Pepita y Luis, ¿estaban destinados el uno para el otro? Amar sin ver, pero amar sintiendo

Por Pilar de Olázabal.

“Hasta algo de misterioso, de sobrenatural puede haber intervenido en esto, porque amé a usted desde que la vi, casi antes de que la viera. Mucho antes de tener conciencia de que la amaba a usted, ya la amaba. Se diría que hubo en esto algo de fatídico; que estaba escrito, que era una predestinación.”

Estas palabras fueron dichas por Don Luis de Vargas y estaban destinadas a Pepita, una viuda codiciada por la mayoría de los hombres de aquel pueblo. Luis, joven seminarista, durante la estadía en su pueblo en casa de su padre, se enamoró de Pepita Jiménez. Ella es una muchacha “naturalmente elegante, distinguida; es un ser superior por la voluntad y por la inteligencia, por más que con modestia lo disimule”. Dicha descripción de la joven fue dada por quien es ahora su esposo: Don Luis.

En mi opinión, sí, Pepita y Luis estaban destinados a estar juntos. Para demostrar mi argumento procederé a justificarme.

El joven Luis había estado siete años en el seminario, por lo que solo un año le restaba para llegar a ser sacerdote. Mientras que Pepita, con veinte años, había ya estado casada con don Gumersindo, poseedor de un gran legado económico, por lo que, al cabo de su muerte, le dejó a su joven esposa una gran herencia.

Hecha esta descripción de los personajes principales, explicaré las razones por las que creo que esta relación estaba predestinada desde siempre.

En primer lugar, la joven protagonista se había casado con su tío a la edad de dieciséis años. Hasta los diecinueve años, momento en que Gumersindo muere, estuvieron unidos en matrimonio. A los veinte años, edad en la que conoce al seminarista, ella ya se encontraba hacía un año sin tener relación con otro hombre. Aquí mi primer argumento: si Luis no hubiese estado en el seminario por esos siete años y, en vez de eso, hubiese sido criado por su padre en el pueblo en el que se crió de pequeño, habría conocido a su enamorada casada con don Gumersindo. Por lo que, tal vez, no se hubiese acercado a esta para intentar enamorarla. Entonces, creo que no fue casualidad que durante la etapa en que el joven se preparaba para llegar a ser sacerdote, su actual esposa haya estado casada; porque suponiendo que Luis no hubiese sido criado por su tío, quien lo preparaba para ser cura, y, en vez de eso, hubiese sido criado toda su vida por su padre, podría haber encontrado a otra mujer, no Pepita, pensando que con ella no tendría oportunidad por estar en matrimonio con su tío.

Otro argumento para sostener esta postura es el siguiente. Desde niño, Luis había sido criado por su tío, el Deán, un sacerdote a quien su sobrino admiraba mucho. Su padre había decidido enviarlo con su hermano para que este le enseñara lo necesario para llegar a ser un hombre culto, por lo que el seminarista solo conocía la imagen de su tío sacerdote, y no la imagen de un padre de familia. Explico esto porque, para mí, Luis estaba “cegado”. Él conocía a su tío, sabía qué tareas realizaba y lo admiraba mucho. Entonces, queriendo complacerle como agradecimiento, o bien por no conocer otro ambiente, decide seguir sus pasos. Por “ambiente” me refiero a otro modo de vida, es decir, la vida que llevaría un padre de familia. Luis no pudo conocer nada de eso sino hasta la edad de veintidós años, cuando le faltaba un año para ser sacerdote. Es allí, cuando decide ir a visitar a su padre.

Es lógico que no habiendo conocido otra forma de vida más allá de la religiosa, y sin una vocación firme para llegar a ser sacerdote, a Luis le atraiga la idea de formar una familia. “Entonces comprende y afirma Luis que el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones (…)”. Por “estados” y “condiciones” entiéndase ya una vida religiosa, ya una vida de familia. Esta oración fue un pensamiento de Luis una vez que se da cuenta de que se puede servir a Dios, como sacerdote o bien como esposo. Ninguno de los dos estados es mejor o peor. Son distintos. Siendo distintos, cada uno de estos caminos pretende servir a Dios a su manera, pero no por ello la elección de uno u otro significa que una persona sea mejor o peor.

