Sus pasos resuenan en los largos pasillos del Palacio de Justicia. Son las 17.45 h del día 8 de octubre de 2009 y usted es un alumno de tercer año de Derecho de la Universidad Católica Argentina. Nervioso, en la puerta del despacho del ministro de la Corte Suprema de Justicia Enrique S. Petracchi, aguarda junto a sus compañeros a que el ex presidente de la Corte lo reciba para una entrevista privada. Con la ansiedad y excitación propia de un alumno aún inexperto ante la posibilidad de conocer a tal eminencia del derecho argentino, pasa a la oficina cuando la puerta se abre y ahí está él, quien lo recibe a usted y sus compañeros saludando a cada uno con un apretón de manos. Habiéndose ubicado todos para oír al ministro, Petracchi enciende un cigarro y se dispone a escuchar las preguntas: llega el momento de romper el hielo y comenzar la entrevista…
Sí, usted quiere saber qué se preguntó y qué respuestas dio Petracchi. Le adelanto que en la charla ―que duró más de una hora y media― se tocaron los más diversos temas: desde la carrera judicial y la función de los jueces, a otros más polémicos como el aborto o ―sí, créalo― entrevistas para la revista Playboy, Petracchi se despachó con respuestas inteligentes, perspicaces y muchas veces sorprendentes. Pero le reservo un poco de ansiedad… y aprovecho, ya que lo he puesto en situación, para contarle qué hicimos los alumnos de tercer año ese 8 de octubre antes del encuentro con el ministro ―que fue, en realidad, el momento que culminó nuestra visita a la Corte―.
El día comenzó con una visita guiada. Conocimos el Patio de Honor, a través del cual se accede a la Sala de Audiencias, un recinto amplio donde abunda la madera antigua y coronado, al frente, por las nueve sillas donde se ubican los jueces para celebrar las audiencias. Luego pasamos a la Sala de Acuerdos, en la que se reúne el Alto Tribunal para discutir los casos que se presentan ante sus estrados. Más adelante, el Salón de Té y el de los Embajadores. Este conjunto de dependencias, de uso exclusivo de los miembros de la Corte, se distingue por la suntuosidad (casi intimidante) característica de muchos edificios públicos ―sobre todo edificios como este, por donde han pasado tantos hombres que han dejado su huella en la historia de la República―. Contemplando los retratos de innumerables jueces ilustres que han pasado por la Corte, escuchamos los datos que nos iba proporcionando el guía. Finalizado el recorrido, no quedaba más que la entrevista.
Sin embargo, aún faltaban algunas horas para la cita de las 17.45, por lo que fuimos a tomar el té a una confitería en la esquina del Palacio de Justicia. Mientras tanto, un grupo reducido fue a comprar un presente para el juez, tema que dio lugar a muchas controversias: primero surgió la idea de regalarle bombones, pero hubo una fuerte oposición, ya que aparentemente los bombones «son para mujeres»; luego, pensamos en obsequiarle una botella de vino, pero esto también generó un pequeño debate acerca de qué tan apropiado es regalarle a un juez una bebida alcohólica. Finalmente, y aunque dubitativos, le regalamos un licor. Más tarde, Petracchi —para nuestro alivio— no solo coincidió con la idea de que era lo más adecuado, sino que también —para nuestra sorpresa— dijo que los bombones eran un regalo más conveniente para una mujer.
Por fin, llegó la hora y nos dirigimos al despacho del Ministro. ¿Qué hay en la oficina de un juez de la Corte Suprema? Le cuento: Petracchi tiene dos escritorios y varias estanterías repletas de libros de derecho constitucional. ¿Autores? Nacionales: Nino y Bidart Campos; extranjeros: Finnis y Rawls, solo por mencionar algunos. Junto a uno de los escritorios, una mesa sirve de soporte para más de media docena de diccionarios: uno de la Real Academia Española, un diccionario español-italiano, y el famoso Black’s Law Dictionary, entre otros. Hay además varios sillones, y allí nos ubicamos, algunos sentados, otros de pie, para comenzar la entrevista.
Estos fueron los temas discutidos:
Sobre la importancia de recorrer todos los puestos en la carrera judicial, Petracchi dijo que siempre se empieza desde abajo, y que ir escalando posiciones de a poco y pasando por todos los cargos permite ganar experiencia valiosa. Agregó que la vida judicial exige una gran vocación, y que si uno apela a la excelencia, las oportunidades de ascender aparecen siempre.
En cuanto a la importancia de la lectura, opinó que sin cultura no hay futuro, y que leer mucho y bien ayuda a formarse intelectualmente. Confesó ser un apasionado lector, no solo de libros jurídicos sino también de literatura. Destacó, además, que quien desee dedicarse a la carrera judicial debe leer mucha jurisprudencia, ya que —en su opinión― para saber de derecho no alcanza con saber solamente lo que dijeron Salvat, Llambías y Lafaille: «no vamos a ningún lado» si no conocemos lo que dicen del tema los tribunales.
