Por Belén Abbondanza.
“Yo tengo cincuenta y tres años. De diecisiete a cincuenta y tres van treinta y seis; a los diecinueve años bien pude yo haber tenido una hija, y esta hija bien pudo haberse casado y tener a Juanita a los diecisiete”.
Don Paco.
En la obra Juanita la larga, el autor, Juan Valera, nos presenta (como también, por ejemplo, en Pepita Jiménez) el conflicto que suscita una relación amorosa cuando la pareja está marcada por una GRAN diferencia de edad; y esta vez lo hace tema central de la historia. No será la corta edad de la joven, Juanita, —a quien muchos hombres mirarán con buen ojo—; ni la avanzada edad del viudo, don Paco, —a quien intentarán volver a casar con otra mujer viuda—; sino que será la distancia entre sus edades la que generará, a primera vista, incompatibilidad.
Hoy en día un caso así resulta incomprensible. Sería investigado por la justicia penal, ya que roza la tipificación de “abuso sexual”. Esta es la razón por la que, personalmente, me costó empatizar con la obra, con el discurso del relato y con los conflictos que se generaban. En todo momento sentí que, a pesar de intentar ser una novela realista, distaba mucho de ser creíble que un hombre tan maduro y mayor pudiera experimentar una atracción de tipo sexual con una chica como Juanita. Lo mismo sucede al contrario: ella era muy joven y tenía muchos años por delante como para querer casarse con alguien que ya había vivido tantas experiencias y que estaba más cerca del final de su vida. A mi entender, un anciano puede provocar en una adolescente muchos sentimientos de fraternidad, servicio, simpatía o admiración; pero nunca amor de pareja. Pareciera ir contra natura. Así es que el desenlace final me resultó muy forzado.
Sin embargo, es notable que la historia, enmarcada en la España del siglo XIX, causara tanto dilema ético, moral, y generara tanta preocupación con el qué dirán a los personajes de la obra. Yo creía que era algo más común en aquellas épocas. Sin perjuicio de lo cual, es verdad que este caso en particular pareciere fuera de serie: Juanita y don Paco mantenían una brecha de dos generaciones de distancia: tal como calcula este buen hombre, él bien podría ser su abuelo.
Adelanté recién que el conflicto no venía dado por el solo hecho de la diferencia de edad, así sin más, “por ser una cuestión de una ciencia tan exacta como la aritmética”. Juanita tenía a su vez otras inquietudes y desincentivos: los separaban también las clases sociales y, en particular, el juicio de “la más real moza de todo el lugar”, que era nada menos que la influente hija del viudo, doña Inés. Ilustra estos temores el capítulo que relata la escena en la que don Paco se decidió a hablarle por primera vez: en un juego de palabras y metáforas Juanita cerró toda posibilidad a piropos respondiendo: “Ya está usted viejo, don Paco, y no podría meterle el diente”. Pero ante la insistencia de este buen hombre alega además: “¡Pues no se enojaría poco la señora doña Inés, que tiene tantos humos, si viese a su señor padre sirviendo de escolta, no a una princesa como ella, sino a una pobrecita trabajadora!”.
Don Paco, sin embargo, “[p]ensó bien en todo, interrogó su corazón, y su corazón le respondió que estaba perdidamente enamorado de la muchacha”, por lo que no le dio muchas más vueltas al asunto. Lo sabía y no desistirá ni un segundo de su sentimiento.
Juanita, por su parte, es un hueso más difícil de roer. Su primera actitud es de total y completo rechazo a este hombre: “¡Ea, quite usted allá, señor don Paco! ¿Qué demostraciones ha de hacer usted, si puede ser mi abuelo?”. Pero jovencita y fresca como era nuestra heroína, prontamente generará empatía y amistad con él, que, desesperado de amor, no deja de buscar excusa para visitarla o verla. Sin embargo, no es “de amor” como lo quiere, sino que más bien le tiene admiración: “No menos que ustedes se deleitan de leerlos, [los libros,] me deleito yo en oír a usted cuando habla”. También confiesa: “¿No conoce usted muy a las claras que yo le quiero de corazón y que mi mayor placer es verle y hablarle? Como soy franca y leal, procuro no retener a usted con esperanzas vanas […]. Por esto digo a usted que de amor no le quiero y me parece que no le querré nunca. Pero lo que es por la amistad, debe usted contar conmigo hasta la pared de enfrente”.
