Por Santiago Legarre.
Dicen que en Suiza, y en otros sitios por el estilo, hay o había unos colegios muy particulares llamados “finishing schools”. En los mismos (como dirían algunos abogados, con galicismo reprobable) se pulía a los jóvenes acomodados, egresados de los mejores colegios de Inglaterra y de otros países notables, de modo que llegaran en un estado presentable a la Universidad. En otras palabras, se los “terminaba”, en lo que a sus formas se refería, y de ahí el nombre de los dichos colegios.
Muriel Spark, la visionaria autora de The Prime of Miss Jean Brodie —la célebre novela de 1961 que Maggie Smith encarnó en el cine, ganando un Óscar—, dedicó el libro que resultó ser su último a explorar la vida en uno de esos colegios. Lo tituló, acordemente, The Finishing School y, si bien se trata de una historia ficticia, permite entrever aspectos interesantes de la realidad retratada, como siempre pasa con las novelas.
Los estudiantes en este finishing school suizo tienen, entre otras materias, una de lo más exótica, titulada “Comme il faut”. La expresión francesa no es del todo ajena a nuestro uso castellano y más de una persona culta, sobre todo, si está algo entrada en años, entiende fácilmente qué significa que una determinada actitud de alguien es (o no es) comme il faut; o que, lisamente, una determinada persona es (o no es) comme il faut.
El comme il faut es alevosamente parodiado en la novela de Muriel Spark, por razones que no vienen al caso y que guardan relación con el modo en que es enseñado. La inclusión de esa materia en el colegio ficticio me sirve como excusa para reflexionar someramente acerca del comme il faut en sí mismo, acerca de su enseñanza en el sistema educativo argentino y acerca del triste vacío de good manners que experimentamos actualmente.
Tal vez convenga una rápida descripción de los contenidos del comme il faut. Por un lado, está el comme il faut pequeño, que es el más conocido, al menos en los papeles. Aquí se enseñan buenos modales en la mesa (cómo agarrar los cubiertos), actitudes apropiadas en el transporte público (dejar el asiento a quien corresponde) y normas elementales sobre el vestido (no hacer exhibicionismo en la calle), por poner algunos ejemplos.
Hoy en día, el comme il faut pequeño debe incluir criterios sobre el uso de la tecnología y de los nuevos medios de comunicación: cuándo y para qué mandar un mensaje de texto; cuándo y por qué conviene, en cambio, hablar; cuál es una sana disciplina en el uso del correo electrónico y de Internet, de modo que no devoren la vida del usuario; por qué no conviene reenviar a otros ciertos mensajes.
El empleo de celulares, blackberrys y todo tipo de etcéteras durante reuniones (de trabajo, sociales) y en lugares públicos (colectivos, trenes) también tendrá, obviamente, un lugar destacado. Hace poco, en un trayecto corto de ómnibus, me enteré de todas las razones por las que una persona que estaba sentada a cinco metros de mí decidió separarse de su cónyuge —al mismo tiempo que se enteraba el cónyuge mismo, del otro lado del tubo, adonde seguro también llegaban los gritos—.
Por supuesto, el uso razonable de cámaras digitales y filmadoras en ceremonias de todo tipo constituirá un capítulo significativo de esta materia. Últimamente las Iglesias se han convertido en museos y las juras en concursos fotográficos.
Dos palabras sobre el comme il faut grande. Aquí se tratan cuestiones más profundas como la puntualidad, el agradecimiento y el perdón. El modo en que se vive la puntualidad ilustra de manera sobresaliente el temple de una persona. Y de un pueblo. En ciertas partes del mundo la puntualidad consiste en llegar cinco minutos antes. En la Argentina, la puntualidad… Mejor no escribir más hoy sobre la puntualidad, para no distraernos del asunto convocante.
Es de bien nacido ser agradecido. Pero la virtud de dar gracias no es un regalo de cuna. El comme il faut la enseña: a quién agradecer (padres, maestros); cuándo agradecer (a veces conviene esperar, para evitar suspicacias); cómo agradecer (regalos, llamados al día siguiente de un agasajo).
El perdón es el capítulo más difícil del comme il faut grande. Tiene dos caras. Por un lado, hay que enseñar a pedir perdón. Y acá nuevamente son relevantes las preguntas de siempre: ¿cuándo? (¿enseguida?, ¿luego de un tiempo?); ¿cómo? (¿por mail, por teléfono, personalmente?). Y la otra cara, la más difícil: perdonar al que ofende. Aquí también surgen otras preguntas tales como: ¿y si el que ofende no pide perdón?; ¿y si ni siquiera está arrepentido?
En fin, se ve que el comme il faut tiene contenidos ambiciosos e importantes. Antes (¿antes cuándo?; difícil saberlo a ciencia cierta, pero antes al fin), estos contenidos se enseñaban en casa. Hoy no tanto o casi nada, en muchos casos. Entonces, me pregunto: ¿no convendrá acaso intentar instalarlos, al menos en parte, en el colegio y en la universidad, como ejemplifica The Finishing School? Obviamente, la tarea es y será difícil pues, si por hipótesis en casa no pasa nada, parece casi inconcebible que pase algo en las instituciones educativas. Sería como construir algo con nada. De todos modos, alguna pequeña experiencia aislada, que florece aquí y allá, ofrece un motivo de esperanza e invita a pensar el asunto una vez más.
Santiago Legarre (43)
Profesor del Taller de Escritura