Una nueva mirada sobre África

Por Santiago Legarre.

Cuando empecé a escribir mi relato de viajes Un profesor suelto en África, nunca imaginé que hacerlo me abriría ciertas puertas. Tal vez si hubiera pensado “si escribo un libro en el que se mencionan ciertas personas, empresas y lugares, esas personas, empresas y lugares pueden tener algún interés o querer recompensarme o asociarse conmigo”, me habría parecido una posibilidad verosímil o factible (aunque lo dudo). Pero ni se me pasó por la cabeza. Escribí por otras razones (y sobre todo, sin ninguna, al menos consciente). Y estampé una vuelta en globo, y conté, como quien no quiere la cosa (o más bien, como parte de mi afán inagotable y pesado de contarlo todo), que Hot Air era el nombre de la empresa global. Y relaté un alucinante safari nocturno en una reserva privada llamada Mara Naboisho y ofrecí, con naturalidad palmaria y sin segundas intenciones, pelos y señales de dicho parador turístico y de mi audaz guía, Derrick.

Pocos meses después de la publicación de mi libro, aterricé por quinta vez en Kenia, con varios ejemplares en la valija. Un día se me ocurrió llamar a Basecamp Explorer, una empresa noruega que administra Mara Naboisho, para contarles de mi relato de aventuras. A esta altura ya se me había ocurrido que a lo mejor podíamos trabajar juntos. Luego de varias dificultades de comunicación (un clásico africano) y de mucha insistencia (un clásico mío), me citaron para una reunión. La gerenta, Petronilla, estaba fascinada con el libro y, aunque no entendía una palabra, miraba con asombro las fotos… de Naboisho. “Cuento corto”, como dicen los chilenos, me propusieron un intercambio de favores: si yo los ayudaba a difundir su reserva en mi parte del mundo, ellos me invitaban a visitarla nuevamente. Es lo que se llama un canje, creo. Y acaso al escribir estas líneas y decirte, amable lector, que Mara Naboisho es un lugar celestial (y vaya que lo es), cumpla yo una parte de mi parte (del trato).

Antes de despegar (¡en avión!, cortesía también de Basecamp) hacia Maasai Mara (la reserva nacional adyacente a Naboisho), se me ocurrió, ya envalentonado por el resultado de la gestión anterior, mandar un mail al dueño de Hot Air, Chris, un temperamental y fascinante piloto al que dedico varias páginas de mi crónica africana. Cuando al día siguiente del envío encontré en mi casilla una invitación a llevarles una copia dedicada del libro y volar en globo nuevamente, mi sorpresa y alegría apenas tenían límite. Antes del amanecer del día de una nueva travesía por los aires, Chris (con Alisha, su simpática hija, a sus pies) observaba sonriente la tapa del volumen mientras yo exclamaba orgulloso: “¡Decidí poner el globo allí mismo, pues fue lo más lindo de mi viaje anterior!”. Él me miró con un dejo de ironía: “Ese globo no es de Hot Air, sino de mi competencia. Como la foto fue tomada desde nuestro globo…”. Mi vergüenza duró poco: a Chris no pareció importarle tanto el detalle y me ordenó embarcar, para comenzar otra aventura maravillosa.

Así fue que regresé a sobrevolar el Mara, aunque esta vez con sensaciones muy distintas: ahora no era turista, sino parte socio, parte dueño de casa: la gente me trataba con amabilidad, sí, pero con la amabilidad con que se trata a un miembro del equipo, que es inefablemente distinta de la que se tiene con quien potencialmente te dará una propina. Tiene un sabor especial lo que se disfruta gratis o, más bien, como fruto del trabajo propio, sobre todo cuando el fruto no estuvo en los planes y uno cosecha distinto de lo sembrado, por tomar prestada una expresión usada en esta revista por el gran Rayo hace más de diez años.

Mientras cierro esta columna, a lo mejor canjeable, preparo lentamente las valijas para retornar a Arcadia por sexto año consecutivo. Y no puedo dejar de preguntarme qué me deparará en esta ocasión el destino y cuáles serán las sorpresas que acarreará esta enésima siembra.

 

Santiago Legarre (49)
Escritor de viajes