Por José Alberto Suarez.
Cómo es que cuesta tanto no perder el punto de vista. La muerte está ahí, todos los días conviviendo con nosotros y, aún así, perdemos perspectiva. Todo puede pasarnos en cualquier momento, a nosotros, a cualquiera y, aún así, corremos pensando que cada problema es el peor y que cada ínfimo detalle cuenta tanto como toda una vida.
Jamás lo vamos a entender: la historia la cuentan sobrevivientes. Siempre sabemos de la muerte por aquello que nos alejó de ella. Aquel momento en que vimos cuánta distancia nos separaba y por eso, no sabemos nada sobre ella. Nosotros, que nos quedamos acá abajo –o acá arriba–, no entendemos porqué no tenemos forma ni manera.
Todo lo que sé de la muerte me deja callado. Todo lo que sé de la muerte me pone en jaque. Amenaza mi pasado, mi presente y mi futuro. Me dice todo lo que estuvo mal, lo que no debo y lo que hay que temer que suceda. Me inhibe. Protagoniza momentos como el actor despechado que no consigue su papel. Desarma mis conclusiones lógicas como si mis ideas fueran frágiles gajos de fruta.
Aun después de tanta muerte seguimos en cólera, seguimos adrenalínicos y enérgicos en zonceras que en realidad… no importan. No son significativas y no pueden conmovernos, no pueden deslumbrarnos.
Al final, las pocas veces que pienso la muerte me retracto. Al final, la espiritualidad no es suficiente si a cada segundo vamos a olvidarla en pormenores usuales, ordinarios. Detalles que insultan el sentido.
José Alberto Suarez (25)
Abogado
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