De Corazones y Espadas a lo Inesperado…

Daniel Balmaceda, periodista y escritor argentino, presentó en la Feria del libro su nueva obra: Historias inesperadas de la historia argentina. Escribiendo historias, este hombre está pasando paulatinamente a la historia.

Hace 150 años, la calle Cerviño lindaba las extensas tierras de la casona de don Juan Manuel de Rosas en Libertador y Sarmiento. La vida de este prócer y de varios otros fue relatada, de manera muy singular, en las escrituras del periodista Daniel Balmaceda, autor de Espadas y Corazones. Él me había pedido, en un intercambio de mails previo que nos juntáramos en un lugar específico que metaforizó con “soledad, jardín y biblioteca”. Se refería a uno de sus “lugares en el mundo”: una biblioteca con jardín, perdida por nuestra querida Buenos Aires, que también guardaré en secreto para preservar la bendita soledad que en ese jardín lo enamoró.

Sólo diré, acaso en un extraño off the record, que Mariquita Sánchez de Thompson ya frecuentó ese allí antes, aquél jardín… y quizás buscándola es que él vuelve a cada rato. ¿Quién se atreve a decir que no la encuentra, con el éxito que ha tenido hasta el momento con sus publicaciones?

Lo “aburrido” ahora: Balmaceda nació en 1962, se graduó en la Universidad Católica Argentina (UCA) y editó revistas como Noticias, El Gráfico, Aire Libre y La Primera. En televisión, colaboró con PNP (Perdona Nuestro Pecados), fue productor periodístico de Televicio y productor general del documental Dorriarán hoy. Es miembro titular vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores y miembro de la Unión de Cóndores de las Américas.

El personaje que yo conocí en esa charla de café a las cuatro de la tarde fue tanto más distinto de aquellos títulos… Yo le daría mejores honores. Los académicos no hablan de nosotros sino de nuestras acciones académicas. Mis títulos para él, aunque de nada valgan, serían: “amable, humilde, de mirada intensa pero nerviosa y de mucho amor por lo que hace: investigar y dar a conocer nuestra identidad”.

Pensar que sólo nosotros sabíamos de aquél punto de encuentro escondido lo hacía especial. Como si se tratara de alguna reunión clandestina en alguna jabonería memorable que, sostiene el Balmaceda, no fue de Juan Hipólito Vieytes, como enseñan los profesores en las clases de primaria. En su libro, Daniel corrige que el local era en realidad de Nicolás Rodríguez Peña, porque Vieytes se destacaba en administración, pero no en posesión de recursos económicos. Allí, antes de 1810, se reunían nuestros próceres, llamados “revolucionarios”, para organizar las jornadas de mayo.

Algo que se aprende de la historia es su condición cíclica. El tiempo pasa y gira sobre un mismo eje… cambia el contexto, las personas, los lugares… pero las situaciones, las emociones son las mismas. Podría haber habido otro encuentro en este mismo lugar, hace 150 años… sin grabador, ni Daniel Balmaceda, ni tortas, ni verde y rojo en el decorado del local, ni embajada de los Estados Unidos en la vereda de en frente…

Grabo: ¿Quién es Daniel Balmaceda?

“Mirá eso”, me dijo, con gestos eléctricos, señalando dos botellas de vino que dejó ante mí al entrar, con el nombre Espadas y Corazones grabado en la etiqueta. Se las había mandado su madre, desde Mendoza, y decidió traerlas como regalo. Un recuerdazo.

Daniel Balmaceda es un periodista que trabajó en televisión y también radio y al que le gusta la historia desde siempre, pero se dedica a analizarla desde un punto de vista periodístico.

¿Qué es lo que más le gusta de la historia a Daniel Balmaceda?

