La pesca

Por Nicolás Sánchez Frascini.

Las palabras bogar y ciar son contrarias, por definición, pero, para mí, significaban lo mismo, porque ninguna de las dos me servía para nada. El río se había puesto fulero por el viento del Este. Los arroyos buscaban alivianar su fuerza en el Paraná y las corrientes, que conocía de memoria desde chico, sufrían cambios impredecibles.

Me habían advertido que no saliera a pescar. Pero negarles el alimento a Julián y Ramón, mis hijos, mientras los piojos se los comían, no era justo. Les prometí que conseguiría algo rápido, un bagre al menos, y volvería a hacerles compañía al calor de la salamandra.
Cuando rompí la promesa y tiré el anzuelo para conseguir un segundo bagre, recién habían aparecido los primeros indicios de lo que ocurriría más tarde. Las olas comenzaron a sacudir el bote con fuerza y la caña de pescar y uno de los remos cayeron al agua. Salvé el remo que quedaba y lo trabé con la caña del timón como punto de apoyo, para impulsarme moviéndolo de un lado a otro. Al cabo de unos minutos, la estela de un barco carguero empeoró el zarandeo e hizo que este también escapara de mis manos.

Fue entonces cuando miré al bagre, que chapoteaba por debajo de las bancadas con sus branquias abiertas de par en par, y descubrí que el destino de aquel pez horrendo era opuesto al mío: él deseaba que este bote se fuera a pique. Descubrí que nuestros deseos conformaban una especie de equilibrio cósmico que solo se vería inclinado a mi favor cuando la bestia estuviera muerta.

Saqué el cuchillo y lancé varios golpes sin éxito al cuerpo del bagre. El oleaje del Paraná iba en aumento y tuve que aferrar mi mano izquierda a la chumacera para no caer al agua.
Mi otra mano empezó a sangrar a medida que las cuchilladas se iban incrustando en la madera del bote hasta que fueron a dar con el agua. El pez, con la forma de un avión estrellado, siguió escurriéndose de proa a popa y de babor a estribor durante unos minutos, mientras el río comenzaba a cargarse de ramas y camalotes.

De repente, la bestia pareció rendirse en los charcos de agua rojiza y tuve otra revelación: tal vez nuestros destinos no fuesen opuestos, sino idénticos. Entonces, pensé en mis hijos, los imaginé sentados frente a la salamandra, aferrándose a las mantas sucias, como si mi regreso solo dependiera de eso.

 

Nicolás Sánchez Frascini (30)
Capitán de Ultramar
sanchez_frascini@hotmail.com