Otra demostración de por qué opino de esta manera es la siguiente, Luis dice: “Me voy cansando de mi residencia en este lugar, y cada día siento más deseo de volverme con usted, y de recibir las órdenes; pero mi padre quiere acompañarme, quiere estar presente en esa gran solemnidad y exige de mí que permanezca aquí con él dos meses por lo menos”. El seminarista deseaba constantemente volver con su tío, pero no es casualidad que su padre se lo haya impedido. Si el seminarista se iba antes de seguir conociendo a Pepita no se enamoraría de ella y no podrían realizar el plan que Dios tenía pensado para ellos. Por esto, el papá es un instrumento del que Dios se vale para poder hacer que el joven se quede en su pueblo y así nazca el amor entre ambos.

En esta relación entre Luis y Pepita existía un gran obstáculo. Como ya dije, Pepita era deseada por muchos hombres en ese pueblo y uno de esos hombres era el padre de Luis, Don Pedro de Vargas. Pedro admiraba mucho a la joven y deseaba tenerla como esposa. Por esto, cuando su hijo comenzó una relación con ella tuvo mucha vergüenza en comentárselo a su padre. Pero se encuentra con una sorpresa: su padre ya estaba enterado de esto y, además, estaba feliz por su hijo. Pedro se había enterado por su hermano, el Deán, a quien Luis confiaba sus secretos. Lejos de querer dejar al descubierto a su sobrino, su intención era advertirlo para evitar futuros problemas entre padre e hijo. Pero en la carta que le contesta a su hermano, Pedro dice lo siguiente: “Y no entiendas que voy a limitarme a esperar que cuaje el naciente noviazgo, sino que he de trabajar para que cuaje”. Esta afirmación es muy importante, ya que me ayuda a sostener mi opinión. Procedo a explicar por qué: uno de los obstáculos para que Pepita y Luis estuviesen juntos era su padre, porque él quería contraer matrimonio con la joven viuda. Esta delicada situación debía ser tratada de manera muy suave, ya que los jóvenes querían casarse, pero claro, también querían la aprobación del padre del futuro esposo. Al final, lejos de ser un obstáculo, Don Pedro fue de gran ayuda para que este amor entre los muchachos floreciera. Aquí entonces, otro argumento de por qué creo que sí están destinados el uno para el otro.

El Vicario, confesor de Pepita, es muy importante también. En sus largas charlas con Luis, uno de los temas principales siempre era la viuda; el confesor elogiaba ante el seminarista a Pepita por su humildad, su generosidad y sus demás virtudes. También elogiaba a Luis ante Pepita. Entonces, sin quererlo él, pero sí queriéndolo Dios, estas charlas con cada uno contribuían a que entre ellos hubiera un gran interés por el otro.

Antoñona, sirvienta de la muchacha, tiene un rol parecido en esta historia. No por capricho quiere reunir a los enamorados, ni solamente porque quiera que su doña esté con un buen joven. Es una herramienta más que Dios utiliza. A través de la astucia de la señora, actuando como intermediaria entre ellos, logra que esta historia de amor tenga el final esperado.

Finalmente, he aquí el último fundamento de mi parecer. A mí juicio, el más importante. Como ya he dicho, Luis estaba a un año de ordenarse sacerdote. Siendo él y Pepita tan devotos, no sabían cómo manejar la situación en la que se encontraban. ¿Era solo algo del momento? ¿Era un pecado lo que sentían? ¿Prosperaría esta relación? Claro está que el mayor obstáculo que enfrentaban era que Pepita no se había enamorado de cualquier hombre, sino de un hombre que estaba en camino a ser sacerdote. Por eso, tanto ella como él se plantearon muchas veces que era sólo cosa de niños, que una vez que Luis volviera con su tío esto terminaría. Pero no era así. Lo sentían verdaderamente. Estaban enamorados, eran el uno para el otro. Pero estar enamorados no era un problema. No se daban cuenta de que formando una familia también puede servirse a Dios. Pueden ser reflejo de ese amor de Dios, ese amor infinito y misericordioso, siendo ejemplo para otros, educando hijos con sus mismos valores. “Currito, deseoso de imitar a su primo, a quien cada día admira más, y notando y envidiando la felicidad domestica de Pepita y de Luis, ha buscado novia a toda prisa (…)”

Esto era una de las cosas que al principio Luis no entendía; él pensaba que le era más grato a Dios que fuera sacerdote antes que un buen esposo y padre. No es así. Claro está que se necesitan buenos y santos sacerdotes en el mundo, pero con vocación a ello. Pero también es verdad que se necesitan buenos y santos padres en el mundo, también con vocación a serlo. Luis finalmente entendió esto, podía formar una familia con Pepita y así agradar a Dios y servirle.  Esta era su misión; esto, lo haría feliz. Tener una familia con aquella dulce mujer, con Pepita Jiménez. Pero les costó comprenderlo.

