Saturno me está cagando

Por Marcos Elía.

─Buenas tardes, ¿cómo andan? ─saludó Juan a sus amigos ya sentados en la mesa─. ¿Cómo va todo?
─Bien, sentate ─lo invitó Santiago─. Acá Martín nos está contando del viaje que hizo con su mujer.
─Mirá qué bien, ¿a dónde fueron? ─preguntó Juan.
─A París, festejamos nuestro aniversario número 30. ¿Alguno sabe si esa fecha tiene algún nombre? ─preguntó Martín.
─No que yo sepa ─soltó Juan, intuyendo que la conversación le iba a parecer tediosa y se dispuso a escuchar los pomposos relatos de Martín.
Juan se inclinó para atrás buscando un mozo. Con la mano le pidió un cortado y, luego, sacó un cigarrillo, que prendió con un fósforo. En su mente era más estético que un encendedor; el fósforo tiene cierto encanto, hay otro carisma, más trabajo de manos y mayor precisión. Al menos eso pensaba él. Achinó los ojos mientras tapó el cigarrillo con una mano y le acercó el fósforo con la otra; aspiró con fuerza y se le chuparon los cachetes. Una vez prendido, agitó con la mano el fósforo de un tirón. Se apagó y flotó un hilo gris del cenicero. Nunca se dio cuenta que todavía quería copiar a Clint Eastwood en alguna vieja película que vio.
Hace rato que las charlas con sus amigos lo aburren. Participa por cordialidad, pero no siente que tenga mucho lugar para opinar. Aunque se lo den, le despierta cierta pereza decir lo que piensa o hablar con ellos de lo que de verdad tiene ganas. Se generó una dinámica que no tiene lugar para cambios, todos parecen estar cómodos con esta: hablan de trabajo, hijos, política y, principalmente, recuerdan viejas anécdotas ─cada vez más viejas, que en el fondo los mantiene unidos─. Juan se adaptó. Como hizo tantas veces.
Las historias se repiten desde siempre; aunque las conoce a todas, ya no recuerda cuál es la parte real, la exagerada y la inventada. Todos se ríen, él finge o la fuerza un poco. “¿Seré el único?” se pregunta.
Usualmente sorteaba las charlas con una cansada sonrisa y emitiendo algún que otro comentario cada tanto, acariciando su barba esporádicamente para parecer reflexivo, pero no esperaba más que hora y media o dos para despedirse.
Para paliar el tedio que le generaban los densos, presupuestados y repletos de excesivos e irrelevantes detalles del itinerario de Martín, se enganchó con una conversación de la mesa que tenía al lado.
─¿Y vos en qué andas? ¿Volviste a salir con esa mina de la vez pasada? ─comenzó un muchacho llamado Mateo─. ¿Cuál era su nombre?
─Sí, pero no creo que vuelva a salir; hay algo ahí que no quiere caminar ─contestó otro llamado Pepe, con pesadez─. Se llama Rocío.
─¿Adónde la llevaste esta vez? ─acotó un tal Javier entre risas─.
─Esta vez me llevó ella. Fuimos a ver una obra de teatro, bastante alternativa. Bastante bastante. Capaz un bastante muy bastante. ¿Hay otra palabra?
─¿Vos no la habías llevado a algo así ya? ─preguntó Mateo.
─No tanto, la había llevado a ver teatro ciego. [“Ver” teatro ciego, qué paradoja, pensó Pepe]. No digo que sea lo más ordinario del universo, pero eso era más raro.
─A vos te gustan esas cosas alternativas, ¿no? Esa era la palabra que usaron, ¿no? ─soltó un muchacho cachetón regordete que llamaban Batata.
─¿Qué entendés vos por alternativo, Gordo? ─preguntó Pepe un tanto impaciente
─No sé, hermano. Esas cosas medio artísticas. Medio… no sé. La gente lleva a las minas a un bar, vos la llevas a un lugar oscuro donde ni siquiera le sacás la ropa o le metés un beso ─contestó Batata, tratando de hacerse el gracioso.
─Pasa que para vos, gordito de mi corazón, alternativo es todo aquello que no tenga dulce de leche ─repuso Pepe intentando no parecer molesto.
─Bueno, retomá ─interrumpió Javier─. Fueron al teatro, ¿qué obra era?
─Che, bancá: ¿te comiste a la mina? ─preguntó Mateo.
─No, para alegría de su familia sigue con vida. No se dio.
─Bueno eso hay que generarlo… no va a caer el cielo ─repuso Mateo.
