Alumnos que nunca lo fueron II: The Last Lecture

Por Santiago Legarre.

Ya compartí en estas páginas esa maravilla de la profesión docente, que consiste en la posibilidad (que solo algunos docentes actualizamos, obviamente) de lograr que personas que nunca pasaron por el aula de un profesor compartan con él, sin embargo, buenos momentos y hasta a veces se conviertan en sus amigos más jóvenes. Les voy a contar aquí otro ejemplo. ¡Tengo un baúl lleno!

Hace un par de años, durante la “Fall Conference”, salí a caminar por el campus de Notre Dame en un día soleado de noviembre. Para ser época cercana al invierno no hacía tanto frío y un animado grupo de estudiantes había montado un improvisado recital, en el cual se repartían hamburguesas, como para derretir un poco el aire. Agarré una de la parrilla abandonada y me puse a escuchar. Esta no era cualquier banda improvisada. Quedé perplejo y admirado, pero me dio vergüenza preguntar; ya un poco extraña era mi presencia canosa y encorbatada en un contexto de edad-promedio veinte. Al volver a mi congreso, pregunté a un estudiante amigo y me dijo: “Ah, esa es la banda de Felix Rabito. Son fuertes en Spotify y se rumorea que él puede ir para músico profesional”.

Pasaron dos años y, a principios de este 2020, asistí a otro congreso en Notre Dame (la Edith Stein Conference), aprovechando que me encontraba en residencia por mi curso de invierno en la Facultad de Derecho. Me llamó la atención un panel sobre dating in college y me arrimé. Empezó el primer orador, cuya cara se me hacía conocida. Entre el público estaban sus padres y su novia, dijo. “Soy de New Orleans”, agregó sonriendo, “y aunque estudio medicina, me gustaría ser un rock star”. En el momento en que pronunció estas palabras me cayó la ficha: “¡Este es Felix Rabito!”.

Terminó el panel, me le acerqué, le conté que había estado un rato en aquel recital suyo, le conté también de mis lazos con su ciudad (que hicieron que lograse, yo, adivinar a qué colegio de New Orleans había ido Felix: Jesuit High School) y lo invité a mi última clase. Ya hacía unos días que le daba vueltas a la idea de hacer una last lecture en mi curso de Constitucional Comparado. Acababa de sumar a una futura estrella de rock. Y de inmediato sumé una estrella africana, cuando me acerqué a otra de los panelistas: Christianne, una estudiante de Eritrea. Le conté mis impresiones contrarias a lo que ella había dicho sobre la amistad entre el varón y la mujer. Ella, lanzada pero muy bien educada, de inmediato replicó que le interesaba mi punto de vista y le gustaría seguir en contacto. La invité a mi last lecture y quedé en enviarle por mail el video de mi charla sobre el tema que había despertado su interés. Su respuesta a mi mail me dejó sin aliento: “Santi, al ver el video me di cuenta de que ¡yo estuve en tu charla, hace tres años! Me había olvidado por completo, pero hasta aparezco en el video en una de las tomas, cuando me paré y me fui antes…”. Como no estoy tan cambiado, concluí que mi charla, y ciertamente mi rostro, no le habían causado una impresión indeleble. Acaso por eso se fue antes aquella vez.

Éramos pocos los asistentes al panel en el que departieron Felix y Christianne. Entre los pocos había una chica de segundo año (sophomore) cuya badge (esa credencial que todo asistente a un congreso lleva colgada sobre el pecho) decía “Lizzie Self”. Como ella también se quedó charlando con los panelistas tuve oportunidad de acercármele y preguntarle si era hermana de Becca Self, una conocida mía, que había egresado ya. Luego del típico susto inicial, asintió, y me contó que estaba en la Edith Stein Conference para cubrir el evento para el diario The Irish Rover. Como he colaborado varias veces con el diario, se inició rápido un diálogo de pasillo, que terminó, cuando no, con el video de mi charla sobre la amistad varón-mujer, que había sido organizada tres años atrás (cuando Lizzie todavía estaba en el colegio) por… The Irish Rover. Intercambiamos mails y le envié el link de mi charla por correo. La respuesta de Lizzie fue todavía más sorprendente que la de Christianne: “Santi, me gustó la charla. La vi con un amigo y él me pidió conocerte: ¿le puedo pasar tu contacto?”.

Así fue que, pocos días después, tuve en mi oficina, primero a Lizzie, para charlar de mi charla (valga la rima) y, sobre todo, de su amigo. Un rato después vino su amigo, para conversar sobre su intención de estudiar derecho y, sobre todo, de su amiga. Los dos quedaron invitados a mi last lecture. Vinieron juntos pero, como pasa tantas veces cuando por buena o mala razón quiere demorarse una realidad, trajeron a una tercera persona, lo que los americanos llaman third wheel. La tercera en cuestión era muy dulce y se llamaba Mary. Los tres me miraban como diciendo “vaya complicación nos has sumado a nuestra inocente relación tripartita con esta idea de que la amistad entre el varón y la mujer no existe”. Pero ¿de qué inocencia me hablan si piensan eso?

La last lecture fue muy distinta de las muchas que se ven en YouTube. Hubo clase, torta, discursos y canciones pregrabadas. Luego de mi turno musical, le pregunté a Felix (que tiene una voz proverbial) si me daba una B+ como cantante y me dijo, con risa: “Una A-“. Mientras también yo reía, y miraba en el aula dos grupos distintos bien integrados para la ocasión (mis alumnos y los que nunca lo habían sido), pensé en lo afortunado que era por ser profesor.

Santiago Legarre (52)

Profesor

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