Por Santiago Legarre.
Gran año de libros el 2013; mejor que el anterior. Tres se roban la luz lima: Jean-Christophe, A Passage to India y The Ides of March; pero vayamos por partes.
Comencé el año en La Paz, por segunda vez consecutiva. Allí leí el libro más largo de mi vida, una recomendación de Nacho, que conseguí de Francia gracias a un regalo de Alejandro. Conocido en castellano como Juan Cristóbal, el trabajo que le dio a Romain Rolland el premio Nobel de literatura a principios del siglo XX fue publicado hace años en la Argentina en diez tomos cortos (varios de los cuales encontré en la nutrida biblioteca de mi casa). Mi edición francesa —un ladrillo apto para golpear cabezas— es de un tomo de unas 2000 páginas. La vida ficticia de un músico, que al parecer tiene puntos en común con la de Beethoven, da la trama a uno de los libros más lindos que he leído. Se consume fácilmente y, de a ratos, con apasionamiento. Me llevó unos dos meses, aunque el primero de ellos fue de vacaciones. El problema más grande del segundo mes fue cómo llevarlo a todos lados y cómo sostenerlo en mis manos en la cama…
Seguí alto, al surcar el mundo hacia el Oriente con mi primer viaje a Asia, y leí el clásico de E. M. Forster, A Passage to India. Sublime historia de amistad entre un cristiano, un hindú y un musulmán. Libro sutil y corto. Sirvió de base para la última película del director de Dr. Zhivago. Recuerdo que cuando la vi en Coronel Suárez a mediados de los ochenta, me pareció un bodrio; o cambié mucho o el libro es muy distinto… o las dos cosas. John Finnis me contó que un tiempo después de escribir este libro, el autor salió del closet. Vueltas de la vida.
Ya instalado en South Bend, luego del periplo indio, agarré de la biblioteca de Windmoor Jeeves uno de los varios libros de P. G. Wodehouse que tratan sobre ese entrañable mayordomo. Libro light si los hay. Lectura nocturna y de desconexión, ideal para esas semanas de clases en la Universidad de Notre Dame, en las que no suelo tener ganas de leer nada. (Cada vez leo menos en los viajes: ¿para qué?). La prosa de Wodehouse, un punto aparte: insuperable para aprender; uno de los grandes maestros, según el sentir de los que saben.
Ya en Buenos Aires, mi compañero de alemán, Enrique, que supera los ochenta, me invitó a almorzar a su caserón de Olivos: almuerzo con mozo y la mar en coche. Al deambular a la hora de la siesta por su biblioteca del piso de arriba, espotée en sus anaqueles The Ides of March, un libro de Thorntorn Wilder que había descubierto quince años atrás en Córdoba, pero nunca había leído. No confundir con la película de George Clooney del mismo título (Los idus de marzo, en la Argentina). El libro del autor de mi adorado El puente de San Luis Rey (y de la clásica obra de teatro Our Town, que leí hace mil) trata sobre el complot para asesinar a Julio César. Está escrita en género epistolar y, por alguna razón (o ninguna), leerla fue uno de los placeres más grandes del año.
En Notre Dame nos complotamos con mi amigo Tom para leer, más tarde, los dos un libro al mismo tiempo, y él eligió Sir Gawain and the Green Knight, un canto medieval que a mí me sonaba por las alusiones que le había “escuchado” al gran Tolkien, en esa etapa de mi vida lectora en la que me dediqué a cultivar al autor de Lord of the Rings —etapa que a todos les recomiendo tener, antes o después; yo la tuve bastante tarde, y la recuerdo con cariño—. El poema anónimo no fue una lectura fácil, pero llegué a disfrutar grandes enseñanzas sobre amor y carne.
En mayo, en Italia (más precisamente en Fiumicino, antes de emprender el regreso), compré Bianca come il latte, rossa come il sangue; novela de amor y rebeldía adolescentes, escrita por un conocido mío. Hace poco vi la película basada en el libro: ambas me gustaron mucho. Además, buena práctica de la lengua. Así que me decidí, meses más tarde, a pedirle a Ricardo, que viajaba a Lecce, la segunda novela del autor: Cose che nessuno sa, sobre temas afines: también cumplió su cometido. Son jugadas, pero recomendables (en mi caso, también para entender mejor la psicología de mis sobrinos teen).
Como preparación para mi peregrinación anual a Kenia, degusté The River and the Source, también escrito por una conocida mía, africana. Libro sencillo y atrapante sobre el progreso de una mujer en la sociedad tribal. Incluye, de una manera sutil y, sobre todo, sencilla, el tema del acercamiento de la protagonista a la fe y su vinculación con la institución de la Iglesia católica, a la que también yo me vinculé ya hace años. Y en África, sin transgredir del todo mi tibio precepto de no leer en los viajes, me devoré, de a ratos, el relato de los leones asesinos del tren, recogido, a su manera, por la película conocida en castellano como Garras, con Michael Douglas y Val Kilmer. El relato no es más que el diario de aventuras del Coronel Patterson, quien dio fin a los leones. Se llama The Man-eaters of Tsavo, y tiene una frescura en materia “animálica” que hoy vendría vedada por las convenciones de lo políticamente correcto. Con solo decir que comienza con un viaje en tren desde Mombasa, en el cual el coronel ordena, nomás salir, que detengan la máquina para liquidar un avestruz…
Llegó el turno del Evelyn del año (The Ordeal of Gilbert Pinfold) y del libro del Taller del año (La Pródiga, de Alarcón). El primero, un acierto negro y, supuestamente, autobiográfico. El segundo, un entusiasmo inicial irrefrenable y una tremenda desilusión moral con el desenlace.
El último libro del año: larguísimo y desopilante: mi tercer Dickens: The Pickwick Papers (aunque su nombre completo es más extenso). Un conjunto de relatos livianos y bastante inconexos, que me recordaron a Don Quijote por más de una razón. Cierta identificación con el personaje principal. Valió la pena el esfuerzo.
¡Hasta el año que viene!
31 de diciembre de 2013
Santiago Legarre (46)
Lector
salegarre@yahoo.com