Por Santiago Legarre.
Supongo que a muchos de los sentados cerca de mí en el teatro Maipo les pasarían por la cabeza cosas como las que estamparé acá, lo que deduje de sus edades y de algún comentario aislado en voz no tan baja:
Me crie escuchando jingles en televisión cantados por Valeria Lynch. Entonces no se llamaban así, pero (aunque no sabría explicar por qué y yo era muy chico) recuerdo que era ella la cantante (a veces con Víctor Laplace, otro recuerdo insólito). “Y ese amor por ti, que crece más y más…”. Me parecía que cantaba (yo) en voz bien baja de nuevo eso, cuarenta años después, en mi espera en el Maipo.
Estaba por salir esa misma mujer —¡qué emoción!—, casi tan vieja como Norma Desmond, el personaje central de la película de Billy Wilder, conocida en castellano como “El ocaso de una estrella”, que vi por tele en el sanatorio Mater Dei a los dieciocho años, la única vez en la vida en que me operaron; película que luego usó de base Andrew Lloyd Webber para su musical “Sunset Boulevard” (así se llamaba también, originalmente, el film en blanco y negro del genial director); el mismo musical en el cual, en Buenos Aires, Valeria es Norma y en el cual todas las canciones originales están dobladas al español, al estilo Avenida Corrientes (aunque con un nivel soberbio en este caso (y lo digo con la aclaración de que me resistí a ver esta versión argentina por el solo hecho del doblaje que, en general, me saca de quicio)).
Y mientras la espera continuaba me vino a la cabeza ese cartel enorme frente al supermercado Disco de la calle Talcahuano y Marcelo T. de Alvear: un cartel promocional de la escuela de actuación y canto de la diva Lynch que, según leí en wikiporahí, tiene como dieciséis sucursales. Me parece que esta mujer ha formado a medio mundo que se precie, incluidos varios de los que pronto desfilarían sobre el escenario (y, ciertamente, incluidos varios de mis vecinos de butaca, a juzgar por sus comentarios en voz mucho menos que baja).
Ya sobre el escenario, el histrionismo impecable de Valeria (sobresale en la actualidad lejos por sobre su canto) fue acompañado de dos piezas interesantes. Mariano Chiesa como Joe Gillis, volvió a convencer, esta vez en un papel demandante, como ya lo había hecho en su rol secundario en “Casi normales”. Y Carla del Huerto (una belleza blancuzca con ojos de color azulejo postizo que le pegan a la perfección) encanta con la mejor voz de la noche.
Lástima un pequeño detalle de Carla —la única mancha, un señalamiento acaso pedante en el contexto de una producción austera pero perfecta—: a la muchacha veinteañera en un momento dado se le ve el tatuaje que lleva sobre su hombro. No es tanto culpa de Carla, igual, sino del que le da de vestir, como diría mi refrán modificado. En la época dorada, bien pasada, en la que transcurre la obra, los tatuajes eran patrimonio de los pocos piratas que quedaban. De seguro no se trató de un anacronismo deliberado sino de una mala elección de vestido para la joven.
Ello no empañó la única impresión con la que me fui a mi casa. Excepcional: así es la versión argentina de este, uno de mis musicales favoritos. Y para alguien de mi edad o así, constituye también un cúmulo de memorias dulces. ¡Gracias, Valeria!