Interstellar

Por Santos Urquiza Rueda y Valentín E. Fernández Mendía.

Santos

El cosmos tiene una música particular, un ritmo propio. Es difícil imaginar que, a pesar de esta afirmación, la enorme mayoría del espacio (y del tiempo) está compuesto de un ominoso y dominante silencio. Es una apreciación de emociones contradictorias que tengo y siento acerca de esta realidad: para la mirada del cosmos, esto no significa nada, las contradicciones no son tales para él, que es absoluto y eterno a su manera. Solo la raza humana -hasta donde conocemos- es consciente de este monstruo dentro del cual vivimos. Es un monstruo genial, total, creativo y terrible, capaz de belleza y crueldad al mismo tiempo. A Dios lo hicimos creador y le pedimos que sea bueno, que no nos traiga ninguna maldad, ese Dios que mirándonos hicimos juez y nos dice lo que está bien y mal; luego es nuestra propia culpa, un sentimiento personal e individual, lo que lleva a odiarnos o amargarnos.

Pero el cosmos no exige nada. No somos su centro, tampoco tiene centro ni compasión ni ninguna emoción que imagines. Somos las personas quienes intentamos darle sentido, a pesar de saber que caminamos en esta tierra apenas una milésima de existencia, que viendo el lugar que ocupamos en nuestra galaxia somos una mota de polvo más dentro de -sin exageración- una de los cientos de miles de millones de galaxias de las que se tiene conocimiento. Nos vemos eternos siendo finitos de una manera tan extraordinariamente frágil que resulta sorprendente cómo ignoramos ese hecho; al menos hasta que viene un sacudón como esta peste, esta pandemia[1] que nos hace dar cuenta de una realidad total: puedo morir ya, pronto, mucho antes de lo que pensaba. En algunos casos quizás es la primera vez que se plantea la posibilidad -por caso, ineludible- de morir. En otros, los pasará por arriba a causa de nuestros problemas cotidianos, autogenerados o inevitables. Hay casos -como el mío, por ejemplo-, que, por alguna razón de su experiencia, ya se toparon con esta verdad.

Esta capacidad de sacar conclusiones nos diferencia de los animales, quizás sea la razón de nuestro endiosamiento -nuestro endiosamiento es a causa de la razón-, trae alegrías y tristezas. Creemos en lo bueno y lo malo, conceptos altos con germen en la fe y la verdad, construimos nuestras vidas a partir de variaciones de eso. Pero, como dice el escritor Jorge Fernández Díaz hablando de su experiencia como periodista de policiales: “[c]omprobé sobre el terreno que las cosas no son blancas ni negras, sino desconsiderablemente grises: grandes héroes cometen grandes canalladas, y grandes canallas consuman emocionantes actos heroicos”[2]. Las acciones de cada ser humano en su vida son como brazadas blancas y negras en un mar de grises. Nos hundimos convencidos en este existir binario cuando el universo nos dice, en muchas ocasiones, que lo que es, no es, y lo que no es, puede llegar a ser. Y que no le importa un bledo lo que opinemos.

En la serie animada Rick & Morty, Morty -14 años-, le dice a su enojada hermana mayor: “Don’t run. Nobody exists on purpose, nobody belongs anywhere, everyone’s gonna die. Come watch some TV”[3], que libremente traducido significa: “No corras. Nadie existe a propósito, nadie pertenece a ningún lado, todos vamos a morir. Vení a ver TV”. Para una serie de humor, es una frase tremendamente clara acerca de la visión personal que plantea[4], le resulta tan obvia la totalidad de nuestra insignificancia que preocuparse o perturbarse por cosas nimias como una pelea doméstica no tiene sentido alguno. Aún más, Morty conoce a Dios: es su abuelo, un científico todopoderoso capaz de, literalmente, todo. El protagonista le dice que más vale aprovechar este corto tiempo que tenemos en lo que nos distraiga, las verdaderas trivialidades son aquellas cosas que consideramos importantes y no deberían generar ningún cuestionamiento a nuestras vidas. Este nihilismo resulta sumamente pragmático, no requiere profundidad filosófica ni nada por el estilo, la aceptación de esa realidad es como una llave que desentraña el existir.