─Pucha, sabés que tenés razón. No se me había ocurrido. Hay que generarlo ─repitió Pepe con cierto fastidio, abriendo los brazos─ . ¿Por qué no lo habré pensado antes?
─¿Estamos medio susceptibles hoy? ¿Qué nos anda pasando?  ─dijo Mateo riéndose un poco.
─Nada, dejá. Mala mía.
─¿Volvemos al teatro? ─pidió Javier.
─Ah, es cierto. La cosa es que la llamé la semana pasada y le pregunté si quería hacer algo. Me dijo que estaba medio complicada y que me confirmaba en unos días. Me llamó el viernes pasado, bah, me mandó un mensaje de audio en whatapp y me invitó al teatro; era la obra de una de sus profesoras de teatro.
─¿Tenés el audio a mano? ─preguntó Javier.
─Sí, ahora lo pongo.
Pepe puso el audio y todos se quedaron escuchando. Juan desde la mesa de al lado hizo un esfuerzo para disimular la cara de atención que le nació, al tratar de escuchar en detalle el audio, mientras en su mesa hablan sobre el posible aumento de las tasas de interés de la Fed.
─Che qué voz más sensual que tiene ─dijo Mateo cuando se terminó el audio─. Tiene pinta que debe ser un buen budín.
─Es una linda mina ─afirmó Pepe.
─¿Está loca como las que te gustan a vos? ─preguntó Javier.
─Sí, un poco. Me persiguen, aparecen de la nada. Vaya uno a saber quién me las manda.
─Es muy peculiar eso tuyo. Tenés todo el perfil para que te gusten las flacas más onda Linda McCartney pero te terminas enganchando con las Yoko Ono que te cruzás ─acotó Javier.
─No sé si enganchando, pero son con las que termino saliendo.
─Volvamos al teatro ─cerró Javier.
─La pasé a buscar a eso de las siete y fuimos caminando a tomarnos un colectivo; me pareció bien alternar el medio de transporte.
─¿Por qué no vas con el auto? Aparte te sirve para tirar un centro largo cuando la dejás en la casa ─dijo Mateo.
─Porque no tengo.
─¿El de tu viejo? ─repuso Mateo.
─¿Vos viste ese auto? Tiene más asientos que un Boeing 747. Grita por la calle “quiero ser padre”.
A Juan se le escapó una carcajada. En su mesa no entendieron porqué y lo miraron raro, esperando una aclaración. Habían comenzado a hablar de la columna de finanzas de un periodista de Zimbabue, que habría detectado una burbuja en el precio de una madera rara de un país perdido de África central.
─Me acordé de algo, perdón ─dijo Juan, con incomodidad.
─En fin, el hecho es que al final nos terminamos tomando un taxi porque llegábamos medio tarde. Cuando encontramos el teatro me di cuenta que era como un especie de galpón; intuía que no sería un teatro convencional ya que la obra era en Villa Caraza pero… cuestión que entramos y ella insistió en pagar. La dejé hacerlo.
─Buen gesto, punto para la mina ─fueron diciendo Mateo y Javier de forma sucesiva.
Batata miraba para cualquier lado fumando. Le interesaba bastante poco un cuento que vincule un teatro bizarro en un barrio que espera ─casi con temor─ solo conocer por nombre y no le molestaba ser evidente.
─Entramos al teatro y era un cuarto no tan grande, había unas gradas pequeñas donde la gente se sentaba y veías los actores a dos o tres metros de distancia. Como fui al baño llegamos con la obra apenas arrancada y me tuve que quedar parado toda la función.
─¿De qué trataba la obra? ─preguntó Javier.
─No tengo idea. Arrancó con unos cinco, seis o siete tipos acostados en posición fetal y otro parado en medio. Algunas eran mujeres. Una voz en off dice algo como: “esta es la historia de una hombre sencillo, como todo ejemplar de su especie debate para sí, pero también entre los otros sobre su ser, su querer, su poder ser, sus ganas de ser y no solo parecer. Todo ello superpuesto y a la vez sostenido por la férrea vocación de vivir, de no dejarse pisar por esta máquina invasiva que oprime y ahoga. Instrumento artificial y pedante, cruel y filoso al que las ovejas esquiladas llaman sociedad”. Y continuaba un poco más. Metían algo de la religión, y ahí el flaco que estaba parado comenzaba a rezar.
─A la pelota ─dijo Batata─. O sea que eso es alternativo. Mamadera.
