Por María del Pilar de Olazábal.
La culpa es de Marianela. Pero yo la entiendo, porque ¿qué puede esperar uno de sí mismo si ni nombre tiene? ¿Qué puede esperarse de una criatura abandonada, sola, inútil, sin esperanza, sin personalidad, sin derecho a nada más que al sustento? ¿Qué puede esperarse de alguien así? Mucho, mucho puede esperarse. Pero ella no lo comprendió.
Procederé a explicarlo, porque la frase del comienzo puede resultar alarmante a algunos. No quiero que eso ocurra, ya que durante el relato llegué a querer mucho a este personaje, llegué a querer formar parte de esta historia para cambiarle su realidad. Por eso quiero exponer cómo entiendo el hecho de que Marianela tenga la culpa.
Tiene la culpa por no creerse capaz. Capaz de nada, más que ser el lazarillo de Pablo, un ciego a quien ella tiene mucho afecto. “Que estoy en el mundo para ser tu lazarillo, y que mis ojos no servirían para nada si no sirvieran para guiarte y decirte cómo son las hermosuras de la tierra”. Así se describe ella. Entonces claro, ¿qué pasaría si a lo único a lo cual se aferra, lo único para lo que se cree capaz, deja de existir?
Pablo era ciego de nacimiento, hijo de Don Francisco Penáguilas. Marianela era la encargada de definirle a Pablo todas las maravillas del mundo, juntos recorrían los alrededores. El ciego pudo hacerse una idea visible, dentro de su no visibilidad, del mundo que lo rodeaba gracias a María. Lograron formar un vínculo muy fuerte entre ellos, tan fuerte que Pablo anhelaba poder ver, y al ver el mundo, ver a Marianela y con ella quedarse para siempre.
Pero Nela estaba triste. Ella deseaba realmente que su amo pudiera obtener el don de la vista. Solo que de esa forma, lo único a lo cual ella se aferró, lo único para lo que se creía capaz dejaría de existir. Dejaría de existir para Pablo.
“¿Quién es la Nela? Nadie. La Nela solo es algo para el ciego. Él es el único para quien la Nela no es menos que los gatos y los perros. Me quiere como quieren los novios a sus novias, como Dios manda que se quieran las personas”.
Estos dichos de Nela son muy importantes para dar a entender lo significativo que el ciego era para ella. Todos en el pueblo la veían como una chiquilla inútil, como alguien que no hacía más que ocupar espacio. Todos menos uno, Pablo. ”Junto a él tenía espontaneidad, agudeza, sensibilidad, gracia, donosura, fantasía.”
Es muy difícil que alguien se crea capaz de mucho, cuando todo su entorno no lo cree posible. La mamá de Nela se había suicidado, su padre había huido. No tenía hermanos. Vivía en casa de una familia en donde la señora creía que se “estaba ganando el cielo” solo por darle el sustento. Nunca le fue dado cariño, unas palabras de amor. Jamás se le dio a entender que tenía dignidad, que podía tener sueños y llegar a cumplirlos, que si se le enseñaba podría llegar a lograr grandes cosas. Y sí, es difícil así. Pero Nela era más que eso, mucho más. Era capaz de tanto más de lo que creía, pero no llegó a darse cuenta.
Cuando toda la gente que te rodea piensa que no servís para nada, es difícil pensar que sí servís. Nela no se dejó querer, no se dejó amar por Pablo. Tuvo miedo, un miedo entendible. El ciego era su todo, su vida, el único ser humano que la apreciaba. La apreciaba sin verla. “Lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve bien con el corazón”. Y así vio Pablo, con el corazón.