En realidad lo primero que me gustó fue la época más romántica: la de las luchas por la independencia. Después me entusiasmé con el Centenario. Pero mi mayor conocimiento, en síntesis, es la historia argentina desde Solís en el Río de la Plata, hasta la década del ’30. Si me preguntás del Peronismo en adelante, no sé nada. O mejor dicho, sé lo básico…

A partir de ahí te completan otros…

Sí. Y, en realidad, lo que pasa es que siento muy cerca la parte peronista de la historia. La vivieron mis abuelos, los escuché hablar a ellos de esos temas, y no logro la independencia necesaria para redactar con objetividad.

¿Qué opinás de otros escritores que se dedican a esa parte de la historia, de ésos que te “completan”?

Hay muchos historiadores que hacen lo que se denomina “revisionismo”. Es una forma de abordar la historia saliendo de los cánones clásicos, los que aprendimos en el colegio. Pero se confunden un montón de cosas. Por empezar, parece ser que el revisionismo tiene que contradecir esa historia que aprendimos, la “oficial”, cuando en realidad debería complementarla. En nombre del revisionismo, muchos aprovechan la historia para convertirse en jueces. En realidad es muy difícil porque los historiadores no estamos para juzgar muertos o lo que hicieron nuestros antepasados. ¿Por qué? Porque ellos tenían otros valores. Jamás entenderíamos su realidad si la viéramos con los anteojos del hoy. Haciendo este tipo de revisionismo es que se cometen errores: creer que podemos juzgar a los próceres con la misma vara con la juzgaríamos a un funcionario actual.

No podemos juzgar a nadie, ¿verdad Daniel?

No. Apenas podemos juzgar a nuestros contemporáneos, y con limitaciones, porque estamos en su misma época. Podemos juzgar a través del voto, una carta de lectores… y no mucho más.

¿Escribiste cartas de lectores? ¿Sobre qué?

Sí. Sobre todo en temas que requieren cierto tipo de corrección, o aclaración a comentarios hechos en los medios, sin sustento. En general es por temas de historia y no por temas que me involucren. Al ejercer el periodismo y sobre todo el escrito, evito las cartas de lectores. Ese espacio es, como bien lo indica el nombre, para lectores, que no tienen acceso a los medios de otra manera. Recuerdo algunos blogs, en donde se arman debates de trabajo sobre esta nueva corriente de historiadores… si recibo algún comentario negativo sobre mi trabajo, trato de evitar una respuesta. Por otro lado, ni los blogs ni las cartas de lectores me parecen el ámbito en donde yo tenga que discutir.

(Pensé en el título de su primer libro “Espadas y corazones…”. Recordé una de las “Clases con Mariano Grondona” en la que presencié, sólo gracias a una amiga, el nacimiento del libro La Logia de Cádiz, de Jorge Fernández Díaz, escritor y periodista igual que Daniel Balmaceda. En la clase, Mariano comentó el libro y habló del “santo de la espada”, mejor conocido como Don José de San Martín, o el Libertador. Los tres, de algún modo divino y personal, unieron dos cosas: corazones y espadas…)

De tu primer libro, Espadas y corazones, ¿cuál fue la anécdota que más te gustó y cuál la que más te identificó?

Me gustó mucho la fuga de un grupo de unitarios desde Buenos Aires, rumbo a Uruguay, en la época de Rosas. Uno de los principales, Antonio Somellera, pasó varios días escondido en San Isidro. Lo de la fuga fue muy cinematográfico, y fracasó: se fugaron todos sus compañeros menos él, que volvió sólo a Buenos Aires caminando desde San Isidro luego de dos o tres semanas de estar escondido. Finalmente lo logró, por San Telmo, en un barco en el que le pasaron un par de cosas muy extrañas, y llegó a Uruguay. Una historia de las más largas que tiene Espadas y Corazones.

¿Te identificás con los unitarios?

No. Me parece que en esta época los unitarios están peor vistos que los federales. Pero esos juicios dependen de la época…

¿Vos qué hubieras sido?

Unitario.

¿Por qué?

Porque el tipo de ideas que pregonaban en ese tiempo seguramente me hubieran enganchado. Las ideas de centralizar el comercio, porteño al fin; no permitir que asome el caudillaje. Después descubrí que los unitarios no han sido ángeles y los federales demonios, pero en esa época habría pensado que los unitarios eran los “buenos”.