─La obra es absolutamente incomprensible. Es un sucesión de cortos que duraban entre segundos y breves minutos; todo caía de forma medio anárquica. No, perdón, anárquica no. Es ordenadamente desinteresada (si esa expresión es posible) por un sentido lógico, por una prosecución razonable de eventos. Había un juego más o menos interesante con un proyector, pero la mayoría de las veces eran escenas violentas sin sangre ni muchos golpes, sino de supuesta tensión. Pero una violencia pedorra, muy gritona y evidente. La violencia y el amor tienen el mismo problema en el arte: son sentimientos muy palpables y respiran sobre la piel, por eso para que su expresión sea interesante ─al menos para mí─ debe ser sutil. Una persona que grita como un enajenado sin razón aparente me dice tan poco como las canciones de amor de Justin Bieber.
─La obra es alternativa de verdad ─dijo Pepe con cierto orgullo de haber estado ahí, con cierta vanagloria de haber conocido eso─, alternativa en el sentido más cabal de la palabra. Escrita, dirigida y actuada por personas alternativas. Pero no alternativa a tipos como Batata, eso es fácil. Es alternativa a la lógica, al sentido usual de belleza, a la esperable continuidad de una historia, al tiempo ordinario de los hechos…
─¿Y cuánto duró eso? ─preguntó Batata absolutamente espantado por la mera existencia de un espectáculo de ese estilo.
─No te sabría decir con exactitud. Creo que algo como hora y media. Pero fue bastante complejo. Más que nada, porque uno en esa situación intenta tratar de entender al director o al supuesto mensaje que la obra aspira tener. Le di millón de vueltas, me quise hacer el intelectual pero no lo encontré. Cada rato que pasaba odiaba más y más a los tarados que gritaban, al degenerado que escribió el guión y me quería ir.
─En tu lugar yo me hubiese ido a fumar un pucho afuera ─acotó Mateo.
─Vos no hubieses entrado al galpón siquiera ─aclaró Javier─. Pero, ¿no la recomendás para nada? ¿No vale algo al menos la experiencia?
─No, no se la doy ni al enemigo. Le aviso para que corra para el otro lado.
─¿Y qué le dijiste a ella cuando terminó? ─preguntó Batata.
─Cualquier gansada. Me hice el raro, ella salió fascinada y no podía ser menos. Para colmo nos encontramos con uno de sus compañeros y el sorete nos dice: “¿y? ¿les gustó?”. Vil traidor el hijo de puta ese. ¿Y qué iba a decir? “Sí, muy intensa, impactante, violenta, atrapante y decididamente rompe con esquemas buscando matices tan diversos y crípticos”. No sé si algo de todo eso tiene sentido, pero en el momento salí del paso. Lo peor es que el tarado ese asentía con cara de comprensión, como si estuviese recordado algo de todo ese caos. Como si compartiese algo de lo que dijo.
(Por ahí fue buena onda y no te quiso deschavar, pensó Mateo).
─Me dio rabia no tener la personalidad para decir lo que pensaba, pero por otro lado esos ambientes son medios esnobs. Si decís: “che, esto me pareció una cagada marca ACME, pretenciosa y creo que más que un grupo artístico, son una asociación ilícita por cobrar la entrada”, se lo toman mal; no daba hablar con libertad entre sus conocidos. Aparte es sumamente descortés hacer un comentario negativo si te invitaron y no tenés confianza. Aparte me la quería levantar, tenía que hacer como que había entendido.
─Qué espanto este cuento ─dijo Batata con cara de horror─. ¿Qué hicieron después?
─De ahí fuimos a comer a un lugar armenio, se llama El Manto. Recomendable. Detalle de color: el lugar está ambientado como si fuese medio oriente, pero tienen el poco tino de poner música de David Guetta. Vos estás comiendo algo raro, de colores curiosos, con luz tenue, paredes con azulejos llamativos, ciertas velas enfrascadas en vidrios azulinos, creyendo que estás sintiendo a la distancia la fragancia del mar Caspio y de fondo un mamerto grita bajo un ritmo monótono y asfixiante: “one more time, yeah yeah, one more time”. Me pareció flojo.
─Decime por favor que no hiciste toda esa reflexión con la mina ─dijo con voz de preocupación Mateo.
─No, fui más directo. Creo que dije algo como: “che, qué música de mierda”.
─Qué tipo encantador ─dijo Javier─. ¿La comida qué tal?