Este artículo es una conversación entre dos amigos. Esto no se trata de un trabajo académico ni de divulgación científica (ni tiene la pretensión de serlo). No somos científicos de ninguna rama, sino que hemos orientado los caminos de nuestra vida hacia el derecho. De todas maneras, la película Interstellar (2014), del director Christopher Nolan, nos inspiró diversas reflexiones filosóficas, e incitó este intercambio informado.

Del otro lado, para que yo esté hoy pensando esto y contándotelo se dieron una enorme serie de eventos naturales, dictados por el mismo cosmos. No estamos ni cerca de saber si existe vida en otro lugar del universo, mucho menos si es o fue en algún momento inteligente. Este milagro de nuestra existencia puede ser el motivo que nos lleve a tener un código moral, un pensamiento de trascendencia, al entender que somos especiales no porque Dios nos mira ni porque somos el centro del universo sino, justamente, por nuestra capacidad de mirar.

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Valentín

Interstellar comienza a contar su historia con base en una tragedia futura, que es tan real como inevitable: algún día nuestro planeta ya no será habitable. Ya no estamos hablando del fin de nuestra vida individual, sino del posible fin de toda vida conocida. Eventualmente, llegará el momento en el que la única posibilidad de evitar la extinción absoluta será aventurarse en el espacio en busca de otros mundos colonizables.

Las posibles causas de este apocalipsis son muchas, ya que el delicado entorno atmosférico y biológico que nos permite vivir está constantemente bajo peligro. Podríamos sobrepoblar nuestro planeta y drenar sus recursos naturales (es lo que ocurre en la película, y una de las razones de por qué el cambio climático preocupa tanto a los expertos), sucumbir ante alguno de los violentos eventos que ocurren naturalmente en el cosmos (el Sol algún día morirá y destruirá a la Tierra en el proceso, los asteroides viajan a cientos de kilómetros por segundo hacia todas direcciones, las supernovas lanzan rayos letales, los agujeros negros chocan entre sí, nuestra Vía Láctea se dirige directo al choque con la galaxia Andrómeda, etc.), o bien desatar una guerra nuclear que nos extermine[5]. No sabemos cuándo, ni cuál será la razón con certeza; pero sí sabemos que nuestra existencia en la Tierra llegará a su fin.

En el mes de enero del año 2018, el Bulletin of the Atomic Scientist, puso el Reloj del Día del Juicio Final (que mide la inminencia de una catástrofe militar o ambiental devastadora) a dos minutos antes de la medianoche, que simboliza el fin del mundo[6]. Durante 2019 no se movió, pero en enero de 2020 se volvió a acercar aún más a las doce, quedando tan solo a 100 segundos del final. Nunca había estado tan cerca desde su creación en 1947[7]. La cuestión es tan significativa que la distancia entre la manecilla simbólica y las doce ya no se mide en minutos, sino en segundos[8].

De todas maneras, aunque la humanidad lograra transformarse en una especie interplanetaria capaz de colonizar otros mundos y desarrollarse entre ellos con libertad, eventualmente con el paso del tiempo el universo completo será inhabitable para cualquier forma de vida; y también llegará a su muerte natural.