Sobre los intercambios universitarios y el aprendizaje de idiomas, señaló que ayudan a conocer otros sistemas jurídicos y a aumentar nuestro conocimiento del mundo; dijo: «en un mundo tan interconectado como el de hoy, no podés encerrarte en tu microclima». Conocer cómo funciona la justicia en otros países nos da herramientas para pensar cómo mejorar el sistema argentino. Petracchi conoce por experiencia propia lo que cuenta: en su juventud, realizó un curso de derecho comparado en Tulane University (Nueva Orleans, Estados Unidos).
Respecto de las pautas por las cuales debe guiarse un juez en el desempeño de su cargo, aconsejó que debe hablar por sus fallos y que toda expresión fuera del ámbito tribunalicio está fuera de lugar. Contó que algunos jueces de la Corte no suelen seguir estas directrices: por ejemplo, dijo que si él se presentara ante la Corte como abogado en un tema de aborto, pediría la recusación de uno de los jueces. ¿Por qué? Porque el juez en cuestión adhirió a la liberalización del aborto en cuanto foro tuvo para hacerlo, y por lo tanto perdió la imparcialidad necesaria para decidir. Del mismo modo, señaló la (mala) costumbre de algunos jueces de adelantar ciertas primicias a los medios. En relación a este tema, habló también de la entrevista de Zaffaroni para Playboy: dijo que una entrevista así es una vergüenza y que no debería permitirse jamás.
Más adentrados en temas puramente jurídicos, habló sobre el caso «Fayt». Explicó que no quiso votar porque era un tema que eventualmente lo iba a afectar a él y que, existiendo la posibilidad de un fallo por conjueces, podía abstenerse y que votaran ellos. Comentó, también, que le aconsejó a Augusto Belluscio abstenerse ―sabia recomendación, teniendo en cuenta que ese voto «interesado» fue una de las razones por las que años más tarde se le promovió juicio político―.
Se explayó, además, sobre varios temas muy tratados en el mundo jurídico en la actualidad. Sobre el aborto, se abstuvo de responder, porque no debía dar su opinión sobre temas acerca de los cuales seguramente tendría que votar más adelante. Sí habló sobre el matrimonio homosexual: dijo que el matrimonio era uno solo: el que se entiende por civil; insinuó que, a lo sumo, se debía crear un régimen especial para las uniones homosexuales, pero que no se podía llamar propiamente «matrimonio». En relación al derecho de protesta, habló de una de sus posibles contracaras: el derecho a no oír. Contó que en Inglaterra quien quiere quejarse acerca de algo puede hacerlo parándose en un banquito en una plaza en Londres ―por más ridículo que suene, es cierto y, según señaló, se pueden escuchar los reclamos más descabellados―.
En relación al derecho comparado, le preguntamos sobre su mención del principio del stare decisis en su voto en «Bazterrica» y sobre cómo lo ve implementado en un sistema de civil law como el nuestro. Advirtió que no había ningún obstáculo para aplicarlo en nuestro país y que es partidario de ese sistema.
También tuvo oportunidad para expedirse sobre cuestiones de derecho internacional: sobre el rol de la Corte Interamericana, sostuvo que en ciertas ocasiones se entromete demasiado, y que hoy en día la Corte Suprema ha dejado de ser propiamente «suprema», porque hay otra instancia.
Finalmente, le preguntamos su opinión sobre el «festival de normas» que se realizó con la reforma de la Constitución en 1994. Petracchi, con una sonrisa, asintió diciendo que había sido ciertamente un festival, sobre todo con la incorporación de los tratados internacionales. Comentó que no teníamos que creer que realmente el poder constituyente convocado al efecto los hubiese leído en su totalidad. En cuanto a la posibilidad de reformar nuevamente la Constitución, respondió que seguramente iba a haber proyectos de reforma en los próximos años… sobre todo en función de «políticos oportunistas».
Estas cuestiones, y otras más, fueron las que formaron parte de la apasionante entrevista con Petracchi. Salimos de su despacho y nuevamente nos saludó uno por uno. Apurando un poco el paso, ya que teníamos otra cita importante ―la presentación del primer libro de nuestro profesor Julio C. Rivera (h), a apenas metros del Palacio de Justicia― recorrimos nuevamente los pasillos de la Corte, dejando atrás la oficina de aquella persona que, con sagaces respuestas, nos había demostrado poseer amplios conocimientos y una gran sabiduría ―y no solo sobre temas jurídicos―.
Así fue ese día: agotador pero excitante. Uno de esos días que en cierta forma nos marcan la vida. Saliendo del edificio recordamos una respuesta, tal vez la más importante, de Petracchi. La que dio cuando le preguntamos cómo había sido su experiencia tras casi treinta años en la Corte. ¿Estaba exhausto, luego de tanto tiempo, tantas sentencias, tanto trabajo? No, todo lo contrario; todo ese tiempo, nos contó, le sirvió para redescubrir y confirmar su vocación: el derecho, el Poder Judicial, la Corte. Ya bajando las escaleras del Palacio, a nosotros, estudiantes de derecho, no se nos puede ocurrir un discurso más inspirador.
Gisela Ferrari (23) y María Emilia Barreto (23)
Estudiantes de Derecho
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