Reflexiones sobre la moral y el qué dirán, a propósito de Tormento

Por Gonzalo Pereda.

Un tren que se aleja es la cosa que más se asemeja en este mundo a un libro que se acaba. Así finaliza Benito Pérez Galdós, tras casi 150 páginas, su novela Tormento. Hacía tiempo que no gozaba del placer intelectual de leer una frase tan elocuente y real como esta, digna de ser citada en este ensayo y de ingresar, por la puerta grande, a mi cuaderno de frases trascendentes. Quizá no debí sorprenderme tanto al descubrirla: no es esta la primera frase de Galdós que subrayo y transcribo a mi cuaderno. Ignoro si será la última.

Al igual que lo sucedido con El niño de la bola, terminé de leer la novela Tormento en una de mis cotidianas travesías en subterráneo. Por suerte, las similitudes con aquella novela finalizan aquí. Tormento no decepciona ni sorprende amargamente. No hay muertes inesperadas ni tragedias imprevisibles acechando at the turn of the page, como diría mi amigo Rudyard Kipling, que me observa con paciencia desde mi mesa de luz, esperando que lo lea. Al contrario, su final, aunque quizá con demasiados aires a película de Disney a mi gusto, deja al lector alegre y reconfortado por el triunfo del verdadero amor.

Tampoco encontrará el lector similitudes entre este ensayo y aquel otro titulado “Amores que matan no son amores” por dos motivos: pocas son las anécdotas personales que podría referir sobre Tormento y, más importante aún, no sería prudente transgredir nuevamente la consigna dada por el profesor quien plagiando a otro Pérez (1) es, en la cátedra, el hombre más poderoso después de Dios. O, según se lo mire, más que Dios. Resumiendo: dios.
Sin embargo, sí se pueden encontrar llamativos paralelismos entre la sociedad del Madrid del mil ochocientos… y la actual sociedad porteña. Pues en esta sociedad porteña y, me animo a decir, argentina, no vigorizada por el trabajo, y en la cual tienen más valor que en otra parte los parentescos, las recomendaciones, los compadrazgos y amistades, la iniciativa individual es sustituida por la fe en las relaciones. Si el lector está de acuerdo conmigo en esta descripción de nuestra comunidad, entonces necesariamente estará de acuerdo con Pérez Galdós, pues esta descripción la transcribo de manera textual del capítulo IV de Tormento.

Continuando con los paralelismos, no muy lejos se está de coincidir también con aquella frase que dice: en los teatros ves damas que parecen duquesas y resulta que son esposas de tristes empleados que no ganan ni para zapatos. Bastará con reemplazar la palabra teatro por restaurantes, shoppings, aeropuertos o fotos de Facebook para comprobar que nihil novum sub sole.

Cuántos hay hoy que abarrotan centros comerciales, países exóticos o nuestros perfiles de Facebook con sus fotografías vacacionales en Dios sabe qué paraíso asiático, para colmar sus ansias de ser vistos de figurar, en buen lunfardo, seguramente tras haberse endeudado con fondos que no tienen ni van a ganar, pero con el corazón henchido de imaginarse los murmullos que ocasionan en sus conocidos. En fin, conviene cesar los paralelismos en este instante, so pena de extenderme en demasía y atediar al lector con tanta negatividad.

Si hay algo de bueno en toda esta cuestión, es Tormento, mejor dicho, la señorita Amparo. Inmune a la coacción de sus contemporáneos y a las formas del ambiente social, Amparo no necesitó de muchos libros ni posgrados para vislumbrar que los abonos a los teatros, como necesidad de las familias, es una inmoralidad, la negación del hogar. Por fin un poco de aire fresco y de cordura en medio de tanta ridiculez y esmog social. Pues la vida, para muchos, hoy se ha convertido en una pasarela, en un desfile colmado de prejuicios en donde la forma prevalece sobre la sustancia; donde los círculos y las redes sociales son como las vidrieras del Patrio Bullrich: glamorosas, endulzantes… y totalmente embaucadoras. Cuántos Bringas existen a nuestro alrededor que sacrifican el orden del hogar y la economía familiar en pos de vanagloria y halagos de sus amigos y conocidos. Es que el deleite en la riqueza consiste en ser exhibida. Y aclaro que esta idea no es propia sino que fue aprendida de otro libro de cuyo autor, como diría Cervantes, no quiero acordarme.

Atendiendo a la dualidad temática de la consigna (la moral, por un lado, y el qué dirán, por el otro), corresponde señalar que en el ámbito de la moral se presenta el fenómeno inverso al del qué dirán: no es posible trazar un paralelismo entre la moral de la sociedad madrileña del ayer y la porteña de hoy. También tomo prestada la presente reflexión, pero esta vez del aporte realizado por una exalumna de este Taller. Si en el Madrid del mil ochocientos una moral rígida, fría e inspirada en la religión dictaminaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, hoy en día la moral ha desaparecido y la arbitrariedad campea por las calles: todo vale.

Vivimos inmersos en la tremenda paradoja de no tener la libertad de elegir en dónde vacacionar ni cómo vestirnos sin caer en la censura social de nuestros pares, pero somos libres para decidir si queremos ser hombre o mujer, casarnos o rotular nuestras relaciones con aquello de “uniones convivenciales”. (Hay que tener mal gusto, señor legislador).

Quisiera dedicar los párrafos finales a realizar una invitación especial. Propongo a mis lectores plantar bandera y hacer frente al qué dirán. Es hora de arrojar el guante en la cara de la hipocresía y los espejitos de colores. Invito a mis lectores a que por un día, uno, por lo menos, actúen y decidan como si nada tuviesen que demostrar: invito a ese lector rebelde a confesar abiertamente que nunca quiso escribir memorandos en estudios jurídicos de rimbombantes apellidos ingleses y que preferiría dedicarse a escalar edificios como de chico se colgaba del pasamanos; invito a esa lectora revolucionaria a no comprarse esos ridículos zapatos de plataforma tan de moda y calzarse, sin miedo a los comentarios, esas comodas alpargatas que la hacen sentir que planea en el aire, diez metros por encima del gentío de Callao y Santa Fe. Invito a todos los alumnos de la UCA a saludar a ese compañero al que nunca saludan por miedo a dejar de parecer cool y superado. Les propongo, chicas, disfrutar de esa torta o de esa bebida con sus amigas sin estar pensando en qué dirán los contactos de Facebook o Instagram luego de ver la foto que han subido a su perfil.

Pongo fin a esta pequeña arenga en favor de nuestros verdaderos deseos y en contra de esa vocesita que nos susura al oído: ¿pero cómo que no querés usar una mochila Jansport?; ¿qué dirán en tu clase? Y como un tren que se aleja de la estación en busca de nuevos horizontes, así concluye este ensayo.

 

Gonzalo Pereda (24)
Estudiante de Abogacía
peredagonzalo@hotmail.com

 

(1) Me refiero al autor español Arturo Pérez Reverte.