Aquí dos ejemplos: en una de las cartas a su tío, Luis le confiesa: “quiero libertarme de esta mujer y no puedo. La aborrezco y casi la adoro (…).  Si estoy cerca de ella, la amo; si estoy lejos, la odio”. Por este dicho, podemos darnos cuenta cuánto ama el seminarista a Pepita. Dice que la odia, pero no la odia, sino que odia amarla. ¿Por qué? Porque él pensaba que su vida sería otra, hasta que la conoció. Vemos entonces que no fue fácil la elección que hace al retirarse del seminario. No fue de un instante a otro que decide irse solo porque la conoció a Pepita. No. Le costó mucho, tanto que por eso llegó a enfermarse. Pero luego de todo este proceso de discernimiento, entiende que Dios lo llama para contraer matrimonio con la viuda. Y está bien así. Dice Luis: “Amándole (a Pepita), puedo y quiero amarlo todo por Él”. Entonces, no es un obstáculo Pepita para la santidad de Luis, por el contrario, es una ayuda, es un sostén. Juntos podrán reflejar el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.

El segundo ejemplo que daré se refiere a Pepita. No fue fácil para ella, tan cristiana y tan devota de la Santísima Virgen, enamorarse de un seminarista. Es más, piensa que es una aberración y que por ello peca contra Dios. “He deseado desechar de mi este amor, creyéndole mal pagado, y no me ha sido posible. He pedido a Dios con mucho fervor que me quite el amor o me mate, y Dios no ha querido oírme. He rezado a María Santísima para que borre el alma la imagen de usted, y el rezo ha sido inútil. He hecho promesas al santo de mi nombre para no pensar en usted sino como él pensaba en su bendita Esposa, y el santo no me ha socorrido.” Este pensamiento abruma a Pepita, pero ella lo rezó y le pidió a Jesús que le ayudase a olvidar al joven seminarista. Jesús no lo hizo. No lo hizo por no querer socorrerla, sino porque desde siempre estos jóvenes estaban destinados el uno para el otro. Él quería que se conocieran y, al conocerse, ir enamorándose para poder formar juntos en algún momento su familia.

Por todo lo expresado anteriormente vuelvo a afirmar mi postura: sí, desde siempre Pepita y Luis estaban destinados el uno para el otro. Dios, a través de la gente que rodeaba a los jóvenes enamorados quiso que estos actuaran de determinada forma para lograr lo que desde siempre estuvo predestinado, para lograr lo que desde siempre estuvo escrito, esto era que Pepita y Luis tuvieran su historia de vida. “Mucho antes de tener conciencia de que la amaba a usted, ya la amaba.” Estas oraciones son parte del primer párrafo con el que quise empezar este ensayo. Sí, desde siempre Luis amó a Pepita y desde siempre ella lo amó a él. Desde antes de conocerse, porque sin conocerse ya se conocían. No físicamente, pero sí espiritualmente. Ambos anhelaban un amor como el que encontraron. Al principio, Luis creía que ese amor que buscaba, esa felicidad, estaba en llegar a ser sacerdote. Hasta que Jesús le mostró el verdadero camino que debía recorrer y que lo haría aún más feliz, porque para ello él había nacido. Ambos tenían tanto para dar y querían recibir ese mismo amor que cuando se conocieron no tardaron en darse cuenta que era ésa persona la que tendría que llenar ese sentimiento que tanto desearon y buscaron.

Entonces aunque no se conociesen desde pequeños, ya desde pequeños estaban destinados. Pero no porque sí. Porque esa era la persona que esperaban, sólo esa. No había más de una opción y de alguna forma Dios iba a mostrárselos.

Yo sé -y creo- que Dios fue el encargado de unir a estos personajes. Pero hay personas que no queriendo llamarlo “Dios”, lo llaman “destino”, “suerte” o “casualidad”. Explico esto porque mucha gente puede tener el mismo pensamiento que yo aquí argumenté: que dos personas están destinadas la una para la otra, y sólo con esa persona. Pero no creyendo o no queriendo creer que es por Dios, lo llaman de distinta forma.

 

Pilar de Olázabal
Estudiante de Abogacía
deolazabalpilar@gmail.com