La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

Por Estefanía Servian.

Esconderse del resto para que te vea quien quiera.

En el número 7 de la calle Grenelle se esconden y pierden dos personalidades ante tanto glamour y vida tradicional. Por un lado, una portera con ideas extraordinarias. Es ella misma quien se disminuye, considerando que “una portera” no puede tener pretensiones: no debería saber de arte, de música ni de la mejor literatura. René, la portera, que aceptó su rol en la sociedad en que nació y se reveló por dentro: con novelas, con historia, con visitas a museos en días libres, con música y, sobre todo, con pasión por todo eso.

Por el otro, una nena de doce años con una inteligencia alucinante y sencilla, que escribe “ideas profundas” como un último intento loco de aferrarse al mundo y que ellas le demuestren que éste vale la pena. Criada en un ambiente donde no se les pide a las mujeres que piensen, sino que cuiden plantas y tengan niños. Cada tanto, que asistan a terapia, para reflexionar: no mucho. Pensar es un peligro porque se corre el riesgo que caer en la cuenta de la propia vida. La particularidad y ridiculez de enfrentarse con el simple hecho que Paloma, la niña, no ve un real sentido a la vida en crecer y convertirse en los adultos que tiene a su alcance: una buena familia (en el sentido de acomodada familia) que no habla; un padre culposo e indiferente, una hermana mayor snob con aspiraciones filosóficas básicas y una madre que cuida plantas sin amor e hijas sin sentido. Mucha terapia para fingir y toda la culpa que se esconde por internar a la abuela en un geriátrico. Interesante es la reflexión de Paloma sobre la diferencia de lugares donde descansan las personas ricas, pero crueles, como su abuela, y los demás que no cuentan con esas comodidades por el simple hecho de nacer en determinado lugar. Un ejemplo de injusticia muy preciso.

Hay un poco en esa familia del quinto piso del número 7 de la calle Grenelle de lo que dice Javier Marías, acerca de que con muy poco se pueden formar familias. Mostrar la  vida de Paloma que lo tiene todo y le hace falta lo básico – y siempre trillado: amor. Se esconde de su familia para no verlos y desea quemar su casa, como forma de castigo a sus padres, quienes, cree, extrañarán más los objetos que a su pequeña hija.

Tanto René como Paloma cuentan con una riqueza interior tan grande que parece que no necesitan de los demás. Lo cual es cierto. Pueden vivir solas, sobre todo René que es una persona adulta. No todos están preparados para enfrentar su propia vida y la carga que conlleva hacerse cargo. El común de la gente, por lo general, solo vive. Elevar el espíritu hacia el autoconocimiento y la superación personal es cualidad de valientes.

Todo es cuestión de perspectiva y nada es lo que parece. Podemos recorrer las mismas calles, leer los mismos diarios, gustarnos la mismas rosas y, pese a esas mismas vivencias, podemos no aprehender del mismo modo la belleza del mundo. Caminar por la calle puede ser un simplemente ir hacia algún lugar: al trabajo o a la casa de un amigo, por ejemplo. Para otros, ese mismo camino puede ser desaparecer. Disfrutar el paisaje, perderse en el viaje, pensar en la libertad y entender que desplazarse es lo de menos: lo importante son las sensaciones del camino. Como en el “Diario del movimiento del mundo” de Paloma. El jugador haciendo el Haka en el partido. La comprensión de ello que se desencadena mientras se mueve; el entender que hay belleza en ese movimiento. Y por un segundo olvidar que no se dirige a ningún lugar mientras se mueve.

Es la construcción de los hábitos cotidianos de cada uno lo que termina por definir y moldear a uno. Quien toma café a la mañana del mismo modo, a la misma hora y lee el diario es similar a otra gente que toma ese mismo café y lee idéntico diario. Son las decisiones las que definen a las personas. Mas tiene que existir algo más que ser la persona que lee determinado diario y toma cierto café por la mañana. Ese algo más es justamente lo que somos.

Es maravilloso cuando miramos a alguien y podemos ver a través de ellos. Lo bueno y lo malo. Paloma ve a sus a sus compañeras de colegio y descubre que puede ver su futuro impregnado en su cara: casamientos múltiples, falta de afecto, profesiones truncas… Cuando ve a René por primera vez —a quien conoce desde que nació— siente que ese encuentro vale la pena.

No era justo que partiera de este mundo sin que la descubrieran. Que aparezca una persona que pueda ver a través de sus ojos y la quiera por sus ideas. Que pueda compartir esos gustos y que se olvide del ´qué dirán´, frase que tanto daño le ha hecho a los cobardes. Había cierta cobardía también en René. El esconder lo mejor de sí ante los demás para que no la lastimen era de los peores errores cometidos por ella. Merecía conocer a quien no hubiera que explicarle la primera frase de una novela y lo que eso significa. Que entienda que con buen libro nunca se está solo, que el olor de una camelia puede salvar una vida. Y que nunca es demasiado tarde para encontrar a alguien, cuya presencia, reconforte el alma. René estaba rodeada de esos momentos de belleza pequeños, cotidianos; los cuales vivía sola. Bien sabe que, a veces, es difícil compartir determinados gustos, los particulares —y extrañamente los que nos definen—, nuestra esencia, con amigos. Porque René sí tenía una amiga, como también Paloma. Alguien a quien querían mucho y que sabían cómo eran en realidad. ¿Por qué entonces se ponen tan felices al encontrarse? ¿Por qué comprenden que les cambió la vida? Porque los amigos pueden saber tus gustos y no comprenderlos. René y Paloma, al conocerse y descubrirse de pronto, también comprenden que son las causalidades maravillosas las que unen a dos personas en una amistad improbable (por el prejuicio que incluye edad, condición social y, sobre todo, estrechez mental) y, sin embargo, completamente lógica.

Con una persona con semejante bagaje intelectual, quienes la conocieran no deberían aburrirse jamás. Y aun así, es allí donde se encuentra la primera encrucijada: ¿qué implica conocer? La luna no muestra todas sus caras. Tampoco las muestra en todo momento. Hay determinados hechos, mágicos que tal vez, que unen a las personas que quizás se ven cotidianamente, pero no se miraron de ese modo las primeras veces. Era difícil para ellas encontrar con quien hablar y, sobre todo, sentirse acompañadas que, claro está, no es lo mismo que estar con alguien. Las dos tenían otros amigos, pero fue encontrarse lo que cambia su destino.

Por eso es también que ambas reconocen que la otra es su alma gemela. No lo es Kuduro, el japonés. Más allá de sus gustos comunes y lo sofisticado de su pensamiento, la una le puede reconocer a la otra, esa soledad y esa angustia de sentirse incomprendida. Ese creerse únicas, en el sentido de particular, no egocéntrico. Y conocerse les cambia la vida y les enseña que no hay vida ordinaria si se desarrolla el interior y se proyecta hacia afuera. Que no es necesario estar tan solo. La búsqueda incansable de la felicidad no se termina nunca.

Entender que son unos pocos los que cuentan con la elegancia del erizo. Con esa frialdad y distancia si los observas de lejos, que ahuyentan con su porte; y, a la vez, en el interior son dueños de una belleza extrema que vale la pena descubrir y compartir, si se aprende a mirar. Un placer conocer gente así. Son los menos.

 

Estefanía Servian (30)
Abogada
estefiservian@hotmail.com