Repetir la historia sin saber

Por Marcos Elia.

—¿Por qué no rezamos? —preguntó mi tía.

—¿Rezar? ¿Para qué? —contestó mi abuelo.

—Para que te sientas mejor.

—No, por favor —dijo un tanto ofuscado—, no vamos a molestar a Dios con esto.

Ese diálogo ocurrió de verdad hace unos tres años, lo curioso es que mi abuelo estaba en cama, con un cáncer que azotaba su cuerpo hacía dos años. Ese día se descompensó, podría haber muerto en ese momento; lo hizo varios meses después.

El fragmento de la conversación revela su carácter, visión de Dios y el sentido de la fe.

Desde que oí esa historia de boca de mi tía (bastante azorada, por cierto) se me ocurrieron distintas hipótesis sobre su idea de Dios (el mismo que el mío, aquel que es uno y trino, que nos ama tanto que envió a su único hijo —¿nosotros no éramos sus hijos también?— para que muriendo en la cruz nos redimiera de pecados que no recordamos, que aún no habíamos cometido y de los que tampoco nos podemos confesar).

Hipótesis uno:  Dios es un ser atemporal, creador de todo y que nos quiere, pero no debe ser molestado si uno sufre, no importa que esté cerca del final. Dios como el rock star a quien adoramos y admiramos, pero no interrumpimos. Bastante tiene con la existencia de todos los seres y el orden del cosmos.

Hipótesis dos: Dios es puro amor, de verdad le gustaría poder oír los sufrimientos de todos nosotros, pero algunos de nosotros no somos tan dignos de clamar por su ayuda ya que nuestro pesar, no es tan relevante. Dios debe ocuparse de tanto dolor que hay en su creación que no corresponde molestarlo; solo se lo puede llamar cuando el dolor es grande o importante. Hay tanta gente que sufre y tantos a quien Dios debe asistir que no es prudente aparecer en este momento, quizás más adelante. La religión como un ejercicio estoico. Dios como un ser amante y poderoso, pero con déficit de atención por la cantidad de quilombos que debe acudir. No debemos aumentar el stock de tragedias de la humanidad y distraer a uno de los pocos con capacidad para resolverlas.

Hipótesis tres: Dios como el reflejo de la muerte, como el médico de cuidados paliativos o el brazo no buscado que se extiende a alcanzarnos para dejar este cuerpo. Rezar es preparase a morir, comenzar una revisión de la vida, contemplar de verdad qué hice y voy a dejar, lo que voy a extrañar (si es que esa acción es posible a donde sea que vayamos), es pasar del temor a la intriga por el más allá. Preferible es no molestar, no rezar será vivir.

Siento que las tres hipótesis convivían en su ser y así, no era ninguna.

La educación de los padres a sus hijos se forma de miles de hechos, palabras, gestos y muchos son solo el reflejo de la forma de ser de ellos. Mi abuelo transmitió mucho de sí a sus hijos, entre ellos mi mamá.

A mamá le encontraron cáncer a fin del año pasado, una semana después de Navidad. Su nombre médico es Mieloma Múltiple, pero para mí el término de ocupa le cabe bien. Es un bicho muy jodido porque por más que no es de los más graves, no tiene cura hasta el momento.

Casi todas las personas a las que les comento que mi madre tiene esa enfermedad tienen una crónica con un intruso similar; incluso algunos tienen historias de sanaciones con tratamientos insólitos o milagrosas. El universo de propuestas para tratar una enfermedad como esta es amplio, y todos gentilmente acercan sus sugerencias.

El mercado de la sanación es mucho más amplio del que uno se imagina hasta que el cáncer entra en tu vida, hay de todo: empresarios que se curaron meditando en California, viejos que extienden su vida al cambiar la alimentación y basarla en papa, minerales de Chile que equilibran el ph o algo en la sangre e inhiben la multiplicación de las células malas, curadores con magnetismos, imposiciones de manos religiosas o de Reiki, homeópatas enojados con el sistema capitalista de la salud, alópatas enamorados de sus protocolos y estadísticas, buscadores de hierbas curativas en el Amazonas, santos sanadores recluidos en ciudades del país, terapeutas de vidas pasadas, consteladores del árbol genealógico, médicos chinos que invitan a preguntar el «para qué» de la enfermedad, curanderos, brujos y astrólogos. Todos tienen algún caso en su haber, alguna sanación que avala totalmente su credo y legitima su posición. En el fondo, la fe en lo que hacen.

Personalmente no juzgo a ninguno. Es más, apoyo ir a todos mientras no sean contradictorios o se anulen entre sí. Podrían decir que creer en todos es no creer en ninguno, y en cierta forma es cierto: creo que todos son distintos caminos para la sanación y no sé cuál la dará. Estoy bastante convencido (el bastante va porque cada tanto me agarra algo de miedito y dudo) que la sanación viene de adentro y así, todos los tratamientos son caminos a uno mismo para que sane.

Mamá comenzó su tratamiento con bastante apertura mental, vio diferentes médicos y coqueteó con diferentes ciencias y artes. Con el tiempo el matacaballos lima cerebros que es la quimio, atenuó esa apertura y la enfocó mucho en los perjuicios que ese tratamiento le generaba en el día a día.

Hace poco mi jefa me contó que conoce un amigo íntimo del Papa Francisco que lo va a ir a ver este mes y ha visto varios milagros que el Vicario de Cristo ha realizado. Con cariño me ofreció que le dé una carta de mi mamá, para que él se la dé en mano al Obispo de Roma. Me pareció que cuadraba dentro de mi postura de hacer todo lo que esté al alcance.

El sábado por la tarde fui a la casa de mis viejos en la esquina de Callao y Guido.

—Ma, mi jefa conoce a un tipo que va a ir a ver al Papa, ¿no querés escribirle una carta para que la lleve? — le dije entonces.

—¿Una carta al Papa? No sé, no me siento cómoda pidiendo un milagro— me contestó mostrando su incomodidad y el sentimiento de impertinencia que le afloró.

—No le pidas un milagro, pedí que rece por vos para que puedas llevar bien el tratamiento— contesté un tanto incrédulo.

—Mmmmm, no me parece, el Papa tiene tantas cosas que hacer. Mirá si lo voy a molestar con mi tema cuando tiene tantos asuntos que tratar —replicó.

—Me hacés acordar a Tata —le dije riendo.

—¿Sí? ¿Por qué? —dijo sorprendida.

Le conté la historia. No la conocía.

Debo haber aprendido mal de mi abuelo y mi madre ya que yo escribí la carta, le pedí por mi familia y en especial por ella. Hoy se la di a mi jefa.

 

 

Marcos Elia (29)
Abogado
marcoselia1@gmail.com