“En el fondo, la culpa es de Pepita”

Por Juan Ignacio Aguirre.

El objeto de este trabajo es realizar un análisis crítico de la obra Pepita Jiménez (1), del autor español Juan Valera. Primeramente, efectuaré un análisis del desarrollo de la trama, para luego plasmar algunas conclusiones bajo la consigna “en el fondo, la culpa es de Pepita”.

Con un estilo claro, transparente y simple, al redactar en primera persona el autor pone de relieve, desde el comienzo, los impulsos y contradicciones del espíritu de un joven seminarista: Don Luis de Vargas.

A raíz de las sucesivas cartas que envía a su tío —referente principal de su ideología de férrea fidelidad a Dios—, puede entreverse cómo el personaje se sitúa en un escenario en el que se lo coloca por encima de la “gente común” que frecuenta en su visita a la finca de su padre. Al narrarle a su tío detalles del contexto en el cual transita los días en la estancia, Luis esgrime cierta superioridad con respecto a sus lindantes. Sostiene que era necesario de alguna manera “misionar” en ese lugar, ya que los lugareños carecían de los verdaderos valores morales, que su tío le había instruido en su infancia.

Sencillamente, pero con gran profundidad, en las primeras cartas el autor logra describir los sentimientos implacables de Luis hacia su vocación. Quizás con un poco de monotonía, la correspondencia se torna en un círculo que siempre vuelve a lo mismo: el personaje desea volver con su tío y abandonar allí los despreciables placeres banales del mundo (su herencia, las mujeres, la caza con su padre, etc.). Resulta hasta hartante la obstinación de Luis, quien le expresa repetidamente a su tío que realmente no le interesa estar más en ese lugar.

Muy a pesar de ello, el autor va sugiriendo, a través de sus palabras, cierta curiosidad hacia el personaje de una mujer. Ella es la singular Pepita Jiménez, festejada por el padre de Luis. Aun cuando el joven sostiene su posición de seminarista, simultáneamente describe en la correspondencia, con lujo de detalle, las particularidades de dicha mujer. Sin embargo, el solo pensar en esa idea le hacía sentir una gran hipocresía, que definitivamente no armonizaba con el camino que había elegido hasta ese momento.

A medida que transcurre la obra, Pepita comienza a tomar mayor preponderancia en las cartas, y el relato se torna más atractivo. De a poco comienza a entreverse que el joven asume una gran dicotomía en sus sentimientos. Allí es cuando el relato toma su mayor profundidad. En una de sus cartas, Luis por fin toma conciencia de su enamoramiento por la desconcertante Pepita. No resulta claro, a mi modo de ver, si el joven quiere mentirle a su tío, a su padre o a la sociedad en su conjunto… Al seguir insistiendo con que su vocación sigue férrea y no posee dubitaciones, parecería que el trasfondo indica que la realidad no se condice con lo que el joven describe. Quizás, y esto resulta más claro hacia el final del libro, lo que sucede es que en cierta medida el joven se engaña a sí mismo; engaña a su conciencia.

La obra, así como comienza, transcurre en un relato poblado de referencias a la espiritualidad de Luis, quien luego de forzar una fuerte amistad con Pepita por medio de distintas actividades que realizan juntos, tiene cada vez más resonante la idea de quedarse junto a ella. Al finalizar la etapa de correspondencias que envía a su consejero espiritual, un espectador objetivo narra el final de la historia. Aquí es cuando Pepita obtiene un rol principal en la obra al persuadir a Luis de que estaba destinado a quedarse junto a ella de alguna manera que resulta poco clara.

Resulta una paradoja para el final de la historia, que el padre comunicara a su hijo que ya estaba al tanto de toda la situación, y que, además, apoyaba su decisión de quedarse con la mujer de su vida.

Pepita Jiménez contiene un realismo psicológico singular. Creo que el autor, de manera sumamente realista, detallada y ponderablemente simple, logra narrar una historia sobre una compleja cuestión que debe surgir en muchas personas a la hora de tomar decisiones: lo que elijo, ¿es realmente lo que deseo elegir? ; ¿lo elijo porque pienso que con ello puedo alcanzar la mayor felicidad a la que pueda aspirar en este mundo, o lo hago para satisfacer lo que otra gente espera de mí?

En gran parte puede ser un argumento sólido —tal como lo demuestra el libro en muchas cuestiones—, que aquello que la gente espera de nosotros seguramente será un buen camino para transitar una vida ciertamente “feliz”. En especial, cuando esa gente nos aprecia y desea lo mejor para nosotros. Por ejemplo, el joven, siguiendo las enseñanzas de su tío, pudo encontrarse de manera brillantemente objetiva en el medio de una sociedad que no lo satisfacía. Mediante dichas enseñanzas aprendió a “no ser uno más”, a pensar en qué era lo que realmente importaba y qué no. Este punto es sumamente complicado, y el libro logra reflejarlo integralmente.

Sin embargo, aquí no termina la cuestión. Recién cuando el joven empieza a vivir las experiencias mundanas y aparecen estas contradicciones en su espíritu, puede realmente tomar una decisión, siendo una persona pensante y sabiendo discernir entre lo que es bueno y lo que no lo es tanto. Dicho esto, me parece una justa y gran disposición del autor, la decisión del padre de apoyar a su hijo hacia el final de la novela. El padre, en cierta medida, parece intentar transmitir el mensaje de haber enviado a su hijo con su tío para que éste lo ayudara a alejarse de las banalidades del mundo y lo hiciera tomar conciencia de la esencia de las cosas. Luego, una vez que el hijo vuelve al mundo siendo una persona pensante, es capaz de tomar objetivamente una decisión correcta.

Este es el mensaje mejor logrado por el autor: Luis, que supo atravesar diferentes experiencias a pesar de tener que luchar fuertemente contra su propia conciencia, es el más apto para decidir si dejarse llevar por Pepita es realmente lo mejor para su vida. En este terreno no entran en juego ni su padre, ni su tío ni nadie.

Pues bien, por otra parte, el tema al que alude es profundamente existencial: el destino de los hombres. El autor deja al lector preguntándose: ¿qué hubiese sucedido si…?

Si el personaje no hubiese visitado a su padre en la finca, definitivamente no habría conocido a Pepita. Si no hubiese conocido a Pepita, probablemente se hubiese mantenido firmemente aferrado a su vocación y no habría “caído” en los placeres mundanos que desprecia en las primeras cartas. O quizás no: quizás Luis de Vargas estaba destinado a abandonar la vida de seminarista, y de todas formas hubiese salido en algún momento en busca de algún amorío.

Así, podría uno imaginarse que, en definitiva, la culpa para nada puede ser conferida a Pepita. De hecho, no creo que el concepto de “culpa” tenga lugar en esta historia. Si los hechos suceden, bienvenidos sean mientras hayan sido resueltamente meditados y pensados. Asimismo, ¿quién mejor que Luis, que tuvo que atravesar la dificultosa disputa contra su propia conciencia, para tomar la decisión correcta?

Pepita, con su personalidad irradiada de par en par durante el transcurso de la historia, parece sugerirnos que de alguna manera los sentimientos siempre terminan exteriorizándose.

Juan Ignacio Aguirre (22)
Estudiante de Abogacía
jaguirre@ebv.com.ar      

 

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(1) Valera, Juan, Pepita Jiménez, Editorial Kapelusz, 3ª edición, Buenos Aires, 1956.