Por Santiago Legarre.
Comencé el año en La Paz, por cuarta vez consecutiva; como lo había hecho los años anteriores, empecé con el francés, no sé por qué. Releí la obra de Balzac que en tercer año del colegio había conocido como Papá Goriot —que ahora fue Le Père Goriot—. (Tercer año fue, justamente, el año en que empecé a estudiar francés; primero en el colegio y luego, a partir del año siguiente, en la Alianza. De aquella lectura a los quince recordaba alguito nomás). Pocos autores he leído tan negativos, detallistas, certeros en su caracterización de la debilidad humana como Honoré de Balzac (que en tercer año era “Honorato”). Hay que estar preparado para tanta bajeza (y, además, tener paciencia: conviene recordar que Balzac es la fuente inspiratriz máxima de mis idolatrados leídos en el Taller (y, en especial, de don Benito Pérez Galdós) y de los rusos (en especial, de Fedor), que no se caracterizan por la celeridad en el desarrollo de la trama). Aunque sea un insulto o un atrevimiento que lo diga un ignorante, la prosa de Balzac es sublime, apenas debajo de la de Flaubert. Anoto, por último, que en esta obra maestra, los sentimientos paternales por las hijas se muestran de una manera sublime.
Mi siguiente libro fue tan cortito como excepcional; tanto que a fin de año lo declaré “el mejor del 2015” (je: ya lo hice tantas veces, que no me cree nadie): 84 Charing Cross Road, de la estadounidense Helene Hanff. El libro me lo regaló (su propia copia) un amigo en Madrid —su libro favorito— y enseguida me di cuenta de que yo había visto, años atrás, una película con una historia similar; tan similar que estaba basada en este libro. Ese fue el primer film que vi con Anthony Hopkins, cuando era uno de los actores dominantes, a comienzos de los noventa. Se llamó en Argentina Nunca te vi, siempre te amé. En fin, no diré más al respecto. El libro no puede dejar de leerse. Se trata de un epistolario —ida y vuelta de cartas— entre un varón y una mujer. Basta detenerse a observar la forma de las misivas para calar en la psicología de uno y otro sexo. Mi volumen incluye la secuela, titulada The Duchess of Bloomsbury que, “en mi humilde opinión”, tampoco tiene desperdicio. Cuando terminé estas dos historias pensé: me iría hasta el fin del mundo a conocer a la autora —pero se fue ella, hace un tiempo, a otro mundo—; y le envié estas palabras a La Lista de Nicky: es uno de los libros más emocionantes y alegres que he leído en mi vida.
De otra mujer que pensé otro tanto (“me iría a buscarla hasta el fin del mundo”) fue de Karen Blixen (yet another departed). Leí sus relatos autobiográficos Out of Africa y Shadows on the Grass, sobre los cuales se basó, en parte, la película África Mía (originalmente, Out of Africa), con Robert Redford y Meryl Streep. (Larga, lenta, buena. Gran introducción a la Kenia que fue. Pero es mejor verla a la vuelta, si uno tiene la fortuna de visitar la Kenia que es). La prosa de Blixen (la autora de La fiesta de Babette) es extraordinaria. Estuvo a un tris de ganar el Nobel de Literatura. Los relatos kenianos son difíciles de entender para alguien que no haya estado en África, creo. Para alguien que pisó ese suelo y vivió allí, aunque sea un tiempo, son un bálsamo indesperdiciable de empatía y consuelo (consuelo por la ausencia: el “mal de África…”).
Hubo más África… Mi alumna keniana Vision (editora de Sed Africa) me regaló una novela nigeriana de moda: Half of a Yellow Son, de Chimamanda Adichie, una joven estrella. A medida que avanzaba, cada vez me gustaba menos, cada vez me enganchaba más. En fin, hay tantas cosas mejores para leer… pero. Sin peros.
Y más África… Leí el libro de mi ahora amiga Kuki Gallmann, I dreamed of Africa, y luego vi en lo de Juan y Justa la película, con Kim Basinger. Emotivo el libro, aunque me pregunto cómo lo será para alguien que no conoce a la autora ni estuvo en los lugares.
Leer The Jungle Book y The Second Jungle Book fue meter más animales en este 2015: muy bienvenidos. Mowgli, the man cub, me atrapó: esa idea de que las fieras temen su mirada… Un libro soberbio y profundo, distantemente relacionado con la película estrenada hace apenas meses.
También hubo un nuevo Dickens, mi cuarto (luego de, en este orden, Copperfield, Oliver y Pickwick): A Tale of Two Cities. Es un libro tan distinto de los otros tres: muy histórico, con mucha más trama y aventura (pero también, al igual que algunos otros Dickens, con mucho drama). A su famoso comienzo (“It was the best of times, it was the worst of times…”) se suma harta sabiduría, como no podría ser de otra manera. Lo mejor, nuevamente, la relación hija-padre.
En Fiumicino me compré la nueva novela de Alessandro D’Avenia (su tercera; antes leí sus Bianca Come il Latte… y Cose che Nessuno sa, otras compras fiumicinenses), como para practicar un poco la lengua del Dante y reafirmar mi fidelidad al autor por el que aposté. De paso me liberó de la acusación de leer solo clásicos. Cio che inferno non è es un libro biográfico, al parecer, explícitamente “católico” y muy interesante. Tal vez demasiado largo.
Otranto fue otra parada italiana del año —un préstamo de mi amiga italoargentina Paola o Paula (pero nunca Paóla)—. Interesante, pero rebuscado: no me gustó. ¡Y se lo dije a mi prestamista, que no es fácil!
Y hubo este año varios libros cortitos, algunos muy lindos (Tuesdays with Morrie, un regalo de Clara) y otros muy tristes (Sin rumbo, un regalo de Agustín; y Los pichiciegos, un regalo de Gastón: los ingredientes argentinos infaltables; el primero, de un autor muerto; el segundo, de uno vivo).
Como siempre, hice una escala en mis amigos del siglo XIX español, con vistas al Taller de Escritura. En Madrid, Alfonso (el mismo que me había regalado “el” libro del año) me recomendó sumar a mis amados a Armando Palacio Valdés, sobrino de Pedro Antonio de Alarcón (el autor de El niño de la bola y El escándalo, dos clásicos del Taller). Luego de declarar sus libros inconseguibles, Lucas (el autor de esa declaración) me consiguió en 24 horas tres de los que Alfonso me había aconsejado. Elegí La aldea perdida, que fue un éxito (moderado) en el Taller, aunque casi todos coincidimos en que el final es desastroso.
Para redondear la cuenta, incluiré en esta lista una lectura, también italiana, que terminé en el 2015 (aunque la empecé antes): El Purgatorio, de Dante. ¿Qué puedo decir yo? Que ya he leído dos tercios de La Divina Comedia. Orgulloso.
Santiago Legarre (48 años recién cumplidos)
Lector
salegarre@yahoo.com