─Me pasó lo mismo que la otra vez: no le termino de sacar la ficha. Conversamos bien, pero siempre estamos hundiendo las manos, los hombros y la cabeza en el profundo mar de la existencia. Todo tiene una densidad que por momentos es abrumadora, no se puede conversar así. Es interesante, pero se puede tornar insoportable. Miren que yo le pongo onda y acompaño la corriente.
─De eso no dudamos ─ironizó Mateo.
─Yo preguntaba por la comida del lugar igual ─comentó Javier─, pero vale el comentario.
─Ah, la comida bien. Lo recomiendo ─dijo Pepe─, medio salado lo único.
─Pero pasa algo peor: no soy gracioso. No nos reímos. O peor, no la hago reír. Algo anda mal.
─¿Y a vos quién te dijo que eras gracioso? ─lo corrió Mateo.
─Pará, tiene un punto Pepe. Él es medio ocurrente. Le pasan cosas raras, al menos tiene anécdotas ─interrumpió Javier.
─A eso voy. No estoy diciendo que puedo hacer un stand up, pero tengo a mano un par de historias a las que apelar cuando la cosa se pone ríspida. Acá no me salían. Cuando los quería contar algo en mí se ponía serio, como si Nelson Castro se apoderase de mi cuerpo y contase mis anécdotas él. Deprimente. Lo extraño es que pese a todo esto, la conversación era muy buena pero le faltaba un toque de magia. Faltaba banalidad, miradas pícaras… vértigo, faltaba vértigo. Y mientras estamos conversando sobre temas como: cuáles son los roles que hemos asumido en nuestras vidas, qué papeles hemos actuado, que creemos que debemos hacer y no hacemos, qué tan predecibles somos, qué tanto confiamos en los demás, cuáles es nuestro mayor temor, qué tanto nos conocen nuestros amigos, cuál nos gustaría que fuese nuestro último pensamiento, no puedo dejar de pensar: “¿por qué mierda no se ríe?”.
─Terminaron de comer y qué hicieron, ¿tomaron algo? ─preguntó Batata, hiperventilando solo de escuchar los temas que tocaba Pepe en su comida.
─No. Era domingo y medio tarde. Creo que incluso a ella se le escapó un bostezo.
─Ahora llegamos al momento que me interesa, ¿por qué no te la chapaste? ─preguntó Mateo.
─La fui a dejar a la casa en taxi. Como ya era la cuarta salida, ¿cuarta o quinta? ─se preguntó Pepe en voz alta─, la quinta, tenía pensado tirarme de cabeza en la puerta de su casa cual cocodrilo de la selva amazónica, sobre una gacela en la orilla del río. Pero la cancha se embarró.
─Cuando llegamos a la casa en el taxi tuvimos la típica riña de quién debe pagar y demás. Amablemente el tachero, solidario con el género, me aceptó los billetes [Pepe deliberadamente obvió un comentario, porque se imaginaba la represalia. En ese momento para convencerla a la chica de que él debía pagar le dijo algo como: “por ahora pago yo, cuando nos casemos y tengamos hijos vemos si lo haces vos”. Comentario que apenas dicho se dio cuenta del error, por eso no era necesario que se lo marquen]. En eso, me dispongo a bajar y ella me tira el primer cortito al riñón, me dice: “Ah, ¿vos también vas a bajar?”.
─Upa ─dijo uno de sus amigos.
─Comentario raro porque siempre la acompañé a la puerta de la casa ─explicó Pepe.
─Vamos caminando a la puerta de la casa con pasos lentos y yo trato de meter algún tema que demore la despedida. La puerta de la casa tiene una complicación: es toda de vidrio y tenés de espectador estelar al viejo muerto en vida que ponen ahí de seguridad. En la puerta, ella se para de forma paralela a la calle…
─¿Y eso qué tiene que ver? ─interrumpió Batata.
─Dejalo hablar, Gordo ─lo cortó Javier.
─Gracias. El hecho es que teníamos distancia como de un brazo de por medio (¿se acuerdan como en el colegio, cuando en la fila nos hacían formar con una distancia de un brazo? Algo así) y naturalmente yo quería acortar ese espacio, por lo que mientras hablaba daba pequeños pasos hacía ella. Ante cada uno de mis pasos, su reacción era otro igual en el mismo sentido.
─No entiendo ─dice Batata─, ¿por qué carajo hablás raro?
─Se iba para atrás, Gordo, la mina da pasos para atrás cuando él avanza ─le explica Mateo─. Igual, vos también, hermano, hablá en castellano.
