Por Pablo Ivankovich Ortler.
A medida que se termina este año 2014, se va terminando también el centenario de la Primer Guerra Mundial. Hacia junio de 1914 era asesinado el archiduque Francisco Fernando y el imperio Austro Húngaro le declaraba la guerra a Serbia. Este suceso, y esta querella local en Europa central terminaron transformándose en una guerra de escala mundial. La Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, podría resumirse de manera muy superficial y a grandes rasgos de la siguiente manera: aproximadamente ocho millones de muertos y seis millones de heridos y/o discapacitados. La caída de los imperios –imperio ruso, el imperio otomano, el imperio austro-húngaro, y el imperio alemán–. El fin de las dinastías –los Romanov, Habsburgo, y Hohenzollern–. El fin del ideario de progreso indefinido de la modernidad. Pero obviamente esta guerra no es solamente este conjunto de slogans que simplifican la magnitud del suceso. La capacidad de esta contienda se replicó en múltiples campos de la vida de las personas, y es por eso que en esta ocasión nos referiremos a uno de esos campos en su centenario.
Aquí haremos referencia al arte. Y es este momento en el que me remito al título, ya que parece contradictorio pensar en una vanguardia –avanzada de un grupo o movimiento ideológico, político, literario, artístico, etc.- que pueda ser al mismo tiempo conservadora –algo favorable a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales–. Pero en este caso en particular, sí, la vanguardia artística paso a ser conservadora. Es por este motivo que la pintura de entreguerras se ha denominado el retorno al orden. Se dice que el nombre proviene del libro Le rappel a l’orde de Jean Cocteau. Y es que, en paralelo a los acontecimientos políticos en Europa, la historia del arte iba tomando un súbito e inesperado giro. Así, al finalizar la guerra, mientras se iban armando los nuevos Estados de viejos imperios caídos, el continente se recuperaba lentamente de la destrucción que había generado la guerra tanto física como moralmente; y, por su parte, los artistas decidieron iniciar un movimiento de recuperación de los valores e ideales clásicos, y buscaron utilizar esa serenidad contra las convulsiones que había sufrido el inicio del siglo XX. Así lo dice el profesor y especialista en Arte Moderno de la Universidad de Nueva York Kenneth Silver: “tras la oscuridad de la guerra, llegó el arte de la luz y la historia”. Esta vuelta a un lenguaje artístico clásico fue el detente del progreso desenfrenado de la Modernidad, de las vetas abiertas en el arte de vanguardia. Por eso este clasicismo tomó distintos rostros; fue anticubista en Francia, antifuturista en Italia y antiexpresionista en Alemania.
Para tener una idea de lo revolucionario que fue este arte y su contraparte, debemos dar una mirada a lo que iba pasando con el Arte Moderno. Nació y tuvo origen a mediados del siglo XIX, probablemente se fue gestando hacia 1850 con el Entierro en Ornans, de Courbet; y oficialmente iniciando en 1865 con el escándalo en el salón de París que produjo la Olimpia de Manet, o en 1874 con la primera exposición impresionista. Esto continuó su desarrollo hasta alcanzar ciertas cúspides, primero y por supuesto con el nacimiento del cubismo de Picasso, en Alemania con el expresionismo de Munch, y en Italia con el futurismo de Umberto Boccioni. Ahora bien, así como estos son los movimientos a los que buscaba responder este retorno al orden, también es innegable que son los mismos artistas los que buscarán alejarse de su propio arte, de su propio movimiento, y en última instancia, de su propio vanguardismo. Como dijo Kenneth Silver, “algunos de los descubrimientos de las vanguardias fueron incorporados a la serenidad y al orden de la nueva modernidad”. Y es por este motivo, que me tomo el atrevimiento de, con cierta prudencia, hablar de vanguardias conservadoras como equivalente al retorno al orden.
Para graficar esto, debemos referirnos a Picasso, como el gran líder de esta vuelta al mundo clásico. Esto porque en el arte del siglo XX no sucedieron muchas cosas de las que Picasso no fuera parte. Pero además, porque de no ser por el interés de Picasso por la tradición es muy posible que este renacimiento de lo clásico no se hubiese concretado. Ya que mientras la mayoría de sus congéneres se dedicaban a la queja, “Picasso se convirtió en el mejor clasicista, al tiempo de ser, el mejor modernista” dice la especialista argentina, Andrea Giunta. Es de esta manera, que podemos detenernos a ver finalmente el proceso de cambio de la obra pictórica de Picasso; como mayor referente de este momento de cambio en el arte y su progreso. Vale la pena aclarar, que si bien las obras tendrán un rol protagónico, no se han incluido reproducciones. Pero el nombre del autor y el título de la obra permitirán encontrarlas en un buscador de internet.
Entonces tenemos a un Picasso que para principios de 1904 irá a instalarse definitivamente en París, en busca de conquistarla. Para este momento Picasso ya había concluido su famosa etapa azul –Evocación o El entierro de Casagemas– y estaba entrando en la que será conocida como la etapa rosa –La familia del arlequín–. Y es hacia 1906 que empieza a experimentar con el primitivismo y surge una especie de protocubismo. Es así que tendremos entre 1906 y 1907 el nacimiento de Las señoritas de Avignon que será una obra de un impacto increíble. Fue la ruptura que abrió el mundo de la experimentación para las vanguardias artísticas. Tan sólo basta con ver cualquier obra contemporánea a Las señoritas de Avignon y uno podrá comprobar que lo que hizo Picasso con esta obra fue cuestionar la perspectiva, el color, la composición, la técnica y el tema tal como se lo entendía en la época. El desarrollo de este nuevo movimiento siguió para llegar en 1912 al Violín y uvas de Picasso. A esta obra se refiere Gombrich como el “nacimiento [oficial] del cubismo”; y es también un momento culmen de la experimentación con la composición. Luego sobrevino la famosa Gran Guerra y, ¿qué pasó entonces con este audaz Picasso? Picasso giró y cambió hacia el clasicismo, basta tan sólo con ver Deux femmes courant sur la plage para ver la transición hacia lo más figurativo y tradicional. Pero la obra que probablemente más muestra, tanto la calidad de artista de Picasso, como su retorno al orden es Los enamorados o Los amantes, esta obra de 1923 vista al lado de las señoritas de Avignon parece ser el resultado de dos artistas completamente distintos. Tanto es así, que Los enamorados probablemente habría encajado perfectamente como una escena clásica de la Italia renacentista. Y no se trata solamente de la composición y lo figurativo de la obra, sino también de los colores y valores que transmite. Como el sentimiento y la técnica utilizada. Esto continuó con obras como Les baigneurs o Cabeza de mujer (1921) pintadas en óleo.
Es de esta manera que parece demostrado el impacto de la Primera Guerra, no solamente en los números de muertos o en la cantidad de nuevos Estados y ciudadanías. Sino también en la vida del común de las personas, y en sus interpretaciones y cánones de belleza y arte. El arte es de alguna manera, el plasmar el sentir general de las almas de una sociedad. Este intento de una vanguardia conservadora quizás nos muestre lo trágico y desesperante de este suceso para llegar al extremo de buscar el freno, retroceder y esperar a que se calmen las aguas. Parece importante recordar estos detalles, ahora aprovechando el fin del centenario de la Primera Guerra Mundial, pero también recordarlos siempre. No dejar que en la memoria todos los individuos se olviden las atrocidades a las que pueden llevar, la obsesión con el poder y el peligro de que falten sus límites.
Pablo Ivankovich Ortler (20)
Estudiante de Ciencias Políticas
pabloivankovich@hotmail.com