Por Damián Carbone.
¡Cuántas veces cuestionamos elecciones pasadas considerándolas infructuosas o decepcionantes! Tratamos de encontrar respuestas, atribuimos directa o indirectamente culpas, renegamos de la inexperiencia, regañamos del Destino, de Dios, de la Suerte pero, al fin y al cabo, el proceso de reproche nunca termina, o ¿si?
¿Qué es lo que realmente perseguimos resignificando decisiones? ¿Será acaso para castigar nuestro proyecto de vida? ¿O tal vez un mecanismo para no dar muerte a un pasado que insiste en pervivir?
El presente nunca es el deseado, y todos apuntan a una felicidad efímera. Las experiencias particulares nos indican que (desgraciadamente —o quizás no, quién sabe) no todos materializan sus aspiraciones en cuanto al trabajo, a las relaciones de pareja, adquisición de bienes, etc.
¿Qué es lo que no alcanza? ¿Qué subyace tras este reclamo de plenitud? ¿Buscamos disfrazar una apariencia o peregrinamos en búsqueda hacia la ansiada completud?
Nuestra existencia —sujeta al tiempo— demanda perfección en cada momento. Demanda lucidez y no equivocación. El problema gira en torno a qué consideramos errado y qué lúcido. ¡Vaya enigma!
Los errores nos constituyen. Son pieza indiscreta que nunca podrá ser ensamblada del todo en este rompecabezas llamado vida.
Damián Carbone (21)
Estudiante de Derecho
damianc_87@hotmail.com