy habrán subido esas fotos (y filmaciones) a su Facebook, su space (My Space) u otras de esas tantas tecnicosas que espero nunca conocer demasiado. Y acaso hoy harán lo que no hicieron anoche: mirar a Duran Duran y escuchar su música; o acaso se volcarán a filmar las pantallas de sus computadoras mientras miran, para después subir la filmación a su Gmailspace. Y así.

Había un caso —¿sería el único?— de consecuencia, coherencia o consistencia absoluta con el nuevo sistema. El tipo se pasó todo el recital (ahora se dice show) de espaldas al escenario mirando al muchacho que tenía en frente suyo y cantándole las canciones. Sí, exacto, eso: no miraba el show sino que bailaba mirándonos a nosotros. Si se hubiera dado vuelta un momento habría reparado en que las pantallas (¡malditas, malditas!) mostraban a la gente bailando —qué otra cosa habrían de mostrar, ése era el show, sobre el escenario había un recital, pero ¿quién había venido a verlo?—.

La confirmación absoluta de la teoría de mi amigodeprincipiodeaño se dio cuando una pini fue subida por su novio sobre sus hombros para bailar juntos, con los pies de él, una de las canciones más coreadas (y la siguiente, y otra). Pensé, ingenuo de mí, pobrecita, ahora le van a tirar alguna piedra, la bajarán a cascotes, se acercarán al galán y le dirán: “Flaco, bajala, que vinimos a ver a Simon Le Bon, la espalda de tu pinina nos tiene sin cuidado” (o palabras más groseras). Pero no, nada, ni una queja, ni civilizada ni menos. La razón, a esta altura, obvia; la teoría, confirmada; mi desilusión, fatal.

Pero me recuperé. Duran, duran estos chicos que están casi tan viejos como mi papá, estos chicos ingleses de Duran Duran. No me acordaba de que tenían tantos hits, canciones que vi nacer en la pantalla de MTV allá en Washington por el año 1985. Después de todo, fueron los reyes del videoclip: “Wild Boys”, “Hungry Like a Wolf”, “The Reflex”, “Rio”, “A View to a Kill” (la canción de una de las James Bond), “Notorius” y —lejos la mejor— “Save a Prayer”. Todas fueron tocadas para emoción de los trasnochados nostálgicos que nos mezclábamos con nuestros hijos, sobrinos, o quienes podrían haberlo sido. Tocadas es un decir, más bien cantadas con voz impecablemente conservada por Simon Le Bon. Voz que canta en el desierto, habría que repetir, porque los instrumentos de sus acompañantes apenas se distinguían en una galaxia lejana del cielo de esa noche azul.

Lo mejor vino al final. A la salida fuimos, con un amigo, los solidarios e inusuales cooperadores de una señora empeñada en que alguien le contestara una encuesta acerca del recital (perdón, del show). Después de un inacabable drill de preguntas inconexas, al inquirirnos a cuál de los siguientes shows (dijo) que se harán próximamente en Bs. As. estaríamos interesados en ir, incluyó a Radiohead en la lista. Conmoción interior. A preparar el corazón para el año que viene. ¡Lo que se viene…!

Santiago Legarre
40 años
Profesor de Comme il faut