Por Santiago Legarre.
El año 2010 leí 14 novelas, igual que en 2008 y 2009. En 2011 fueron menos: 11: 5 en inglés, 4 en castellano, 1 en francés, 1 en italiano. De los 11 libros, 4 son obras mayores (en tamaño) y 7, obras menores (ídem). De los autores leídos en los últimos años, 4 fueron visitados nuevamente en 2011, y vaya que lo merecen: Dumas, Tolstoi, Shaw y Galdós.
Comencé, en las vacaciones, con una obra magna: I promessi sposi, el clásico de Manzoni que todo estudiante italiano debe leer en el liceo. Tanto va el cántaro a la fuente… Tanto había oído hablar de Los novios (en la Dante, en mi casa, en Italia), que le llegó el turno. Lengua italiana de alto nivel, y muy anticuada (y difícil), para una trama insuperable en su visión sobrenatural de historias inverosímiles que están en función de verdades más trascendentes. Un libro atrapante, que requiere, sin embargo, paciencia, dados sus muchos baches argumentativos y digresiones descriptivas. Las primeras 200 páginas, en todo caso, son un tren exprés. Guardaré para siempre en mi corazón la entrega de lo mejor, por parte de Lucía, y la generosidad de Renzo para con los mendigos que representan la providencia.
Seguí con un corto, fiel a mi costumbre predominante de alternar largos con cortos: Labels, un libro de viajes de Evelyn Waugh (uno de los varios que tiene). Fue una sorpresa increíble encontrarme con sus relatos sobre Israel e Italia. Este año 2011 fui tras sus pasos por esas tierras, nuevamente. La pequeña obra tiene una chispa notable, salpicada de un sentido del humor fuerte pero apenas insinuado: hay que adivinar e inferir si se quiere entender el chiste. Algún que otro sacerdote no queda muy bien parado, quizás porque fue escrito antes de la conversión del autor. La vida sexual del viajero es una constante aunque, a tono con aquellos años, todas las barbaridades están presentadas con discreción y delicadeza. Me quedo con el recuerdo de un Evelyn joven y pobre que, desde un crucero rumbo a Chipre, le escribe simultáneamente a dos hoteles diciéndoles que si lo alojan gratis escribe una reseña favorable sobre su establecimiento. Pequeño delincuente…
Otro corto, para tomar envión; otra recomendación de una alumna (Luisa Morgan): Cinco panes de cebada, de la navarrense contemporánea Lucía Baquedano. Uno de esos libros que se leen de un tirón: un tobogán imparable. El contenido, sencillo, pero no ingenuo, ayuda a replantear la dedicación a la enseñanza como elección de vida. Una lectura ideal para el Taller de Escritura, en el cual fue un éxito este año.
Les Trois Mousquataires… ¡qué novela, por Dios! ¿Cómo algo puede ser a la vez tan liviano y tan serio? Liviandad tan lograda como la de este libro nunca la he visto. Tiene un estilo one-off. La seriedad, en cambio, recuerda algunos pasajes de El Conde de Montecristo. Pero quien lee los dos libros no puede menos que preguntarse, junto con toda la literatura barata y no tanto que ha despedazado la autoría original de Alejandro Dumas, si realmente fueron escritos por la misma pluma. Guardo como un puñal en el corazón la maldad de Milady y la fragilidad de los fuertes, que me llevaron a escribir un artículo alusivo en el diario.
Nunca está de más una obra de teatro y para eso nada mejor que el gran Shaw. The Devil’s Advocate llegó a mis manos casi por casualidad, cuando una estudiante entrerriana me lo prestó para intentar convencerme de que lo incluyera entre los textos que asigno en el Taller de Escritura. La intención fallida no impidió que quedara atrapado, igual que el año pasado, por la trama de la mejor obra de GBS que he leído hasta el presente. Guardo la sensación de no poder abandonar un libro hasta por fin acabarlo.
