“El amor verdadero no se deja llevar por el sentido de la vista”

Por María del Rosario Pereda.

“El Niño de la Bola” cuenta la historia de Manuel Venegas y de su amada Soledad, de quien se enamora a primera vista a la corta edad de doce años. Ellos se encuentran impedidos de estar juntos debido a que el padre de “la Dolorosa” —como la llaman a Soledad— se opone a este amor.
La obra de Alarcón nos muestra, por medio de sus personajes, las diversas formas que puede adoptar el amor humano y también nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre el amor verdadero.
En cuanto a la consigna que guía este ensayo, me siento en la necesidad de citar a San Agustín, quien refiriéndose al amor, nos dice “no se ama lo que no se conoce”. Y cuánta razón tiene este Santo, ya que la base del amor se encuentra en el conocimiento. Cuanto más conocemos a nuestro prójimo, más crecemos en el amor.
“Lo esencial es invisible a los ojos”, nos decía Antoine de Saint-Exupéry en su obra El Principito, pues el amor no se basa en un simple sentimiento superficial fundado en un sentido humano, sino que implica algo mucho más profundo: es ver en el otro un bien, es quererlo por su esencia y por su dignidad, es aceptar sus defectos y sus vicios y amar sus virtudes y cualidades, cualquiera sea la relación de amor.
El sentido de la vista despertó en Manuel Venegas una atracción fatal —un fanatismo exacerbado—  hacia Soledad, y creyó que lo que sentía era verdadero amor. Pero jamás tuvieron la oportunidad de conocerse, jamás cruzaron palabra alguna. Y lo que empezó como “amor”, terminó como tragedia.
Cabe citar nuevamente a San Agustín: “Ama y haz lo que quieras: si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si está dentro de ti, la raíz del amor, ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz”.
Quiero hacer hincapié en la última oración del pensamiento citado, “ninguna cosa sino el bien podrá salir de la raíz del amor”. La raíz de Manuel Venegas no era el amor; simplemente era egoísmo. Nuestro protagonista jamás quiso a su Dolorosa porque jamás la conoció de verdad. Su amor se basaba en un capricho que se confirma con el fatídico desenlace de la obra. Su amor no era desinteresado y eso lo podemos ver hacia el final, cuando su orgullo y su egoísmo superan el supuesto cariño que le tenía a Soledad, quien fue obligada a casarse con otro hombre durante la larga ausencia de Manuel.
Santo Tomás de Aquino distingue dos tipos de amor: el de concupiscencia o deseo —un amor parcial e incompleto, que no siempre es moralmente malo—, y el de amistad —benevolente y reciproco, caracterizado por el olvido de sí—.
Teniendo en cuenta los hechos de la obra de Alarcón, podríamos llegar a definir el amor de Manuel hacia Soledad como amor de concupiscencia, que no se destaca justamente por la renuncia en beneficio del otro, sino que se asemeja, en ciertas ocasiones, a un amor mezquino.
Sin embargo, es necesario resaltar que existe el verdadero amor entre ciertos personajes.
Primero que nada, me gustaría hablar del amor que siente Venegas por la advocación del Niño de la Bola. El Niño Jesús es el único que lo acompaña durante los momentos más duros de su infancia. En este amor silencioso hacia Jesús podemos contemplar el verdadero amor trascendental entre el hombre y Dios, y también podemos descubrir la fuente del amor y de la caridad.
Luego, tenemos el ejemplo del Padre Trinidad Muley, quien representa el amor de un padre a un hijo; ese amor desinteresado que se da por completo y que solo desea lo mejor para el otro. En este supuesto se encuentra también la seña María Josefa, madre de Soledad, quien solo desea el bien de su hija y de Manuel.
Por otro lado, nos encontramos a lo largo de la historia con personajes que sienten lo contrario al amor: el odio.
El odio —que tiene entre otras acepciones el desearle el mal al otro— se ve encarnado en dos personajes: Elías Pérez y Vitriolo. Elías Pérez, padre de Soledad, fue cegado por el pecado de la avaricia y puso especial empeño en separar a su hija de Venegas, a quien odia por haber sido el padre de éste uno de sus principales deudores. Vitriolo, quien intentó obtener la mano de Soledad pero fue rechazado, arrebatado por la envidia, el resentimiento y el rencor, logra cumplir su objetivo de causarle el mayor dolor posible, al interferir en la historia y obtener la muerte de los protagonistas.
Como conclusión, “El Niño de la Bola” nos enseña hasta qué punto pueden llegar a cometerse locuras cuando se experimenta un amor desordenado; nos muestra lo mejor y lo peor de cada uno; y describe las hazañas de un hombre que está dispuesto a todo por conseguir lo que desea.

María del Rosario Pereda (21)
Estudiante de Derecho
rosariopereda@hotmail.com