─La conversación no iba mejorando ─retomó Pepe asintiendo con la cabeza, como tomando el comentario─, remé todo lo que pude pero no caminaba. De cocodrilo me fue quedando poco. En un momento pensé en tirarme de cabeza a ver qué pasaba pero era algo muy tirado de los pelos, demasiado anunciado. Se iba a enterar hasta el portero de la otra esquina antes que ella. También sentía que tenía el freno de mano puesto y había una parte de mí que me gritaba: “¡pasalo a nafta!”. Charlé un poco más y me resigné. Pensé: “no tiene sentido, esto no va para atrás ni para adelante”. La saludé y me fui a casa.
─Me parece que fuiste un cagón ─le dijo Mateo.
─¿Por qué? Tampoco me iba a exponer así al pedo.
─Me parece que estuviste flojo, que tendrías que haber sacado el tema. Preguntarle para qué carajo salen cuatro o cinco veces y están en esa situación rara. No te puedo explicar, pero para mí te apichonaste.
─Lo banco a Mateo en esta ─dice Batata.
─Puede ser, quién sabe ─contestó Pepe de forma un tanto condescendiente.
─Me llama la atención igual que te interese. Por lo que contás todo parece un poco forzado ─reflexionó Javier.
Pepe intuyó qué era lo que le molestaba, pero ensayó otra respuesta:
─Es que me divierte, creo que hay algo que tiene potencial pero no lo puedo explotar. No termino de comprender qué fue lo que salió mal.
─¿La buscaste por Facebook? ─preguntó Batata.
─No, no lo suelo usar ─contestó Pepe.
─¿Chatean seguido, le preguntas en qué anda, metés chamuyo, le mandás chistes? ─volvió al ruedo Batata.
─No, poco. Me parece medio tedioso eso. Por otro lado, la flaca no usa el teléfono prácticamente. Arreglábamos para vernos y nada más.
─O sea no le metías un “me gusta” a sus fotos ni publicaciones, no le hablabas: ¿qué esperabas? No estabas demostrando interés. ¿Cuánto demorabas en contestar sus mensajes? ¿Ella veía si estabas en línea?
Mientras todo esto se da Juan comienza a pensar sobre los dilemas de estos muchachos, tan distintos a los que él tuvo, similares en esencia pero había mutado, su manifestación se daba por otros canales que desconocía; era el mismo idioma, con otros códigos y gramática. Pensó que los dudas que se les presentan eran bastante pobres: sumar a alguien a Facebook, poner me gusta, escribir mensajes de texto o demorar más o menos las respuestas. Meditó y pensó que el amor pasó de estar preso de los acuerdos entre padres, a las convenciones de la religión y luego de la sociedad, para caer en las tristes y frías manos de la tecnología. Pensó en sus años mozos y como todo pasado siempre fue mejor, fantaseaba que en su época los muchachos gritaban su sentir por la calle, escribían cartas o canciones. Pensó con cierto rechazo: “ahora se presentan en sociedad con una foto en Facebook, se declaran con un me gusta y se conocen encerrados en sus cuartos con máquinas de por medio. La sociedad se ha escondido en una ventana virtual, para mirarse y aislarse a la vez, todos juntos en grupo compartiendo la soledad. El amor 2.0”. Juan siguió dándole vueltas a sus pensamientos, en un momento se cansó y volvió a escuchar la conversación. En su mesa discutían si el Peronismo era o no un partido.
─Pero, ¿cuánto tiempo dejabas pasar entre cada salida para llamarla? ─preguntó Mateo, quien tenía un libreto para cada salida que resultaba bastante eficiente.
─No sé, cuando me pintaba. Por ejemplo: un día salimos un domingo, al día siguiente me escribió y como me nació la invité para el viernes. Ella me dijo que sí y listo, volvimos a hablar el jueves o el viernes ─comentó Pepe.
─¡No! Amateur… la regla de los tres días, jamás antes. Tenés que dejar pasar tres días desde la salida hasta que le volvés a hablar; de esa forma la mina está semi histérica, hablando con las amigas sobre qué le pasa a este pibe que salimos re bien y bla, bla, bla. no me escribe. Cuando escribís, la mina pasó por mil estados de ánimo distintos y agarra viaje seguro. Este es un saber bastante universal, eh, no te estoy tirando ningún dato revelador ─explicó Mateo.
─No sabía que la sociedad en su conjunto había pactado eso, mea culpa. Yo creo que uno tiene que ser quien es. Si a mí me nace lo hago, o al menos eso intento.
─Pero ahí está tu error, ¡craso error! No tenés que ser vos, tenés que disimular… ─se envalentonó Batata.
