Sin título

Por Eugenio Sulpizio.

El presente texto forma parte de la introducción del libro Barcelona no era una fiesta

Supongamos que me llamo Silvio. De momento no hace falta saber nada más sobre mí. Supongamos que vine a Barcelona escapándome de Buenos Aires y de sus mil demonios, de calles y de miradas que me han perseguido y que aún me persiguen como el terror de Dios, y que también he venido a Barcelona para aprender a escribir novelas. Supongamos que esta es la historia de un cachorro de escritor que ha vivido un año en la capital de Catalunya, y que Eugenio Sulpizio, como un viejo escriba, se ha limitado a poner en palabras, a traducir lo que yo, Silvio, he vivido y sufrido y amado.

Supongamos que soy un personaje de ficción y que las otras personas que aparecen en esta historia también son personajes de ficción, puras entelequias que poco tienen que ver con la realidad, con la miserable y hermosa realidad. Toribio Marx, Ana, Los Perros Románticos, María Oksanen, el Croata y los demás, simples personajes de ficción.

Supongamos que quiero contarles esta historia porque tengo más vanidad que talento para escribir. Como buen cachorro de escritor que soy, he leído París era una fiesta de Ernest Hemingway entre copas de vino ácido y el amor huidizo de muchas mujeres. Aquel libro, tan simple y tan directo en su estilo como un uppercut a la mandíbula, me gustó tanto que decidí utilizarlo como modelo para escribir este libro. Como buen cachorro de escritor que soy, también he leído París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas, aunque esta vez frente a cafés muchas veces fríos y en el sofá de un viejo apartamento de L´Antiga Esquerra de l´Example. Él también se basó en el libro de Hemingway para narrar su aprendizaje literario en París, y yo, aunque en la Barcelona posmoderna de la crisis, que poco debe parecerse al París de la belle époque y al París aún revuelto por el Mayo Francés, decidí hacer lo mismo, quizá solo por vanidad. Quizá solo por eso.

Supongamos, en definitiva, que este libro es mera literatura, y que la miserable y hermosa realidad está prolijamente disuelta en el ácido de la metaliteratura, de la comicidad y de la autoficción, como mandan los tiempos que corren.
No sé quién dijo o escribió que en toda la historia de la literatura solo se han narrado dos historias: la de un héroe que regresa a casa y la de una guerra en una ciudad amurallada. Creo que fue Jorge Carrión, la primera clase que nos dio en la universidad. Y creo que fue Jorge Luis Borges quien dijo que solo se ha escrito una historia en toda la historia de la literatura: la de un hombre-Dios que es crucificado junto a dos ladrones.

La IlíadaLa Odisea y el Nuevo Testamento. La Guerra de Troya, el regreso de Ulises a Ítaca y la Pasión de Jesucristo. Eso sería todo.

Este libro es una mezcla de estas tres historias. Barcelona no era una fiesta es la historia de un viaje, de una ciudad y de una muerte.

Y entonces supongamos que esta es la historia de mi experiencia durante un año en Barcelona, y que mi muerte, la muerte de Silvio, no tendrá dominio aquí, que los hombres desnudos han de ser uno solo con el hombre en el viento y la luna poniente, que cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie, que aunque se vuelvan locos serán cuerdos, que aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán, que aunque se pierdan los amantes no se perderá el amor, y que la muerte no tendrá dominio, y que Barcelona sí era una fiesta, y que Barcelona algún día volverá a ser una fiesta, aunque nunca lo haya sido.

El metro disminuye la velocidad. Algunos pasajeros se levantan de sus asientos. El negro de barba y túnicas blancas que nos había estado mirando nos sonríe con una sonrisa sin dientes. «En el metro de Moscú no hay gente tan extraña como en el metro de París», dice Lenin, y yo le muerdo los labios. Todavía recordábamos el hedor de los vagabundos de pies rojos como chorizos de la estación Châtelet. Ahora el altoparlante anuncia dos veces en francés el nombre de nuestra estación. Ya casi llegamos a la esquina del boulevard Saint-Germain y la rue Saint-Benoît.

Eugenio Sulpizio (29)
Abogado
eugenio.sulpizio@gmail.com