Por Carina Vattay.
Hola Esteban:
Muy buenas tardes. Espero que estés muy bien.
Ruego por ti, durante la pandemia, para que no haya llegado la peste a tu casa.
En lo personal, tuve COVID-19 y fue la peor gripe, si se la puede llamar así, del mundo.
Puede que tu representante ni lea este mail o tampoco te lo envíe, ya que ni siquiera lo escribo en tu lengua nativa. Pero como dispongo de internet gratis, por un amable vecino que me la presta, decidí hacerlo.
Primero para contarte que me leído todos tus malditos libros, hasta aquellos que escribiste bajo un seudónimo.
Segundo para decirte que a todos les reescribí un final distinto.
Podrás pensar que los he arruinado: ¿quián sabe? Capaz, algunos que leyeron los manuscritos les gustó y a otros les ha parecido un camino al infierno.
Disfruté tanto como vos los finales como tomar prestado el dinero de otro, o bajar mi edad en el Tinder o subirme a un tren sin boleto.
En definitiva estaba convencida de que tenía toda la intención de superarte. Se me antojaba tanto como salir a pasear por la playa en pleno sol.
Eso sí, puse reglas. Tenía que quedarme orgullosa de mi trabajo.
Así, entonces, anoté en mi papel de notas: 1. los finales deben escribirse de noche y de un tirón; 2. el personaje: si muere, debe resucitar y al revés; 3. enviar la historia anónimamente a una revista de terror; 4. encontrar a los personajes en la vida real, seguirlos, vigilarlos… y ¿por qué no?, asustarlos.
Al principio intenté mantener un orden jerárquico y los empujé dentro de una habitación de vidrio; afilé mis ideas, las coloqué de mayor a menor según su traumática vida, su misteriosa magia, su infeliz muerte o simple, ser un asesino por accidente.
Pero aquí estoy haciendo lo mismo que vos: escribir cuentos.
Las palabras juegan conmigo en esos momentos en donde me siento fluir o flotar. El tiempo quizá incluso se detenga de a ratos, no se, pero cuando levanto la vista de la computadora de pronto, amanece.
Y amo todo esto llamado “rareza” pero ¡cuidado! voy pisándote los talones.
Te atrapo, te ahogo… con fuerza…
Me pregunto si nunca te preocupó salir solo a pasear a Evil, tu perrito y si tu hora favorita sigue siendo aun la medianoche.
Para tus lectores veteranos que dejaste con la boca abierta y han plagado estanterías con tus enormes libros, tus personajes se revelaron y quedaron muy conformes.
En fin, no tenés nada que preocuparte: ya-sabés-bien-quién-soy.
Cuenta conmigo, en las Cuatro Estaciones, donde me encuentro con Carrie o con Christine o quien vos digas, en el Primer Resplandor de la mañana, allì en la Milla Verde, que algunos la llaman la Zona Muerta pero el Maleficio es Eso, la Mitad Oscura, como le pasó a Dolores Claiborne en la Desesperación de Quien Pierde Paga, todo sucede Mientras Escribo este mail.
Cariños,
Carina V.
PD: Al final me enteré que el hijo de la panadera es un muy buen chico, pero anda, como todo pandillero, vagando de aquí para allá… y un día, supongo, como en La Torre Oscura, no alcanzará la mayoría de edad.
Carina Vattay
carina@vattay.com