El astrofísico Adam Becker explica que se teoriza sobre cuatro posibles finales del universo: The Big Freeze (el más probable de los cuatro: las estrellas se irán quedando sin energía y, con el tiempo -por efecto de las leyes de la termodinámica-, ya no habrá más intercambios de temperatura; solo quedarán algunas partículas y radiación flotando por el espacio con temperaturas extremadamente bajas); The Big Crunch (bastante menos probable: si el universo se está expandiendo, puede llegar al punto en el que se detenga y por la gravedad de la materia que contiene volver a contraerse en sí mismo, volviéndose cada vez más pequeño, denso y caliente, en una suerte de Big Bang inverso); The Big Change (el más extraño: existe la posibilidad de que, por las reglas del comportamiento cuántico, surjan “burbujas” donde el comportamiento de las micropartículas sea tan diferente al habitual, que sean capaces de expandirse y reescribir las normas de la química y evitar la formación de átomos, lo que terminaría generando el colapso del cosmos; dando lugar a una gran implosión); y The Big Rip (especulativo e improbable: puede ocurrir que la densidad de la materia oscura provoque la llamada “energía oscura fantasma”, que sería capaz de destruir al universo)[9].

Es inevitable sentir angustia por la existencia cuando lo único que sabemos con certeza de ella es que tarde o temprano terminará. Y luego no sabemos qué pasa. Hay quienes creen que la muerte no es el fin, sino una transición a otro plano del ser, que ha sido descripto de muchas maneras distintas por las distintas culturas a lo largo del tiempo. Pero la trascendencia no es un hecho, es una creencia, y requiere de la fe.

Comparto las ideas de Norberto Bobbio, quien expresó en De Senectute (un libro que escribió en los últimos años de su vida, con sus reflexiones finales):

“Para el no creyente, el argumento principal es la conciencia de la poquedad frente a la inmensidad del cosmos, un acto de humildad ante el misterio de los universos-mundos cuya desmesurada y quizás inconmensurable grandeza sólo ahora, podríamos decir desde ayer, hemos empezado a percibir”[10].

Lo irónico (y espectacular), es que la vida necesita a la muerte, así como la muerte necesita a la vida. Gracias a la muerte de otros seres vivos en el pasado, hoy nosotros estamos vivos. La muerte de seres del pasado que evolucionaron, nos dieron alimento, nutrieron los suelos y dejaron de existir para preservar los delicados equilibrios biológicos y ambientales, me hace agradecer al pasado y temerle al futuro, porque correremos la misma suerte. Es como si el cosmos fuese una sinfonía perfecta, donde todos somos las notas en su melodía y debemos sonar en el compás exacto, para luego callar y dar lugar a la nota que sigue.

Este concepto está excelentemente representado por el taoísmo en la figura del Yin y el Yang:

“Order and chaos are the yang and yin of the famous Taoist symbol: two serpents, head to tail. Order is the white, masculine serpent; Chaos, it’s black, feminine counterpart. The black dot in the white—and the white in the black— indicate the possibility of transformation: just when things seem secure, the unknown can loom, unexpectedly and large. Conversely, just when everything seems lost, new order can emerge from catastrophe and chaos”.[11]

La certeza de la finitud de nuestra existencia individual y colectiva indefectiblemente nos conducirá a interrogantes morales: ¿hay algún sentido por el que comportarme correctamente y ser una buena persona, o priorizar el bienestar individual buscando el máximo placer hasta que llegue la muerte?

Para muchas personas esta pregunta solo puede responderse en última instancia con la existencia o inexistencia de un Dios que establezca las reglas morales. Si bien no es una cuestión menor, es (al menos en mi opinión) equivocada la idea de que sin Dios solo queda el hedonismo. Es un análisis que peca de reduccionista.

Una persona puede tener un comportamiento moral no solo por seguir a consciencia las reglas de un Dios, sino por el miedo a las represalias de sus actos (legales o meramente sociales), su entorno sociocultural, la empatía y la estructura de valores que haya dado forma a su psiquis durante su crianza. Una manifestación de esto, por ejemplo, es la cita mencionada de Jorge Fernández Díaz. Hay personas de fe que han hecho las mayores atrocidades y ateos que han hecho actos muy admirables, y viceversa.

La cita al capítulo de Rick and Morty donde Morty habla con su hermana, para mí tiene un gran valor en relación con los temas que estamos tratando. Por un lado, por su cuota de humor, lo que siempre se agradece. Pero tiene un trasfondo mucho más interesante. Morty plantea una óptica realista sobre nuestro lugar en el universo, que a cualquiera puede desesperar; pero luego simplemente dice “vení a ver TV”.