─Vos lo que tenés que hacer ─arrancó a hablar Batata con cierta suficiencia─, es ir frente manteca. A las minitas les gusta eso. La volvés a llamar, la invitas a un lugar canchero, no un porro artístico, y…
Apenas comenzó a hablar Batata, Pepe dejó de escuchar y pensó: “lo que faltaba, que Batata me explique; se me agranda cualquier gil. Este gordo salame ahora da clases de encare. Hasta hace seis meses le decía a la primera mujer que veía, como gran línea de seducción, que estaba listo y preparado para vivir una nueva historia de amor”.
La cosa es que para Pepe, Batata pontificaba de más; no lo respetaba en estos asuntos como para escuchar con atención y consideración sus consejos. O por ahí el tema es más profundo: para Pepe, Batata había dejado de ser virgen por obra y gracia de la divina providencia, en consonancia con la Virgen María y varios santos. O mejor aún, no había encontrado ─Pepe─ prueba más cabal de la existencia de Dios y su intervención en el universo, que el hecho que Batata se haya transformado en un agente activo de la multiplicación de la especie. Por eso amén y loas a Dios por su gran favor a Batata, pero que este no se confunda y se quiera hacer pasar por un macho de barrio con brío y repleto de testosterona, pensaba él.
─¿Me entendés? Ahí la agarrás por la cintura ─continuaba hablando Batata, mostrando con sus manos su técnica─ y la matás. Es letal, eh. No falla. A las minitas les encanta. (El tono de voz en el término “minitas” de la boca de Batata, la expresión en su cara de gordo libidinoso que aparecía cuando esa palabra salía de su boca generaba en Pepe ─y en el resto de los consortes de la mesa, según se enteraría más tarde─ un profundo mal estar.)
─Ahora bien, ¿qué tan vos fuiste con la mina? ─preguntó Javier haciendo como si Batata no hubiese dicho absolutamente nada.
─Aunque puede sonar contradictorio fui yo y no lo fui a la vez. La piba me ponía medio incómodo y no me movía con libertad pero, por ejemplo, le mandé por mensaje una cita de un libro que me gustó ─contestó Pepe.
─¿Una cita? ¿De qué? ─se metió Mateo.
─Una de Dios.
─Dios es un tema jodido, hermano; tiene olor a virgo, a Iglesia, al buenito de la esquina, a potrillo castrado y, por sobre todo, es aburrido. Estás saliendo y te estás conociendo, ¿qué sentido tiene hablar de religión? ¿Por qué corno no hablas de otra cosa? Alguna película, viajes, deporte, salidas, alguna serie de la tele, conocidos en común, qué se yo  ─comentó Batata.
─Es que no era de religión… La cita es la siguiente: “Dios instruye al corazón no mediante ideas, sino mediante penas y contradicciones”. ─dijo Pepe─. Le pregunté su opinión.
─¿Qué te contestó? ─preguntó Javier.
─Nada recordable honestamente, pero no reaccionó como si le hubiese preguntando qué gusto de preservativo le gustaba más.
─Convengamos que es jugado. Yo te banco esas, pero esta fue… peculiar o arriesgada, por ponerlo de alguna forma ─comentó Javier, con cierto aire de intriga.
─A mí me parece que la cagaste ─dijo Mateo─. No entiendo cómo pretendías que eso salga bien.
Mientras la conversación seguía Juan se puso a pensar que todos los amigos de Pepe aconsejaban según lo que ellos harían. El consejo ─pensó para sí─, como tal, siempre nace desde un “yo haría”. Y de ahí pensó en el sentido omnipresente de nuestro “yo”. Consideró que nos molestan los defectos que tenemos y los proyectamos en los demás, aconsejamos desde lo que nosotros haríamos y al final del camino ─según le dijeron y creía─ nos enamoramos de quien represente en el otro, una parte nuestra. ¿Estamos fascinados con nosotros o estamos presos? ¿Será narcisismo? ¿Será eso lo que nos impide vernos? ¿Puede ser distinto? ¿Será eso lo que genera nuestros problemas? Esa enorme e invasiva presencia de nuestro yo que constantemente busca espejarse. ¿Qué más haremos de nuestra vida que nace desde ese yo? Si nos enamoramos de “nosotros” en alguien más, ¿de quién nos enamoramos: de lo que creemos somos, lo que de verdad somos o lo que esperamos ser? ¿El desamor vendrá, entonces, cuando uno cambia y ya no se siente espejado en el otro?
