Por José Alberto Suarez.
Todos significamos, relativamente, algo para alguien. Eventual y coyunturalmente somos lo viejo, lo presente o lo nuevo. Salvedad válida al respecto de las connotaciones –peyorativas o no– que pudieran hacerse, siempre caemos en alguna de estas características funcionales.
Así las cosas, no podríamos decir que uno mismo, en tanto objeto o sujeto, signifique nada. Uno significa, entonces, exteriorizaciones simbólicas. Aún más, en ese orden de ideas, uno significa para sí mismo según sus propias exteriorizaciones simbólicas. La disociación entre el sujeto-objeto que nos compone y una suerte de entidad que se manifiesta son evidentes.
Las exteriorizaciones simbólicas se dan condicionadas por una serie de factores internos y externos. En los primeros, conviven dos clases de reacciones: las anteriores y las posteriores. Las anteriores son las puras, las inocentes y, al mismo tiempo, las más versátiles. Las posteriores siguen siendo internas, más rígidamente condicionadas por los factores externos y disimuladas a tal punto que, ni en veinte años de diván, podríamos encontrarlas en sus oscuras ciénagas.
Deberíamos concluir, entonces, que las tres significaciones relativas están más ligadas a la noción temporal de lo que podría a priori deducirse. También deberíamos acordar en que, a fin de convivir con estas significaciones, debemos considerarnos como un tercero, a propósito de estas.
Entonces, uno puede encontrar quietud estando seguro de consagrar, en la unidad de tiempo que desee, una parte de aquella entidad manifestada a cada una de las nociones temporales que caben en nuestra razón sin demasiado esfuerzo metafísico. No hacerlo significaría, finalmente, un insulto a nuestro significado.
José Alberto Suarez (25)
Abogado
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