El sueño de Arredondo

Por Nicolás Sánchez Frascini.

A GGM, JC y JLB

Arredondo tuvo un sueño, y sintió cómo un frío puñal se clavaba en su espalda. Se despertó y permaneció agitado, aun después de haber encontrado el cuerpo desnudo de María acurrucado a su lado. Buscó en la oscuridad algo con que taparse y abandonó discretamente el cuarto que los Domínguez, los dueños de la finca, le habían prestado para que hiciera la temporada de viña. Prendió un cigarro y caminó bordeando la casa donde, además de su amante, descansaba el resto de la peonada.
Mientras daba vueltas por el jardín y pitaba una y otra vez el cigarro —que había robado a su patrón—, Arredondo trataba de descifrar el sueño. La helada que cubría el pasto le había entumecido los pies, y recordó cuántas veces había sufrido aquello al espiar a María mientras jugaba con sus hermanos. En ese entonces soñaba con poder dejar esa vida, escaparse a la ciudad y poner algún negocio, pero para eso necesitaba dinero, y ni a los quince años ni ahora lo tenía. Se secó las lágrimas, apagó el cigarro y tomó coraje para entrar y decirle a María que lo suyo no iba a poder ser, que nunca más iba a poder ser.
Arredondo tuvo un sueño, y sintió cómo un frío puñal se clavaba en su espalda. Entre las penumbras distinguió algunas siluetas humanas; oyó gritos, insultos, el llanto de una mujer, y quiso huir, pero el puñal seguía clavado en su espalda y la sangre manchaba las sábanas donde horas antes María, la única hija de los Domínguez, había dejado su virginidad.

 

Nicolás Sánchez Frascini (28)
Marino mercante
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