En un primer momento de la relación con don Paco, lo que pesa más en la mente de Juanita y le retiene de entablar cualquier tipo de conversación con él, sí pareciera ser la edad. Avanzando en la historia, ella irá cediendo a este supuesto “prejuicio”; pero la seguirá condicionando la presión social que estaba manejada y articulada principalmente por doña Inés. Esta mujer manipulará hasta al cura del lugar, el padre Anselmo, para que la castigue públicamente por su atrevimiento. Tan es así que la misma Juana (madre de la niña) intervendrá diciendo: “Señor don Paco, de sobra habrá visto usted la afrenta que nos han hecho hoy. Su hija de usted, mi señora doña Inés, tiene la culpa de todo. Se le figura que lo tenemos a usted encantusado, y que le queremos chupar y le chupamos los parneses. […] Nosotras queremos mucho a usted, como buenas amigas, pero no le queremos tanto para que por usted nos sacrifiquemos; si seguimos recibiéndolo, nos tendrán por unas perdidas, y hasta serán capaces de echarnos del lugar”.
Así es como los dos protagonistas dejan de verse y toman distancia; pero esto les durará poco, puesto que, citando a Valera: “Dice un precepto vulgar: lo que no quieras comer déjalo cocer; pero apenas hay hembra que cumpla con tal precepto cuando se aplica a cosa de amores”. Y esto hace referencia a una nueva señora que aparecerá en la obra: doña Agustina. Esta señora contaba con la aceptación de doña Inés, quien hará todo lo posible por prendársela a su padre.
Será este el punto de inflexión en el que Juanita, al ver amenazado el amor incondicional de su enamorado, ante el miedo de perderlo, abrirá lugar a un nuevo sentimiento hacia este hombre, a una nueva forma de querer: “Así, y no muy poco a poco sino de priesa, reconoció Juanita que el aprecio y la amistad que siempre le había inspirado don Paco se convertían en amor, y que el amor aumentaba a pesar de tener más de medio siglo su objeto”.
Justo cuando el mismo don Paco —que se había mostrado muy resuelto y decidido siempre en cuanto a sus sentimientos hacia Juanita— estaba empezando a bajar los brazos y empezaba a creer que “la aparición tardía de lo ideal, casi muerta ya su juventud, y el nacimiento póstumo de aspiraciones que solo por ella deben ser fomentadas, era lo que le traía tan desatinado, tan infeliz y tan loco”. Justo en este momento —y para evitar males mayores por la infelicidad y agonía que les causaba la separación a ambos— nuestra heroína, en un rapto de imprudencia, corrió a la casa del anciano, llamó a la puerta y sin dar explicaciones subió rápidamente escaleras arriba a confesarle su amor a don Paco: “[T]e amo. Quiero que lo sepas; estoy arrepentida de haberte despedido, y me muero por ti y no puedo vivir sin ti”. Resulta pertinente, de acuerdo con el título que encabeza a este ensayo, citar las siguientes palabras de Juanita, en las que todos los prejuicios y objeciones que se pudieran tener contra una relación amorosa entre dos personas con gran diferencia de edad, desaparecen: “[M]as para mí tú eres el más inteligente, el más joven y el más guapo”.
Ya expresé mi disconformidad con esta hipótesis, mas esta obra quiere aprobarla. La opinión de Valera queda confirmada en el desenlace cuando Juanita y don Paco, superando cualquier obstáculo presentado, deciden casarse. Lo anuncian públicamente, recibiendo, finalmente, las felicitaciones de todo el pueblo de Villalegre.
Como si fuera poco, el epílogo confirma lo dichosos que vivieron juntos, de ahí en adelante: “Juanita, casada con él, le adora, le mima y le ha dado dos hermosísimos pimpollos”.
Belén Abbondanza (21)
Estudiante de Derecho
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