30 de abril, 1945 a. C.

Por Felipe Rodolfo Hendriksen.

En el secreto y húmedo sótano de su castillo, Zhou lamentaba su suerte. Había gozado del beneplácito de su pueblo hasta hacía unas semanas, cuando la guerra que enfrentaba a China con una coalición de reinos no menores pero sí inferiores había dado un vuelco: en su infinita ambición, el rey había intentado conquistar una antigua y magna ciudad de un lejano imperio, pero todas sus tropas habían sucumbido ante los áridos días y las gélidas noches de aquel desierto misterioso que a Zhou se le hacía tan imprescindible dominar.

Ya había sido derrotado, pero las consecuencias todavía no se hacían notar: faltaba un tiempo (no mucho) para que las huestes enemigas cercaran la capital y lo apresaran; para que lo decapitaran en la plaza pública ante los ojos temerosos de los chinos; para que desfilaran su cuerpo muerto por las calles de tierra; para que dieran de comer sus restos a los hambrientos perros de Pekín. Su derrota era virtual, pero no por eso menos real. Le quedaba poco por hacer más que esperar. A menos que…

Lo decidió repentinamente. Llamó a su secretario y a su esposa. A ambos les explicó la situación y lo que debían hacer a continuación. Ambos accedieron, acaso porque no les quedaba otra opción. Celebraron una humilde última cena y la pareja real se retiró a su cuarto. Desde allí pudieron escuchar los gritos del secretario. La reina pareció dudar, pero Zhou le prometió que en la otra vida volverían a ser reyes y que esta vez sí ganarían la guerra santa. Los dos tomaron el veneno y recibieron al sacerdote, que había estado bendiciéndolo todo desde el umbral. Éste leyó unos versos sagrados y encomendó sus almas a la misteriosa deidad que regía los destinos de los hombres en la tierra y el más allá. Entonces le preguntó al rey, que ya sufría los efectos del veneno, lo que se tenía por costumbre preguntarle a las almas que estaban por ascender:

—¿Te arrepentís de lo que has hecho?

Zhou no dudó un segundo:

—No. 

Muere sin saber que su muerte es espejo de otra.

Felipe Rodolfo Hendriksen (24)

Estudiante de Letras en la Pontificia Universidad Católica Argentina

feli_globo@hotmail.com