Mientras Juan pensaba y le da vueltas a su idea, Pepe comenzó a contar en detalle cómo fueron las salidas: qué fue lo que ella dijo, lo que no dijo, los mensajes que le mandó, las palabras que no usó y él entendió que faltaron, lo que él dijo o no dijo y así. Todo eso para presentar sus distintas hipótesis de la situación.
─Pero si le dijo a la amiga que le gustaste es que entonces la mina tiene interés ─comentó Javier.
─Sí, eso dijo de entrada. Incluso cuando la dejé la última vez en la puerta me dijo algo como “yo solo veo a la gente que quiero ver”. Nunca entendí cómo tenía que tomarlo, porque puesto así parece que yo dormí en la puerta, pero la flaca me puso un freezer difícil de descongelar ─comentó Pepe.
─Por ahí te transformaste en una simple cara bonita, abriste la boca y la cagaste ─lo gasta Mateo.
─Les juro que me intriga mucho, no sé dónde falló el tema.
─Me parece que le estás dando muchas vuelta al tema ─comentó Batata─. Mi impresión es que las cosas en general son bastante más simples. Te pongo un ejemplo, mi profesor de karate…
─Gordo ¿vos hacés karate? ¿Desde cuándo? ¿Cuántos años tenés? ¿Doce? ─entre risas le dijo Mateo.
─Callate, boludo ─se ofendió Batata─. Siempre quise hacer y hace unos meses me anoté. El hecho es que este tipo es un flaco humilde, sencillo y muy tímido. Conoció una mina que le gusta, están saliendo hace cuatro semanas pero él está como loco. Resulta que el sábado pasado en la clase tiene un problema que lo tuvo atacado: se le rompió el teléfono por la mañana y ese mismo día van a operar a su mina. Quedaron que él la iba a llamar, pero no tiene forma hasta que se le arregle el teléfono. Esto es un sábado, por ende con suerte capaz lo arregla el lunes y desespera porque cree que la mina lo va a tomar como un mal tipo por no aparecer. Todos nosotros lo tratamos de tranquilizar, le decimos que si la mina es razonable y le explica lo que ocurrió, no va a ser más que una anécdota, etcétera. El flaco entiende lo que le decimos pero analiza todo y le da mil vueltas, siente que todas las decisiones que toma pueden ser letales para su relación. Busca la mejor forma de encontrarle la vuelta y…
─¿Y esto qué tiene que ver, Batata? ─pregunta Mateo.
─Que acá Pepe hace lo mismo. Estamos hace media hora analizando lo que se dijeron o lo que no se dijeron, como si necesariamente algo hubiese cambiado si sumabas o restabas un par de palabras. Esto no es una ecuación. El orden de los factores no solo no altera el producto, sino que a veces los factores son irrelevantes para llegar al producto ─cerró Batata, sorprendido con su oración.
─Comparto lo que dice el Dogor. Si ella quiere salir va a salir igual, aún con una cita de Dios de por medio ─agregó Javier, mientras Mateo y Batata se ríen.
Pepe asentía. Se sintió identificado. Y se sorprendió que Batata lo haya hecho reflexionar y lo haya descubierto. Se le volvió a cruzar una idea, amagó con decirla pero comenzó:
─Me gustaría saber cuándo se termina, cuándo uno tiene que dejar de intentar. Algo así como los jueguitos que aparecía el game over. Un especie de certificado de defunción ─aclaró Pepe.
─El certificado te lo hago yo, querido, ya está esto ─acometió Mateo.
─¿La mina te gustaba o te gustaba tener a alguien para hacer programas? ─preguntó Javier.
─¿Valen ambas? ¿Alguno de ustedes leyó Un mundo feliz de Huxley? Hay un personaje que le dicen “Sr. Salvaje”. El tipo viene a ser un humano en estado natural, una onda rousseauniano el planteo. Al margen de la novela, este personaje lo único que leyó en su vida fueron las obras completas de Shakespeare y, porque está obsesionado, quiere que su vida replique escenas o sentimientos de las obras. En el amor, como no podía ser de otra manera, quiere encontrar a su Julieta. Le pasan cosas con una mujer, pero quiere que ella sea Julieta. Le resulta tremendamente frustrante que su relación no se desenvuelva como en la obra y que ella, no tenga las cualidades o virtudes de Julieta. Ahí queda la duda: ¿de quién se enganchó él? ¿De Julieta o de la chica de la novela? No sé a qué venía esto, pero me siento identificado.
─¿Qué es lo que te intriga tanto de esta mina? ¿Por qué le das tantas vuelta? No pareces siquiera tan interesado en ella ─dijo Javier.