Yo no interpreto esta idea como un “apaguemos nuestro cerebro para no pensar, no preguntarse” de índole hedonista, sino más bien como un “no hay que pensar de más”. En esta línea, Schopenhauer -el pensador pesimista por excelencia- fue el primer filósofo occidental en incorporar elementos del pensamiento oriental a sus ideas, y tenía una gran admiración por las prácticas meditativas del budismo[12].

Hoy en día podemos ver cómo en el área de la salud y psicología se intentan incorporar las prácticas de mindfulness en forma complementaria para diversos tratamientos médicos y como una forma de mejorar la calidad de vida en general. Esta tendencia mundial, además, está respaldada por diversos estudios científicos que avalan sus beneficios[13].

¿Cuál es nuestro lugar en el universo? ¿nuestra existencia tiene sentido? ¿hay vida después de la muerte? ¿existe Dios?

Las respuestas a todas las grandes preguntas están fuera de nuestro alcance. Desde nuestro lugar solo podemos reflexionar y fantasear sobre hasta dónde llegará el ser humano dentro del caos universal. Luego, quizás, solo nos convenga ir a ver TV.

Santos Urquiza Rueda (30)

Abogado

santos.urquiza@gmail.com

Valentín E. Fernández Mendía (27)

Estudiante de Derecho

vfmendia@gmail.com


[1] El artículo comenzó a ser escrito en el mes de abril del año 2020, durante la cuarentena que tuvo lugar a raíz de la pandemia del COVID-19.

[2] FERNÁNDEZ DÍAZ, Jorge, Mamá, ed. Sudamericana 1ª edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2013, pág. 178.

[4] Cosmovisión sugiere que el hombre mira y determina la existencia a través de su conceptualización; para este caso no me parece apropiado el término, ese nihilismo supone una posición distinta de la mirada. Yo propongo que el cosmos nos mira (no mira realmente) sin conceptos.

[5] Hawking, Stephen, Breves respuestas a las grandes preguntas, Crítica, Buenos Aires, 2018, págs. 187 y ss.

[3] “Rixty Minutes” episodio 8, segunda temporada, Rick & Morty, escrito por Dan Harmon y Justin Roiland, 2014.

[6] Hawking, Op. Cit., pág. 185. Este reloj es mantenido por la junta directiva del Bulletin of the Atomic Scientist de la Universidad de Chicago. Originalmente, la analogía de las doce representaba la amenaza de una guerra nuclear global, pero desde hace un tiempo incluye cambios climáticos y la influencia de tecnologías que puedan causar un daño irreparable.

[7] Spinazze, Gabriel, “It’s now 100 seconds to midnight”, Bulletin of the Atomic Scientist [online]. Disponible en: https://thebulletin.org/2020/01/press-release-it-is-now-100-seconds-to-midnight/ (Consulta el 10/V/2020). El estado del reloj puede consultarse en el siguiente enlace: https://thebulletin.org/doomsday-clock/ (Consulta el 10/V/2020).

[8] Ibid.

[9] Becker, Adam, “How will the universe end, and could anything survive?”, BBC Earth [online]. Disponible en: http://www.bbc.com/earth/story/20150602-how-will-the-universe-end (Consulta el 10/V/2020).

[10] Bobbio, Norberto, De senectute, Taurus, Madrid, 1997, pág. 54

[11] Peterson, Jordan B, 12 rules for life, Penguin Random House, Toronto,2018, pág. XXVIII.

[12] Yalom, Irvin D., La cura Schopenhauer, Destino, Barcelona, 2017, págs. 152 y ss.

[13] Reynoso, Joaquín, Mindfulness: La meditación científica, Paidós, Buenos Aires, 2018, pág. 12. También véase: Manes, Facundo, Niro, Mateo, Usar el cerebro, Planeta, Buenos Aires, 2015, págs. 353 y ss.