Por Camila Brugnoni.
Amar… contra viento y marea. Desde que sale hasta que se pone el sol, este sentir gira en torno de nuestras finitas vidas.
De acuerdo con la tradición judeo cristiana, se deduce que es por amor que Dios crea al hombre, varón y mujer, gratuitamente. Este animal raro, como lo denomina Bochenski, emplea su razón, su capacidad reflexiva e inventiva, para satisfacer desde sus albores, una de sus necesidades: expresarse. Prueba de ello son, por ejemplo, las pinturas rupestres de la silenciosa y gélida cueva de Chauvet.
En este sentido, no han sido pocos los artistas —músicos, escritores, escultores, pintores y cineastas, solo por nombrar algunos de ellos— que a lo largo del tiempo han plasmado en sus obras la temática del amor. Juan Valera hace lo propio en Juanita la Larga. Su ingenio nos regala dos personajes que nos invitan a discurrir acerca de si el amor tiene o no edad. Y, cual misión diplomática, el literato nos transporta a Villalegre, pueblo inspirado en su Cabra natal.
Allí residen los protagonistas de esta novela de romance: Juanita la Larga, joven de armas tomar y gran auxiliadora de su madre tocaya; y Francisco López, don Paco, hombre de aspecto jovial, viudo desde hace más de veinte años, padre, abuelo y secretario del Ayuntamiento.
A priori, el quid de la dificultad que encuentra Juanita para aceptar el amor de don Paco, gira en derredor de la divergencia de edades entre ellos, ya que ella es treinta y seis años menor que él. Y es así como ella le plantea a su admirador que, dado a su edad, podría ser su abuelo, mencionándole su preocupación: ¿dónde iría ella a ocultar su vergüenza, arrojada de la villa por seductora de señores ancianos?
Sin embargo, el prejuicio respecto a la edad no es el único escollo que se interpone entre ellos. El temor por romper con el statu quo y por la opinión de sus compatriotas, junto con las desigualdades sociales entre uno y otro, actúan de tal manera en la psiquis de la moza, que opacan sus sentimientos.
El sermón dado por el padre Anselmo en la misa perfumada de laureles y flores frescas, con ocasión de celebrar la vida de Santo Domingo de Guzmán; y la noche en la que Juanita luce el vestido de seda, color verde oscuro, que confecciona con sus propias manos, con la pieza de tela que don Paco le regala, causan gran revuelo, y marcan un antes y un después en las vidas de las Juanas.
A partir de la premisa que sostiene que no hay edad para el amor, probablemente surja un abanico de opiniones. Los elementos que componen la tríada romana desarrollada por Ulpiano (vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo suyo), resultan útiles para medir nuestras acciones.
Y si recurrimos a las fuentes de la moralidad, podremos decir entonces que los actos humanos moralmente buenos dependen del objeto elegido, del fin que se busca y de las circunstancias de la acción. Ergo, algunos podrían preguntarse: ¿es o no moral la actitud de Juanita al aceptar la seda que le obsequia don Paco? Lo cierto es que solo Dios conoce el grado de conciencia de la persona a la hora de realizar el acto bajo la lupa.
De allí en adelante, Juanita reflexiona acerca de la serie de eventos desafortunados que la tuvieron como protagonista. Se pregunta por el motivo que hace que tanto ella como su madre tomen la decisión de recibir de tertulia, todas las noches, a don Paco; en algunas ocasiones solo, y otras en compañía de Antoñuelo.
¿Por qué motivo es señalada? Juanita, siendo hija de madre soltera en el siglo diecinueve, intuye conocer las respuestas de estos inquisidores interrogantes. Su destino parece haber sido prefijado. Está condicionada por su historia de vida; aquella que no eligió, pero a la que está sujeta. Y así es como la sucesora de don Paco, doña Inés de Roldán, le transmite a Juanita que por su desventurado nacimiento, por la clase humilde a la que pertenece y por la pobreza que la obliga a residir en ese lugar, tendrá que quedarse soltera o casarse con un labrador rudo y zafio, que sin lugar a dudas, no debe llevarle tantos años de diferencia.