Qué gracioso que menciones “ángeles” y “demonios”: hoy pensé que tus siglas eran iguales a las de Dan Brown… tomálo como una digresión… perdón.

Sí, lo único que tengo parecido con él son las siglas, porque a él sí le va muy bien con lo que hace…

¡A vos también, che!

Sí, sí, pero a él le va mejor…

Yo te cuento el secreto, si querés: es porque es del primer mundo, como la embajada que tenemos aquí en frente…

Sí (sonríe con complicidad), es probable…

Se lo debemos a nuestro pasado, justamente… el que te gusta tanto.

También es probable. Y ya que hablaste de “Ángeles y demonios”, lo bueno que es que permite recrear la historia, transformándose en ventana al pasado. Es una situación bastante compleja porque, en realidad, si me dieran a elegir una profesión, sería la de viajero por el tiempo. No escribir. Nada más que viajar por el tiempo…

Pregunta inevitable: si pudieras hacerlo, ¿qué cambiarías de la historia?

Creo que es muy difícil cambiar la historia. Inclusive, suponiendo que viva en el año 2080, con más tecnología. Para que se dé cada situación, concurren sutilezas muy complejas… Cleopatra, con su nariz…

“Cleopatra, con su nariz”… ¿qué es eso? ¡Me mató! (Risas)

Sí, fijáte lo importante que es una nariz: se dice que justamente Cleopatra tenía una nariz tan atractiva que conquistó con ella a… (Vacila. Observa la ventana.)

¿Alejandro Magno?

No… a Julio César. Ella era descendiente de los macedonios, como Alejandro Magno. Era macedonia descendiente de los primeros conquistadores.

¡Ay, perdón! ¡Qué poca cultura!

A quien conquistó es a Julio César, a los romanos. Y es verdad. Si alguien se hubiera cruzado en el camino…

Dicen que no era muy linda igual, eh…

¿Cleopatra? ¡No, al contrario! Lo que hizo el cine fue transformarla en egipcia, algo que nunca fue. Cleopatra pertenece a la rama de los macedonios, vecinos de los griegos, que llegaron a Egipto con Alejandro Magno. Los macedonios tomaron el poder en Egipto, durante años, y toda la rama que gobernó fue la de los macedonios, hombres muy rubios… Por eso las Cleopatras morochas no tienen en general mucho que ver con lo que fue la verdadera.

¡Aguanten las morochas!

Bueno, no es el caso de Cleopatra.

Habló el rubio… (Risas: Daniel es morocho, de tez recia y oscura y de ojos nogal.)

Todo esto estético antes era muy diferente alrededor de 1912. Por ejemplo, hace 100 años, o hace 150, una mujer muy delgada no era atractiva…

Sí, algo había escuchado… la consideraban enferma, incluso. 

Se consideraba atractiva una mujer con muchas caderas. Era una mujer fértil, que tendría muchos hijos. Los concursos de las reinas de las localidades de 1912, 1915, son mujeres que no nos resultarían atractivas hoy estéticamente. También era diferente con los hombres… acá, Mariano Necochea o Bernardo Monteagudo eran dos ejemplos de hombres muy atractivos para las mujeres. Ambos morochos. Hay relatos que cuentan que las chicas iban a misa de La Merced, asistida por Bernardo Monteagudo, sólo para verlo. Y había también hombres rubios, muy atractivos, como Lavalle.

Recuerdo que Felicitas Guerrero, reconocida como “la mujer más bella de la República” tenía una especie de camafeo en la tapa del libro que escribió una colega suya, Ana María Cabrera. Yo lo vi. Leí el libro, pero la mujer del retrato era horrible… 

Claro, con Felicitas ya existían las fotografías. Se puede saber exactamente cómo era, y encantaba a los hombres, les fascinaba. Dolores Costa es otro ejemplo: la mujer de Urquiza era muy atractiva para la época, pero hoy no lo sería.

