Por Andrea G. Jofré.
Me acuerdo como si fuera ayer
lo mucho que me intrigaba
qué habría detrás de aquella puerta
que escudaba un viejo pizarrón…
En él se dibujaban triángulos y rectas
entre signos, números y letras
con la incógnita misteriosa y temida
de una enorme e inentendible ecuación.
Los años pasaron,
la intriga se desvaneció
cuando, ante mis ojos confundidos,
sin más remedio
y por obligación,
el viejo pizarrón
se descubrió…
Entre paréntesis y corchetes
fui perdiendo menos dígitos
y ganando, sin querer, un noble corazón
de la profesora más dulce
que con paciencia me enseñó
que era posible aprender matemática
con una fracción de empeño
y la suma de cariño y dedicación.
Y como variable,
que una buena nota
no tenía ningún valor
si no aceptaba primero,
que crecía también
con cada signo negativo,
con la desigualdad y el error.
Andrea G. Jofré (25)
Estudiante de Derecho
andreajofre87@gmail.com