Ello parece indicar que Juanita no tiene la oportunidad de decidir por ella misma, de elegir cómo vivir y a quién querer. No es dueña de su propia vida, sino que la misma es manipulada por los demás. ¿Cómo puede Juanita elegir compartir el resto de sus días con un hombre como don Paco, del cual dista tanto en edad, como en clase social, teniendo que batallar con los prejuicios propios y ajenos, cuando ni siquiera es verdaderamente libre de elegir un joven contemporáneo a ella?
¿Qué posibilidad tiene Juanita de expresarse por sí misma y manifestar sus opiniones? Esclava de su génesis, atada a los dimes y diretes, condicionada socialmente, ¿cómo puede imaginar esta pareja, el enlace que tendrá finalmente esta concatenación de hechos? ¿Quién creería en el amor desinteresado que la joven siente por aquel hombre entrado en años, si no fuera por el esfuerzo que ella hace para demostrar sus valores y su integridad?
¿Por qué impedirle a don Paco la posibilidad de enamorarse a su edad?¿Puede él pensar en la posibilidad de que Juanita aparezca de un día a otro en su casa y le confiese su amor, siendo este rechazado una y otra vez por ella, bajo el pretexto de la diferencia generacional? ¿Cómo puede imaginar ello, sin estar bajo la aguda y crítica mirada de su hija? Sin dudas, ello es inconcebible para el maduro secretario del Ayuntamiento, quien a pesar de sus muchas navidades, dadas las circunstancias, no lo predice.
Pero como dice Víctor Frankl: «quien tiene un porqué para vivir, soporta cualquier cómo». El plan que tiene doña Inés para unir en matrimonio a su viudo padre con doña Agustina y preparar a Juanita para el monjío, no surte efecto. La infelicidad que abraza a don Paco radica en amar sin ser amado.
Él no toma una decisión valiente al huir. Como afirma Romano Guardini en La aceptación de sí mismo, «la auténtica valentía significa saber que se está puesto en un lugar por Dios y por eso no cabe apartarse hasta que Él mismo le llame a uno a retirarse». Por lo tanto, su decisión, lejos de ser un acto de valor, es fruto de su desengaño, al ver a Juanita caminando bajo la plateada luna junto al mismo hombre, a quien encuentra en otro momento, besando y abrazando —de manera forzada aunque ello desconoce— en la antesala de la casa de su heredera: a don Andrés, la persona más poderosa de Villalegre y amigo suyo.
Sin embargo, aquel malentendido se supera con la decisión de la joven de ir al encuentro de don Paco, quien al ver a Juanita en su morada sincerando sus sentimientos hacia él, en principio no sabe cómo reaccionar. No puede creer que ella ya no repare en su vejez. Un torbellino de emociones lo arrebata y al escucharla hablar con tanta convicción y honestidad, se quita la coraza y deciden celebrar sus esponsales, en presencia de familiares y allegados. Incluso ya sin recelos, junto a don Andrés, a quien Juanita previamente ofrece amistad y pide que sea su padrino de bodas en presencia de doña Inés, testigo de aquel momento, a hurtadillas.
Amar… contra viento y marea. Como nuevas y viejas olas forman el mar. Así, finalmente, se funden las vidas de don Paco y Juanita, como lo hacen en un cuadro distintas pinceladas. En este sentido, tanto Juan Valera como el artista plástico Héctor Tortolano en su muestra en óleos «No mud, no lotus» coinciden en poner al amor como tema central de sus obras. Interesante resulta el concepto de dicha exposición: sin el lodo, no existe flor de loto.
Todo tiene que ver con todo. Quizá Juanita sea el loto cuyo florecimiento tiene lugar a partir del lodo. Esta joven de bríos, que en su espíritu arrebuja nobles valores como la honradez, no alcanza su plenitud sino hasta hallar su camino hacia la felicidad: el verdadero amor.
Camila Brugnoni
Estudiante de Abogacía
camilabrugnoni@gmail.com