Ya es posible contestar la siguiente pregunta: ¿Pablo amaba a Marianela porque no la veía? Claro que no. Su amor iba más allá del aspecto físico. Juntos lograron un vínculo que nadie podría romper, nadie excepto una cosa. “A veces, el que tiene más ojos ve menos. El don de la vista puede causar grandes extravíos…, aparta a los hombres de la posesión de la verdad absoluta… y la verdad absoluta dice que tú eres hermosa, hermosa sin tacha ni sombra alguna de fealdad”, afirmaba el ciego. Y sí que lo era, ¡que hermosura la de Nela! Esas hermosuras que impactan, pero que no todos son capaces de ver, solo algunos. Uno de ellos fue Pablo, por eso él era tan importante para ella. Con él se sentía útil.
Pero el ciego pudo ver. Gracias a la sabiduría de un médico, Teodoro Golfín, pudo adquirir el don de la vista. ¡Gran alegría para todos, incluso para Nela! Porque jamás querría el mal para su amo, no se lo desearía a nadie. Pero al obtener la vista, Pablo no necesitaría más de su lazarillo, no requeriría más de Nela. Por lo tanto, la chiquilla volvía a sus pensamientos: que ya no servía para nada en el mundo, que mejor le vendría morir. A ella le inculcaron todos estos pensamientos desde niña, entonces si no tenés a nadie en la vida que te diga que sos capaz, que sí vales para algo. A los dieciséis años, ¿es algo que podrías pensar por tu cuenta? Tal vez no.
Pasaban los días y Pablo no hacía más que preguntar dónde estaba su Nela. Quería verla, admirar esa hermosura con sus ojos, porque ya la había admirado con el corazón. Acá es donde la culpa la tuvo Nela, tuvo culpa al no dejarse querer por él, al pensar que Pablo al conocerla no la querría, que Pablo cambiaría sus pensamientos respecto de ella. Él aún sin ver su belleza exterior, ya había admirado su belleza interior, la más importante. La quería sin haberla visto. Pero Marianela no le dio esa oportunidad, oportunidad de admirarla, porque para ella no era digna de admiración.
Pablo había “vuelto a nacer”, pero en ese nuevo nacimiento no tuvo la compañía de su querido lazarillo; tuvo la de su prima Florentina, quien la acompaña en esta nueva etapa. Ella termina ganándose su cariño, un cariño que le pertenecía a Nela, pero que ella no le dejó obsequiarle. María no permitiría que su amo viera su “fealdad”. Entiéndase esta fealdad por la exterior, porque de la interior tenía todo menos eso. Por este miedo, la jovencita nunca fue a visitarlo luego del gran suceso. Paseaba por los alrededores constantemente, llegó a querer suicidarse, como lo había hecho su madre.
Pero el encuentro entre ambos tenía que llevarse a cabo. Un día Pablo vio a su lazarillo, vio su aspecto. Pero no pudo decir nada, ya que en ese momento Nela comenzó a levantar fiebre. Teodoro, el médico, junto a Florentina intentaron evitar su muerte, pero no pudieron.
La muerte era lo único que podría separar a Marianela de Pablo, y así fue, los separó. Pero lo hizo porque Nela no fue capaz de verse más allá, no fue capaz de entender que sí servía, y para mucho.
“-¿Es posible que se muera una persona sin causa conocida, casi sin enfermedad?, pregunto Florentina a Golfín.
-¿Lo sé yo acaso?
-¿No es usted médico?
-De los ojos, no de las pasiones”. Concluyó el médico.
Pablo la quería, y no porque no la veía; la quería con un amor verdadero, quería lo más importante que una persona puede querer, la quería por lo que Nela era, por esa belleza que tantos no pudieron observarle. Pero fue su culpa, o quizás no solo suya, sino también la culpa de las personas que la rodeaban. Sí, Marianela era capaz de mucho más de lo que cualquiera pudiera imaginar. Era capaz incluso, de enamorar a Pablo, pero no quiso siquiera intentarlo.
Por lo tanto, si Pablo hubiera visto a Nela desde el momento que obtuvo la vista, ¿la hubiera querido aún más? En mi opinión, sí. Pero nunca lo sabremos, ya que Marianela no le dio esa oportunidad.