Pepe dejó de dar vueltas y fue al grano. Juan previniendo que vendría un momento determinante de la conversación por el silencio seguido de suspiro de Pepe, prestó particular atención.
─Les voy a ser sincero… todo lo anterior es verdad, lo pienso. Pero hay algo que me está quemando la cabeza: siento que Saturno me está cagando o, mejor, que me cagó el muy puto ─dijo Pepe con preocupante seriedad, con tono de confesión y mirando al suelo.
Los amigos de Pepe hicieron silencio y miran extrañados. La situación no daba ni para hacer un chiste. Juan se sobresaltó, se movió violentamente en la silla extrañado y casi que atinó a darse vuelta hacia la mesa de Pepe; sus amigos volvieron a mirarlo con incredulidad, ya que Santiago estaba contando algo sobre el moisés que había encontrado en la baulera para su nieta.
─Perdón, muchachos, ─ensayó Juan─ me acordé de algo que no hice.
─Cuando decís Saturno, ¿te referís al planeta o a otra cosa? ─comenzó Javier, de forma pausada luego de un par de segundos.
─Sí, al planeta. Hace dos meses me hice una revolución solar…
─¿Una qué? ─preguntó desencajado Batata.
─Una revolución solar. Es como una carta natal pero miran los astros para un año y…
─¿Vos estás bien? ─preguntó Mateo preocupado─. ¿Hace cuánto que vas a brujas? ¿Qué te pasa?
─No es una bruja. Y estoy bien. Se los resumo: fui y me dijo cosas piolas, en otro momento si quieren les cuento. El hecho es que en un momento me dice algo como: “todo indica que (por algo que ahora no recuerdo), Saturno está en la casa de la pareja y, para mí, es probable que conozcas a alguien”. En el momento no lo creí porque no había nadie cerca, me pareció un chamuyo. Pero al poco tiempo me presentaron a Rocío y nada, las primeras veces salió todo bien y después comenzó a decaer. Me parece que me ilusioné. Que pensé algo como “listo, míralo a Saturno que express que es el amigo”. Por ahí quería que se diera, fue la excusa que me di. Y cuando se empezó a desinflarse o cuando nunca despegó, me sentí traicionado. Estafado por un planeta… patético.
─Vos la tenés que poner, Pepe, me estás preocupando ─dijo Mateo con sinceridad.
Juan comenzó a pensar: ¿y si simplemente no le gustaste? ¿Si ella solo salía por salir? ¿Y si no hay causa, no hay razón? No se dio porque sí, porque no se tenía que dar. Peor: se podría haber dado pero no se dio, ¿qué pasa con eso? Nunca vas a saber la razón ─si es que la hay─, ¿de qué valen las preguntas y las suposiciones? ¿De qué vale la reflexión sobre lo que ya está definido y nunca vas a saber? ¿Qué es lo que estás buscando saber? ¿Quién te dijo que todo tiene respuesta? Ellas son así, arbitrarias, crueles y frías. No les importas. Si pueden te pegan y lastiman. ¿Es la primera mina con la que salís, mocoso? Bienvenido al universo y prepárate, que la barranca para abajo se pone empinada.
Desgraciadamente Juan tardó en darse cuenta que fue hablando en voz alta mientras pensaba cada una de esas palabras. En ambas mesas se había producido un silencio de pausa. Su voz había sido clara, fuerte y categórica, todos habían oído su descargo. Ambas mesas comparten la incredulidad y quedaron congeladas. Los amigos de Juan no sabían de dónde salía eso, ya que Santiago estaba contando algo de la facultad de la novia de su hijo.
─¿Perdón? ─preguntó incómodo Pepe.
─Porqué no te metes en temas de tu mesa, campeón ─apuró Mateo a Juan bastante molesto con la intromisión.
Se prolongó el silencio un par de minutos, apenas interrumpido por el sonido de las pitadas de los cigarrillos o los tragos de cerveza.
Juan se disculpó con los integrantes de ambas mesas. Se sintió muy fuera de lugar y no encontró mejor solución que irse. Dejó unos pesos para la cuenta y se fue rápido prendiendo un cigarrillo, como si eso aclarase su confusión mental. ¿Por qué no se podía meter en los temas de su mesa, por qué no podía estar ahí? ¿Sobre quién estuvo pensando Juan esas horas en el bar? ¿A quién le había hablado? ¿Se había espejado?

 

Marcos Elia (27)
Abogado
marcos_elia@hotmail.com