Por Enrique Cadenas (h).
Si hay algo que –en palabras de Saint Exuperý- es hoy más que nunca “esencial pero invisible a los ojos” es la dependencia tecnológica a la cual silenciosa y obedientemente nos sometemos diario.
Cada instante de nuestra vida está marcado por el compás de la tecnología: tomamos el agua que es extraída por medio de bombas, cocinamos con microondas, nos comunicamos casi exclusivamente por medio de la web o del teléfono, utilizamos medios de transporte para llegar a nuestros trabajos, guardamos los ahorros de nuestras vidas en la computadora de un banco, usamos la computadora para trabajar (muchos trabajamos casi exclusivamente con ella), y la lista de ejemplos podría seguir.
Hace poco tiempo, la falla de un transformador del barrio dejó a mi familia —y a muchas otras— sin energía durante un fin de semana entero. Durante todo ese tiempo, no pudimos bañarnos (ni siquiera con agua fría), no pudimos cocinar, el freezer comenzó a descongelarse (echando a perder todo el “stock” de alimentos congelados que teníamos) y nuestro ritmo de vida cambió para adecuarse al ciclo solar.
La falta de luz nos obligó a circunscribir el ejercicio de nuestras actividades solamente al día. En cuanto el sol se ocultó, nos vimos a oscuras, en silencio y rodeados de un sinnúmero de artefactos –supuestamente destinados a servirnos o entretenernos- fríos y muertos. No pudimos acceder a Internet para “chatear”; como no los podíamos cargar, ni siquiera pudimos distraernos con nuestros celulares. No teníamos la posibilidad de prender la TV para matar el tiempo o siquiera de leer un libro.
La falta de energía eléctrica dejó al desnudo una verdad insoslayable: dependemos mucho, quizás demasiado de la tecnología. Nuestra vida entera –tal y como la conocemos hoy- depende de los enchufes de nuestras casas, de nuestros trabajos, de nuestros bancos, hospitales y escuelas. Nuestra vida entera pasa a través de las dos o tres patitas del enchufe.
No debemos volver a los orígenes. La tecnología no es mala y nuestra dependencia tampoco lo es. Debemos aprovechar al máximo todos los beneficios que este tipo de vida nos ofrece, pero con la conciencia de saber que, un día, quizás sea la misma realidad la que transforme nuestra heladera en un singular armario.
Enrique Cadenas (h)
Abogado, escritor, fanático del dulce de batata y la polenta con queso. Un hombre de poder y misterio cuyo poder es solo superado por su misterio.