Otra vez me tocó Javier Marías. Descubrí en la Feria del Libro su último, Los Enamoramientos, y no pude resistir la tentación (ni el regalo de mi amigo Gastón, que viene una vez al año de Chillar, cerca de Azul, para asistir a la Feria). Desde su trilogía Tu Rostro Mañana (2002-2007) que Marías no escribía una novela. Al leer aquella, pensé que era su mejor. Ahora pienso que tal vez lo sea Enamoramientos. La prosa me gusta menos que la de sus libros más importantes, pero el contenido cada vez se vuelve más potable, siempre dentro de un cinismo ligeramente siniestro, que lo hace compatible con las peores intuiciones de una persona normal. Me quedo con su rescate de la cotidianeidad como la ocasión propicia y hasta inescapable del enamoramiento (y viceversa: para desenamorarse hay que sacar al otro de la cotidianeidad).
La obra suma de este año 2011 fue La Guerra y la Paz, a la cual llegué con grandes expectativas y con la ilusión de volver a leer al autor de Anna Karenina, la novela que más me ha gustado de los últimos años. War and Peace —otra traducción brillante de Constance Garnett: ¡qué personalidad!— superó las expectativas, aunque en poco se parece a AK. Diría que War and Peace es como el Karamazov de Tolstoi: los dos son un compendio de sabiduría desperdigada a lo largo de una historia apasionante pero llena de baches. Es impresionantemente largo. E impresionante merecedor de lectura. Comentario aparte merece la descripción de la adrenalina bélica, encarnada sobre todo en Rostov. Me lleva a la conclusión de que vivir la guerra era una opción y hoy ya no lo es. Me quedo con Natasha, que se roba todo con su pelo negro, su ingenuidad, su caída y su redención.
El Sí de las niñas, otra obra de teatro, un clásico español más para la bolsa, aunque esta vez un poco más antiguo que mis habituales lecturas decimonónicas. Me encontré con muchas personas de la edad de mi madre que lo leyeron para el colegio. Me resultó una lectura difícil, con un lenguaje bastante arcaico. Sin embargo, cuando las papas queman y el nudo de la historia va arribando, el libro se convierte en un manojo de enseñanzas entrañables y profundas.
No podía pasar el 2011 sin un clásico español del siglo XIX. Así me lo pide el Taller de Escritura de la UCA, y en parte para soportar esta dulce exigencia es que lo he pergeñado. Esta vez fue el turno de Benito Pérez Galdós y de Misericordia, la quinta novela suya que desfila frente a mi vista (luego de Fortunata y Jacinta, Marianela, Trafalgar y Miau). Pensar que todavía me quedan unas 70. Misericordia se encuentra en el segmento superior de mi breve lista, con una combinación inaudita entre sentido del humor y dramatismo, al servicio de la descripción del mundo de la gente de la calle. Me quedo con el vocabulario inaudito de Almudena, el enamoradizo viejo árabe que se la pasa diciendo “tigo” y “migo”.
Juan José Salinas me prestó una novela corta de William Saroyan, que él nunca volvió a ver y yo nunca pude terminar. Quedó en manos de un amigo en común —un importante profesor de Oxford— que creyó que yo se la había regalado y las circunstancias tornaron conveniente no sacarlo del engaño. The Human Comedy es una pequeña delicia… cuyo final desconozco por ahora. Espero reponerlo pronto.
Vanity Fair no es propiamente una novela sino más bien un gran ensayo de crítica social. O eso pensaba cuando empecé a leerlo. Con el correr de la trama, sin embargo, la vida de la seudoheroína, Becky Sharp, se metió tanto en mi vida, que no podía parar de avanzar para vislumbrar dónde acababan sus maquiavélicas andanzas. La historia de esta trepadora inescrupulosa se va enhebrando con exquisitas observaciones sobre la hipocresía y la vanidad como supuestos motores de la vida comunitaria. La voz del narrador tiene una singularidad única. Me quedo con la plausible condena de los tríos románticos, en las antípodas de la saga Crepúsculo.
Hasta el próximo año…
Santiago Legarre (43)
Lector