Por Dolores Carbajal.
La vida es una gran guerra de intereses. La mayoría de los actos humanos, casi todos (para guardar cierta esperanza), están movidos por algún interés. El interés es algo así como un instinto, pero más específico e individualista. El hombre camina porque le interesa llegar a algún lado. Corre, porque le interesa llegar más rápido. Trabaja, porque le interesa ganar dinero. Se casa, porque le interesa tener a alguien a su lado… Quisiera pensar que le queda algún tiempo para acciones desinteresadas, pero mi experiencia basta para saber que algunas personas no logran concebir la idea de hacer algo sin recibir nada a cambio. El concepto de “sólo por solidaridad”, no se entiende.
Y así, cada noche (no todas), dormimos porque nos interesa poder, al día siguiente, seguir persiguiendo intereses. Claro. Eso nos motiva. (Se exceptúan los desmotivados que, por lo general, se suicidan por desinterés o demasiado interés)
Generalmente, nuestros intereses se contraponen. Dos personas se aferran al picaporte de una puerta, a cada lado. Una quiere entrar y la otra quiere salir. Ambos empujan. Así, en un gran absurdo, ambos empujan hacia sentidos contrarios. Ninguno podrá abrir la puerta. A menos que… uno de los dos ceda. Eso es difícil, y rara vez ocurre.
En este caso, si la puerta se abriese, sin importar hacia qué dirección, ambos podrían atravesarla. Sería un caso afortunado. En otras ocasiones, uno de los intereses se satisface y el otro no.
Si hay que comprar un helado y al sujeto A le gusta el de dulce de leche y al sujeto B, en cambio, el de menta granizada, sucederá que uno logrará su propósito y el otro no, a menos que tengan dinero suficiente para comprar dos helados. En tal caso, no necesitarán compartir (otro fenómeno de alta complejidad); o pedirán mitad de uno y mitad del otro. Es una posibilidad comprensiva que adoptan industrias como la heladera y la pizzera, a diferencia de la televisiva, hasta el día en que, en una misma TV, puedan mirarse dos canales simultáneamente.
Sucede también algo positivo: que dos personas tengan un mismo interés. Así ocurre cuando dos personas desean tener/adoptar hijos y, siendo hombre y mujer (ahora en algunos países no necesariamente), lo logran.
Pero tener un interés común también puede ser negativo. Dos amigos van a una fiesta con el interés de ver a una mujer. La misma mujer. Esta situación puede acabar de diversas maneras. Puede que la chica se quede con alguno de los dos, y que se produzca una pelea entre ellos. Puede que no se interese por ninguno de los dos, y que ambos queden técnicamente «de cara» y compartan ese sentimiento que ahora, además de la amistad, los unirá. O puede que decidan compartir la chica (compartir es un fenómeno complicado, pero tratándose de hombres, todo es simple). Sin embargo, las mujeres somos más honradas: la chica no aceptaría algo así y nos regresa al concepto de «quedar de cara» que ambos amigos compartirían.
Concluyo por tomar conciencia de que allí afuera, día a día, nuestros intereses libran una guerra sin fin. La guerra durará hasta que todos nosotros demos un lugar a la solidaridad y el desinterés en nuestros corazones. El día que toda la industria televisiva divida la pantalla en dos.
Dolores Carbajal
Estudiante
16 años