El insomnio más esperado

Por Nicolás Sánchez Frascini.

El cordón umbilical de mi hijo aún no se ha caído. Lo miro y me cuesta creer que ya esté con nosotros; pero más me cuesta creer que soy su padre.
Mi mujer descansa luego de haberlo amamantado por segunda vez en la noche; respiraba una melodía apenas desafinada cuando cerré la puerta de la habitación. Sobre la cómoda quedaron los libros que fui descartando noche tras noche, sin terminar. Coetzee, Herzog, Morosoli, Uhart, hago un repaso mental por los autores que tengo que devolver a mi biblioteca. Hoy saqué Lento regreso de Peter Handke.
Santiago duerme; yo intento penetrar en el ritmo de la noche, en su lenguaje, en su respiración. Alterno lecturas con videos en Youtube. Anoche miré una entrevista a Italo Calvino, reparé en su incipiente calvicie frontal y no encontré nada extraño. Hoy tengo pausado un documental sobre Roberto Bolaño y me llama la atención la forma de sus anteojos. Todavía no sé qué busco entre pausa y pausa.
Por la avenida pasa una ambulancia o un patrullero (nunca supe distinguir las sirenas) y algún que otro colectivo, probablemente vacío. Un vecino grita algo en portugués desde el primer piso, creo que tiene la ventana abierta. Dos perros ladran desde diferentes sitios, conversan, planean algo secreto: una conquista mundial iniciada en la terraza de mi edificio.
Me preparo otro café, el segundo en esta vigilia. Santiago se retuerce, se queja. Temo que se despierte y le palmeo suavemente el pecho mientras improviso un arrorró cuya letra no tiene sentido. Sigue durmiendo.
Dejo el café sobre la mesada para que se enfríe y recorro, otra vez, los sitios web que me sé de memoria y que a esta hora nadie actualiza. El libro de Handke me sigue esperando, abierto donde lo dejé, con las páginas apoyadas sobre la mesa. Coloco una servilleta de papel entre las hojas y lo cierro para seguir con el documental de Bolaño. Sus palabras, adornadas por los suspiros irregulares de mi hijo y el descenso del café tibio por mi garganta, justifican todavía más este insomnio.
El sol aún no ha salido, pero la noche está acabada. Empiezan a sonar los primeros despertadores, como en canon. El ascensor rompe su letargo y el portón de la cochera se abre dos veces con pocos segundos de diferencia. Primero, una queja y, luego, el llanto que se filtra lentamente en la habitación. Mi mujer aparece con cara de sueño inacabado  y me besa la frente. La estaba esperando. Agarro el libro de Handke y lo apoyo, tratando de hacer coincidir los bordes, sobre el de Uhart. Mañana quedará sepultado por otra novela que, gracias a Dios, tampoco llegaré a terminar.

 

Nicolás Sánchez Frascini (29)
Papá de Santiago
sanchez_frascini@hotmail.com