Las apariencias SÍ importan

Por Victoria Veber.
Estimados lectores (o como queda mejor en esta era cibernética: lector@s):

Por medio de este artículo no pretendo caer en una discusión del tipo “el tamaño sí/no importa”, porque opiniones habrá varias y variadas y no soy quién para establecer un criterio tajante al respecto. En defensa de todos ustedes, alguien una vez muy sabiamente dijo: “Sobre gustos, no hay nada escrito”, y con ese gran paraguas se da vía libre a unas cuantas elecciones de dudoso criterio.
Pasando a lo que nos compete, este humilde artículo pretende poner en manifiesto una realidad cuya importancia no es apreciada en todas sus aristas. ¿Qué pasa cuando nuestra apariencia no se corresponde con nuestra edad biológica? Esto afecta tanto a hombres como a mujeres. Dado que la psiquis de los primeros me es totalmente ajena (si entendiera tan sólo una parte ya tendría unos cuantos best-sellers en mi historial), me focalizaré en la mirada femenina.
Lectora mujer, seguramente estás pensando que si el físico aparentara menos que lo que dice el DNI este artículo no tiene sentido, porque no hay problema alguno. En esta línea, otras más adentradas en años podrían decir: “Ahora te quejás, pero después de los 30 lo vas a agradecer”.
¿Y si la relación fuera al revés? ¿Si siempre pudiste pasar a bailar al boliche  sin que te pidieran el documento, aun cuando estabas en el equipo sub 21? Cuando, cada vez que decías tu edad, te miraban con cara de “Upa… estás hecha pelota”, pero te decían con una falsa sonrisa en los labios “¡Te daba mucho menos!” y automáticamente pasaban a otro tema. Ahí no estaba tan bueno, ¿no?
En lo personal, formo parte del primer grupo. Como vimos, no sería un gran problema si no fuera porque mi trabajo amerita que me plante frente a personas para explicarle cosas y/o auditarlas, según el caso. El esfuerzo es doble: hacer mi tarea y al mismo tiempo demostrarle a la otra persona que tengo la capacidad de llevarla a cabo, más allá de que aparente estar en pleno apogeo universitario. Francamente, desgastante. Y desde ya que uno no siempre está con el mejor humor para sobrellevar la situación.
Sí, lo admito, formo parte de ese cúmulo social disconforme con lo que la naturaleza le ha dado. Como suele ocurrir, el que tiene rulos quiere el pelo lacio. ¿Y saben qué? ¡También tengo rulos! Y he incursionado en el alisado definitivo, que duró lo que tardé en volver a ducharme.
En conclusión, aunque suene trillado y pochoclero, hay que aceptarse como uno es. Y si no te conformás, pensá que hay alguien en el algún lugar del mundo que quiere lo que vos tenés. Eso ya te hizo sentir mejor ¿o no?

 

Victoria Veber (25)
Politóloga