Por Eugenia Lostri.
¿Qué nos lleva a salir de nuestra zona de confort? No muchos están dispuestos a sacrificar la tranquilidad y comodidad de lo normal por lo desconocido. La perspectiva de pasar una semana con 50 desconocidos en República Checa suena bien cuando es solo eso: una perspectiva, una idea. Pero durante el viaje de casi un día desde Buenos Aires hacia Praga, la única pregunta que me podía formular era: “¿Y a mi quien me manda a hacer estas cosas?”.
Hablo de la 29° edición de la International Youth Leadership Conference, en Praga, de la que tuve el gusto de participar en enero. La conferencia reúne jóvenes entre los 18 y los 26 años de cualquier lugar del globo por una semana, a fin de debatir sobre cuestiones actuales de importancia internacional, arañar superficialmente las relaciones e instituciones que afectan a todos, y principalmente ampliar nuestra visión del mundo, poniéndonos en contacto con representantes de distintas culturas, ideologías e historias.
El funcionamiento de la IYLC es sencillo: la conferencia tiene una parte “formal” y otra “informal”.
La parte “formal” está compuesta por tres simulaciones, una visita a una embajada, y un cóctel con diplomáticos. Son las actividades planeadas para los 5 días en Praga.
El primer día estuvo dedicado a conocernos. Los participantes fuimos divididos en 3 grupos, cada uno con un “facilitador” —un joven destacado que había participado en conferencias previas y cuyo papel era guiarnos, ayudarnos a tomar un lugar de liderazgo—. Una vez que los grupos fueron armados, nos dedicamos a conocernos y tratar de aprender a pronunciar los nombres.
El segundo día empezamos con las actividades en serio. Organizamos la primera simulación, que fue una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas respecto de la crisis en Siria. Luego de un breve paneo sobre los datos históricos más relevantes para el asunto, cada uno eligió un país miembro del Consejo de Seguridad. Tras un intenso debate, no logramos arribar a ninguna solución —primera prueba de la cuasi imposible tarea de arribar a soluciones que contenten a todos sin hacer concesiones—. Eso fue una enseñanza de vida.
La segunda simulación llevo un poco más de tiempo y de trabajo. Haciendo gala de mis limitados conocimientos del derecho penal internacional, procuré defender al Presidente de Sudan ante los cargos por crímenes de guerra en Darfur en un antejuicio de la Corte Penal Internacional. Con gran contradicción moral, logramos demostrar que no había bases para fundamentar la acusación, finalizando de forma —¿victoriosa?— la simulación.
La última de las simulaciones fue la más completa y obligó a los tres grupos a trabajar en conjunto. A cada uno de los equipos le fue asignado un partido dentro del Parlamento Europeo. El tema a tratar fue la regulación de la inmigración ilegal a la Unión Europea. Habiendo sido elegida como “líder del partido”, el mayor desafío fue tomar una posición de mando sobre quienes fueron mis pares en anteriores ocasiones.
El otro lado de esta parte “formal”, y una de las actividades más significativas, fue la visita a la embajada de Pakistán, donde nos recibieron con una presentación sobre las actividades y relaciones de ese país. El embajador fue muy amable y respondió todas nuestras preguntas, tanto sobre el día a día en la vida como diplomático como sobre la realidad política de Pakistán, o sobre sus visiones sobre regímenes políticos. Algo que aprendimos más allá de sus palabras fue qué tipo de líder es. Se mostró seguro y fuerte en sus declaraciones, pero sin inconveniente en permitir que otros miembros de la embajada tomaran la palabra.
Más sobre la vida diplomática aprendimos en el cóctel, donde representantes de distintos países se acercaron a hablar con nosotros y darnos detalles de sus experiencias. Incluso tuve la suerte de poder conversar con el embajador argentino en Praga, en una charla corta pero significativa. Más allá de su apretada agenda, se tomó la molestia de presentarse y expresarme sus felicitaciones por ser la representante argentina en la conferencia. Fue un honor.
En cuanto a la parte “informal”, se compuso de todo el contenido social. Sin exagerar, diría que es lo más valorable de toda esta experiencia. Las charlas, las salidas, la buena onda. Formar —en una semana— lazos inolvidables, con personas que muy probablemente no vuelva a ver. Compartir la belleza de Praga con los participantes de la 29° IYLC fue uno de los mejores momentos de mi vida.
Pero, sobre todo, lo que aprendí en este viaje fue a salir de mi “zona de confort”. No solamente por asumir posiciones de liderazgo en un par de simulaciones. Salir de tu “zona” implica más: alejarte de tu país, de tu familia, de tu grupo de amistades, de lo conocido. Significa plantearte dudas sobre lo que creías que era definitivo y empezar a entender otras visiones, cada una cargada de su propia subjetividad.
Entonces, ¿para qué lo hacemos? ¿Por qué salimos de la zona de confort? Porque es la única forma de crecer, de aprender y de tomar nuestro lugar en el mundo.
Eugenia Lostri (21)
Estudiante de abogacía
eugenia.lostri@gmail.com