En cinco años de cursada de la carrera de Derecho, he visto desfilar por las aulas una gran cantidad de profesores, de lo más diversos. Profesores obsesionados por la omnicomprensión de los temas incluidos en un programa, algunos que explicaban los que consideraban más importantes, otros que enseñaban un único tema durante toda la cursada. Profesores que solo pasaban por el aula a dar una clase, algunos que interactuaban con sus alumnos, otros interesados en tener una relación estrecha con ellos. Profesores para los cuales enseñar era casi un ítem más en su currículum, algunos para los cuales enseñar era importante, otros que amaban enseñar.
Más de una vez (más de las que hubiera deseado) me encontré en medio de una clase mirando con tedio a un profesor que leía un Código (el mismo y exacto Código que podía leer en mi casa o en la biblioteca) y que, con suerte, hacía una pequeña exégesis luego de cada artículo. Tal era mi desinterés por esas clases que llegué a preguntarme si acaso era yo (¿no me gustaba la carrera?) o esa no era una buena forma de enseñar. Por suerte, tantas otras clases me convencieron de que el Derecho sí me gusta. Queda, entonces, ver lo otro…
Cómo ser un buen profesor es un gran interrogante. John Baker, de la Universidad Estatal de Louisiana (LSU), ha dedicado muchos años de su vida a tratar de resolverlo. Por eso, un grupo de alumnos, todavía estudiantes pero con ganas de enseñar en un futuro, nos encontramos con él en un aula de la Universidad Católica Argentina el 18 de septiembre de 2012, gracias a la invitación de Santiago Legarre. Baker nos dio algunas ideas: principalmente, sobre cómo se enseña, pero también sobre cómo se aprende.
Comenzó su exposición con una enunciación bien sencilla: si no creemos en algo, si no tenemos una pasión, una idea que nos mueva ―sea la que sea—, ¿para qué enseñar? Insistió en que tenemos que amar lo que hacemos —aclaró, con razón, que hay muchas mejores maneras de ganarse la vida que siendo profesor―, y que el amor por enseñar surge del impacto que el profesor genera en el alumno: esa es su mayor recompensa.
Enseñar no es una ciencia, es un arte, y el arte se perfecciona a través de la experiencia: necesitamos práctica. Curiosamente, Baker entiende que esto se logra aprendiendo con buenos maestros; dice que ellos han inspirado en él pensamientos que ahora quiere provocar en sus propios alumnos: la pasión de sus maestros generó su pasión por enseñar.
En cuanto a las formas o metodologías de enseñanza, Baker comenzó preguntándose si enseñar debía consistir en “verter” conocimiento en los alumnos o “sacarlo” de ellos. En relación a esto, habló del modo “fascista” de enseñanza, en el que solo se guía o conduce al alumno a través de la explicación, sin interacción con él.
Luego, remarcó que no puede enseñársele al alumno absolutamente todo lo que necesitará saber después: deberá enfrentar por sí solo un sinnúmero de situaciones en su vida profesional. Por lo tanto, enseñar debe consistir en enseñar a aprender, en comunicar una forma de pensar.
Habló, también, de una de las mayores dificultades para un profesor: llegar, al mismo tiempo, tanto a los alumnos brillantes como a los que no lo son. ¿Cómo lograrlo? Usando distintos tipos de lenguaje, diciendo las cosas más de una vez ―de manera más sencilla y de manera más abstracta―, viendo el problema desde diferentes puntos de vista posibles.
Agregó, además, que no existen dificultades de aprendizaje: lo que sucede es que no todos aprendemos igual. Para ilustrarlo, preguntó quiénes de nosotros nos representábamos imágenes de lo que él explicaba, quiénes repetíamos las palabras mentalmente, quiénes “sentíamos” cosas a través de la explicación. Así, identificó diferentes sistemas de aprendizaje: el visual, el auditivo y el cenestésico (relativo a sensaciones, sentimientos), y nos explicó que cada uno de nosotros tiene un “sentido dominante” que determina cuál es la mejor forma en que aprendemos. Por ejemplo, respecto de los estudiantes de Derecho “cenestésicos”, explicó que se trata de alumnos que si bien no son buenos estudiando, sí lo son más adelante litigando, ya que tienen la ventaja de la empatía.
Recalcó que un buen profesor apunta y dispara a todos los sistemas. Es que un profesor brillante puede no tener ningún efecto en sus alumnos: no basta con tener profundos conocimientos sobre un tema; la comunicación es de a dos (dos partes) y, en consecuencia, es necesario conocer y entender a nuestro público para poder llegar a él.
Por último, señaló algunas diferencias en la enseñanza del Derecho según se trate de países con sistema de civil o common law: en los primeros, la teoría es lo primero que se explica; en los segundos, lo último. Así, el alumno estadounidense está acostumbrado a extraer la regla a través de la explicación del caso concreto ―en primer año, contó, los alumnos deben adecuarse a este modo dialéctico de explicar el Derecho, y lo comparó con la incomodidad de usar por primera vez ropa y zapatos que no nos van―. Mientras tanto, el alumno francés exige que primero le sea explicado el concepto para luego evaluarlo en la práctica.
En fin, para Baker un buen profesor es el que entiende que no todos aprendemos igual e intenta alcanzar, mediante su explicación, a todos sus alumnos. Cuenta historias y actúa, involucrando a su audiencia. Es parte investigador y parte profesor (part scholar, part teacher).
Personalmente, entiendo que mucho de lo que Baker explicó es inaplicable ―lamentablemente― a la enseñanza del Derecho en Argentina. Esta incompatibilidad se hizo patente en un momento de la charla, en que uno de nosotros preguntó si se podía ser un buen profesor a pesar de no tener dedicación full time a la enseñanza. Los alumnos sabíamos a qué se refería nuestro compañero: al abogado que sale de su trabajo y se va a la universidad a dar clases. Para Baker ni siquiera era una opción, y contestó desde lo que él vive: nos dijo que estaba bien, y era necesario, dedicarse tanto a la investigación y a la escritura como a la enseñanza…
Baker intenta brindar una explicación racional, un método para conseguir ser un buen profesor. Me parece que hay muchas maneras de serlo sin apegarse a tal o cual metodología. Encuentro que lo más acertado de su exposición fue el principio: dijo aquello que es fundamental si se quiere enseñar: ¿tengo pasión por hacerlo?, ¿tengo algo que decir?
Hay buenos, malos y verdaderos profesores: a los últimos, les sale naturalmente y lo necesitan: enseñan como comen, duermen y respiran.
Gisela A. Ferrari (23)
Estudiante de Derecho
ferrarigisela@hotmail.com