Somos

Por Clara Mastronardi.

Abrimos los ojos por la mañana. Otra vez lunes, otra vez volver a comenzar. Hacemos aquello que debemos; ¡cuán lejos quedó el fin de semana! Ya es martes,  cumplimos con nuestros deberes, alguna visita a un amigo o un pariente y regresamos a casa. Miércoles, mitad de semana, trámites en el centro al mediodía y volver a trabajar. Luego nos despertamos un jueves con esperanzas de viernes, pero no lo es, y tironeamos el día pensando qué va a ser del fin de semana. ¡Llegó el último día! Objetivo cumplido, terminamos la semana  y nos esperan dos días lejos del descanso y tranquilidad. El trajín social nos absorbe y nos involucramos en todo tipo de actividades y salidas. ¿Nos hemos convertido en autómatas? Hemos perdido el gusto por la espontaneidad, por el silencio y los encuentros casuales. Estamos cegados por las obligaciones que circundan nuestra vida y no nos permiten saborearla.

¿Cuántas veces se nos han presentado situaciones de improvisto por nuestras narices y no hemos sido capaces de verlas? No es fácil romper con un esquema mental, con una rutina o un calendario. Muchas veces arreglamos la agenda antes de que comience la semana y hacemos la lista de los quehaceres del día para que nada imprevisto irrumpa o desorganice nuestros planes. Hay que animarse a  realizar un acto espontáneo, dar un primer paso y  hacerle caso a la sangre caliente que corre por la venas y nos grita: «Hacelo». Poder animarse a cambiar, a ser diferentes y a tomar decisiones por más alocadas que parezcan. Ser conscientes de que los instintos nos hacen seres humanos y los impulsos, seres humanos con capacidad para equivocarse. Equivocarse es aprender y es crecer. Equivocarse es poder remediar y seguir adelante.

Debemos darnos la oportunidad de conocernos. Debemos pasar tiempo con nosotros mismos para entendernos y sentirnos, para luego recién poder ver qué y quienes nos rodean y comprenderlos. Es necesario que le demos valor al silencio y a los momentos a solas. El ruido nos aísla de nuestro interior y nos abruma; no nos permite indagarnos y vernos cómo somos, ver qué queremos y cómo lo queremos. Ruido es sonido molesto tanto externo como interno; el ruido tapa, el ruido acumula, el ruido esconde. Debemos barrerlo de la superficie para llegar poco a poco al centro, apreciarnos y dejar de ser espectadores para comenzar a ser protagonistas.

Protagonistas que se hacen preguntas, que se permiten dudar y de a poco llegarán a entenderse. No estamos solos; la vida es una pasarela donde minuto a minuto desfilan aquellas personas que la marcan. Cada individuo que pasa por nuestro camino nos define y nos moldea. Nos deja un comienzo, un incentivo, una herida, un final, una cicatriz, una sonrisa o una decepción. Todos enseñamos y aprendemos, damos y recibimos. Somos eslabones de la misma cadena en la que nos vamos moviendo y entrelazando entre sí. Muchas veces las personas más inesperadas son aquellas que nos dejan grandes enseñanzas; abramos nuestro corazón a las distintas edades, culturas, clases sociales y religiones. Sepamos ver quiénes tenemos alrededor.

No hay nada más hermoso en la vida que la vida misma, que nos sorprende y nos toca la puerta todos los días. Nos alegra y nos entristece. Nos pega una bofetada y luego nos levanta del piso. Nos da la mano, nos abraza y nos empuja. Nosotros somos vida.

Caminamos, corremos y saltamos. Damos vueltas, miramos para atrás y frenamos. Echamos un vistazo hacia adelante, hacia lo que nos espera, y volvemos a arrancar. Recorremos la vida, la transitamos, la pisamos dejando huellas imborrables. Somos seres que vivimos, que sentimos y respiramos. Somos átomos, que hacen moléculas, que hacen partículas, que hacen órganos, que forman un cuerpo. Somos personas que permaneceremos en otras. Somos.

Clara Mastronardi (22)
Estudiante
claramastronardi@hotmail.com