Por Sofía Pellizzaro Arena.
Viaje esperado, viaje de descanso con mi familia. Viaje merecido después de mucho tiempo de dedicación para egresarme y de trabajar para tener ahorros con el fin de comprarme regalitos en el exterior con mi propia plata.
La mañana del viernes me desperté resfriada y decidí pedirle a mi jefa hacer home office. Aunque sé que en el fondo me odió, no pudo negarse ya que ese mismo día me iba de viaje a la noche. Comprendió que con ese día lluvioso, podía terminar peor de lo que ya estaba.
Tendría que haber escuchado a mi cuerpo y entender que era señal de una mala jornada.
Aún así, mi día continuó normalmente hasta llegada la noche. A la 1 am partimos a Ezeiza, a las 3:30 am hicimos el check in.
A las 6:30 am estaba programado el vuelo rumbo a Miami con escala en San Pablo. Ambos vuelos con Latam.
Se preguntarán por qué hicimos todo tan temprano y la respuesta es porque mi tío nos hizo el favor de alcanzarnos y no queríamos hacerlo despertar a la madrugada. Pero uno siempre aprovecha el tiempo en el free shop y con mi madre nos probamos todos los modelos de Ray-Ban.
Esperando en nuestra terminal, la niebla empezó a aumentar y, por ello, la partida comenzó a demorarse. Una, dos, tres horas. Cada vez nos poníamos más ansiosos. Se nos pasó por la cabeza que perderíamos la conexión, pero la empresa nos aseguró que el otro vuelo esperaría ya que éramos 60 pasajeros los que lo haríamos.
Promesas y confianza ciega.
Llegamos a San Pablo a las 11:30 am aproximadamente. Casi 30 o 40 minutos después del horario de partida programado para el vuelo de conexión.
Nos recibió un muchacho brasileño, representante de Latam, con señas y gritando “Miami”. Nos indicaba que hiciéramos una fila para hablar con otra empleada de la empresa.
La gente comenzó a romper fila y a exigir explicaciones. Allí nos dijeron que habíamos perdido la conexión, que nos darían hospedaje en el hotel del aeropuerto y comida, y que mañana encontrarían un vuelo para todos. Sí, para todos.
Las cosas no cerraban. Éramos 60 pasajeros que perdían un vuelo. Un vuelo que prácticamente viajaba vacío. Un vuelo fantasma.
Nadie era estúpido, así que no nos quedamos con esa historia. Y comprendimos que la empresa había sobrevendido, y había ocupado nuestro vuelo con personas varadas del día anterior. La conexión nunca nos esperó y nunca planeó hacerlo.
Pocos aceptaron la propuesta de Latam. El resto, ya hecho un tumulto, pronto se convirtió en la peor pesadilla de todos los representantes brasileños de Latam que empezaban a llegar. Comenzó siendo uno, luego se acercaron dos más, y finalmente terminaron siendo 7 los valientes brasileños contra los casi 60 argentinos (descontando los que se fueron).
La desesperación se apoderó de todos. Como consecuencia de perder ese vuelo, muchos perdían otras conexiones, gastos de hotel, gastos de alquiler de autos, un día menos de poder disfrutar de las vacaciones. Particularmente nosotros, perdíamos un crucero.
Poco a poco, nos fuimos disminuyendo. Y los que quedamos podría decirse que nos volvimos una “familia”.
Familia de familias. Pero una solo por interés, ya que si unos recibían una buena propuesta, la tomaría y se marcharía sin mirar atrás. Y así fue.
Los “luchadores” conseguimos que nos asignen a vuelos con otras aerolíneas. Calculo que habremos sido 30 personas que obtuvimos ese “logro”.
Obviamente que para ese momento, ya se habían hecho las 6 pm. Yo ya había descansado una hora en el hotel y había ido a almorzar unos fideos pasados. Pensar que estaba casi enferma, pero eso ya se encontraba en segundo, tercer plano.
Vestidos con la misma ropa, solo con nuestros bolsos de mano, con pocas horas de sueño, con miedo a que las promesas sean otra vez falsas.
A las 8 pm, el grupo asignado a la empresa Avianca fue “cortejado” al “check-in” para despachar las valijas. Es decir, nos hicieron salir, pasar por migraciones, recoger nuestras valijas y caminar por medio aeropuerto. La nueva empresa nos retuvo unos momentos para chequear el pase pero luego todo fluyó con normalidad. Como si el día volviese a empezar, como si nunca hubiésemos hecho el viaje desde Buenos Aires.
Nos dirigimos nuevamente a aduanas, a migraciones y terminamos en el free shop probando Ray-Ban, para no perder la costumbre. A las 11:55 pm partíamos.
Ahora me encuentro en el avión, rumbo a Miami, casi por aterrizar y no puedo creer la experiencia que hemos pasado. Si es que se le puede llamar experiencia.
Lo bueno es que.. nada más puede ser peor de lo que ya pasamos. ¿No?
Por supuesto que los empleados brasileños de Latam tendrán pesadillas por mucho tiempo. Los 60 no se olvidarán.