Por Andrés Méndez Rodríguez.
¿Eras tú la luna esa noche de diciembre? Pretendamos que no, que soy yo el que ha perdido la cordura y anticipando tu partida me vino una alucinación. Supongamos que seguías dentro de mi cama, que estabas dormida, que continuabas dopada por mi sudor de madera mezclado con pachulí. Y que yo estaba a tu lado, sincronizando tu respiración y admirando tu delicadeza.
Nuestro plan siempre se cimentó en el movimiento: trascender, volar, nunca dejarnos pisar. Estar amarrados a la realidad de los hombres que caminan sin siquiera ver su camino nunca fue lo nuestro. Pero tampoco será lo nuestro ser víctimas de la distancia, de tener que vencer la gravedad por un simple abrazo, de tener que ir rápido y encima no encontrarnos.
Insisto, ¿eras tú la luna esa noche de diciembre detrás de la montaña? Sabes que si bien soy un experto para decir adiós, también me encanta dar bienvenidas. Pues bien, te doy la bienvenida a la partida inevitable; si llueve me das un beso, si no llueve me das dos: uno en la boca y otro en el cuello. Y es que acepto que besarte, y en particular que me beses, siempre fue mejor que pasarme horas frías estudiando anatomía.
No quiero ser atroz, pero sabes que para volver debes irte y que si te vas te prohíbo volver. No es un chantaje, sino una cuestión de respeto y amor propio. Además, ¿cómo atreverme a robar tu libertad, si soy yo un monumento a la liberación? Entonces lo que te propongo es quedarte siempre que sea noche sin luna, porque cuando hay luna llena sé que estás, y con eso me basta.
Andrés Méndez Rodríguez (21)
Ingeniería Química
andruch_21@hotmail.com