No entraría en los estándares actuales que vemos en Gente…

(Risas) Exacto. De hecho: 1912, ya que mencioné el año… un inglés inventó un aparato que llamaba calómetro, para medir la belleza. Te ponía el aparato en la cara, tomaba tus medidas y establecía tu grado de belleza. Algo que, por supuesto, no tenía ningún sentido porque la belleza no va con las matemáticas…

La belleza está en la mirada. Otra pregunta: si hubieras sido prócer, ¿qué anécdota, de ésas que vos sólo encontrás, no te hubiera gustado que se publique…? O sea, ¿por qué matarías a Daniel Balmaceda?

Yo creo que, en general, como trato más con los descendientes, el tema ya pasó, ya los lectores lo toman de otra manera. Pero, por ejemplo, no me gustaría que se comente que yo, Carlos María de Alvear, fui a negociar la incorporación de Tarija al territorio argentino (hoy Tarija pertenece a Bolivia) y se descubriera que, en esa misión diplomática representando a mi país, me trepé a un convento para tener una conquista con una monjita…

¡Pobre monjita!

A vos no te gustaría ser la monjita… y a mí tampoco Alvear…

A mano. Y otra pregunta, también medio “cliché”, pero la voy a hacer igual: si tuvieras que encontrar una muy buena comparación con nuestro “presidente” actual, ¿cuál sería?

No, en realidad es muy difícil encontrar presidentes iguales. Lo que sí tenés es semejanzas. Por ejemplo, en Kirchner, yo reconocía cierta desprolijidad en actitudes: es distraído, se da golpes, es atolondrado… como Sarmiento. Y, en realidad, en sus formas de pensar, son opuestos… El fanatismo por los deportes de Menem está vinculado a Marcelo T. de Alvear: corredor de autos, de bicicleta, esgrimista, tirador… Y así como le incriminaban a Menem ser yeta, también a Figueroa Alcorta le decían que, adónde iba, algo pasaba. En realidad, lo que encuentro son esas pequeñas cosas. Cada uno conservó su individualidad de persona pero con esas similitudes anecdóticas. Alfonsín tenía actitudes de Roque Sáez Peña. Y Roque Sáez Peña no era alguien que se llevara con los radicales de su tiempo, ¿no?

En general, cuando uno escribe historia, está esa típica dicotomía al redactar entre dar rienda suelta a la literatura o sostenerse firme en la información pura; muchas veces pasa que los escritores se van demasiado para un lado, o para el otro, vos, ¿hacia dónde tirás más? 

Bueno, me ha pasado, al visitar algunas librerías, ver mis libros en el stand de Novela Histórica. En realidad soy incapaz de escribir una novela histórica porque no tengo ese talento. Yo logro recrear situaciones, pero basado en hechos reales, no con la imaginación.

Creo que tu estilo es periodístico…

En realidad creo que, a pesar de todo, la novela histórica es un gran camino hacia la historia. En definitiva, todos hacemos lo mismo: tratamos de encontrar nuevas puertas hacia el conocimiento del pasado. Algunos con programas de televisión, otros a través de la radio, otros con películas, otros con libros. Es buscar que la historia te parezca más amable, más amena, y que te sientas cómodo para, en un terreno menos incómodo, ya sí adentrarse en los grandes autores. En esos libros que en un principio diría: “No, no me animo”. La novela histórica es una de esas tantas entradas.

Y la última pregunta, mi clásica: ¿qué le preguntarías a Daniel Balmaceda?

Emmm… Si siempre se dedicaría a la historia argentina, teniendo en cuenta que se nutre del exterior, de los argentinos en el exterior, de las inmigraciones… las migraciones, mejor dicho.

Conteste, entonces…

No, creo que en algún momento, si encuentro el entusiasmo en temas de historia universal, probablemente, avanzaría… Supongo que en algún momento se va a dar, porque va por decantación.

Soledad D’Agostino
Estudiante de Comunicación Social
22 años