Por Nazareno Roberto Naso.
¿Qué es lo que nos maravilla al escuchar una obra como la Quinta Sinfonía? ¿Acaso será la pasión y el estruendo a la vez? ¿Será la suavidad de las cuerdas con las que nos envuelve y nos llena de encanto? ¿Qué hay detrás de su composición?
Realmente no creo saber con precisión qué es lo que, desde el plano musical, nos interpela, y, nos lleva directamente a nuestras emociones más profundas. Ahora bien, sí podría hablar de las emociones que florecen al escucharla.
La Quinta Sinfonía, o simplemente “la Quinta” (por la trascendencia que revistió más allá del género musical), es una obra que se da en una etapa de total maduración del músico nacido en Bonn, que sin dudas terminó de consagrar su gracia como compositor. Críticos contemporáneos a él, como Ernst Theodor Amadeus HOFFMANN, señalaron la expresión sentimental de la obra, catapultándola como lo más grandioso escrito hasta ese momento en forma instrumental.
Haciendo un breve repaso histórico del estreno de la obra, basándonos en la biografía de Ludwig VAN BEETHOVEN (1) —escrita por Jan SWAFFORD—, diremos que la noche del 22 de diciembre de 1808 fue gélida, como suelen ser las noches en pleno invierno europeo. Este es un aspecto importante teniendo en cuenta que el Theater an der Wien no era un teatro que guardase algún tipo de calefacción.
A su vez, BEETHOVEN no guardó exclusividad para la Quinta el día de su estreno, sino que también estrenó la Sexta Sinfonía, el Concierto para piano n.°4, y se interpretaron otras cinco obras de distinta envergadura. Terminó por ser una auténtica maratón de más de cuatro horas de música, sólo interrumpida por una pausa en el medio.
Ello motivó que, en su mayoría, el auditorio no se sintiera cómodo con la extensión del repertorio. Quizás esto, combinado con las condiciones climáticas impidió que se detuvieran en el disfrute de un hecho histórico.
Pero, ¿qué sucede entonces cuando uno tiene la posibilidad de escuchar esta obra en un gran teatro sin pasar frío, en la comodidad del sofá de su casa frente a un hogar o en la radio del automóvil? En principio, me atrevo a decir que se sentirá conmovido. Algo hay allí, una constante que persigue, un llamado que emociona.
Es una obra que no nos dará lo mismo escucharla que nunca haberlo hecho.
Lo que nos hace sentir únicos frente a las vibraciones de los instrumentos es el poder identificar nuestras vidas de lleno con la obra. Eso conmueve. A veces las palabras describen situaciones, hechos de la vida cotidiana, que muchas veces se traducen en nuestra propia existencia. Sería absurdo negar el poder sentirse identificado ante una obra literaria; absurdo también sería negarlo ante una obra musical. No hablamos aquí de obras musicales que se entrelazan con la literalidad de la poesía, sino de la plenitud de melodía, armonía y ritmo en conjunto generados solamente por instrumentos musicales.
Es posible decir que la Quinta podría describir nuestra propia vida. La vida que está en ocasiones llena de profunda tristeza en momentos de alegría, y llena de alegría en momentos de tristeza. Esta obra, nos traslada a todos los rincones emocionales de la mayoría de las personas que sufren y aman a lo largo de la vida.
La vida es una constante lucha entre penas y glorias, y ello se puede ver claramente a lo largo de la obra. Sin adentrarnos en un análisis musical o de índole compositivo, sí podemos seguir en orden la obra según sus cuatro movimientos.
Trazando un paralelismo con la literatura, podríamos decir que los movimientos figurarían lo que los capítulos a una novela.
En el primer movimiento, lo que escuchamos no es más que nuestra confrontación interna por ver quiénes somos. Sin dudas, el motivo principal de este movimiento, nos da la sensación de enojo y agobio que puede llegar a tener una persona, y que sabemos que Ludwig VAN BEETHOVEN tenía. No por nada se ha dicho que esas primeras notas que suenan son el destino golpeando la puerta. Quizás, sólo una persona con una gran tristeza pudo llegar a componer algo así. Aunque, al mismo tiempo y casi de forma milagrosa, se nos presenta una salida victoriosa de todo este sufrimiento. Entonces, podría decirse que este movimiento posee una guerra interna como las guerras que atraviesan las personas dentro de sus mentes.
El segundo movimiento, nos lleva a la transformación personal de la inestabilidad hacia un camino más llano y lejano de preocupaciones. Esto se termina reflejando en un sosiego musical interpelado por entradas triunfales, ateniéndose a la algarabía que la estabilidad provoca. Ese buen clima interno que muchas veces nos hace decir a nosotros mismos: ¡existe la tranquilidad!
Prosiguiendo con el orden de los movimientos de la obra, en el tercero vuelve la lucha interna: la tristeza que acompaña galopante en el ritmo de la obra, las dudas que se nos plantean. Así, esto deba ser soportado, teniendo que abrazarse a la frustración, para luego finalmente dar un paso hacia adelante; un paso hacia la gloria, a la victoria y al entendimiento de la vida.
Finalmente, toda esa gloria se refleja de manera majestuosa en el último movimiento. Ese agradecimiento que uno puede dar de ser feliz. Toda esa expectativa de triunfo
reprimida en el anterior movimiento explota sin precedente en el cuarto. Y nos llevará a lo largo de la coronación de la vida misma. Con su esplendoroso final, nuestro cuerpo casi seguro sentirá el más dulce gusto de sentirse vivo. Toda esa fuerza acumulada en un final único nos atravesará de manera inminente.
Toda esa disputa con total fuerza se presenta musicalmente en su sinfonía. Pero, a lo largo de los cuatro movimientos que la componen, no solo se muestra lucha, sino también armonía, pasividad y gloria. La gloria de haber triunfado, como realmente BEETHOVEN triunfaba siendo en vida tal vez el mejor compositor nacido hasta nuestros días. Pero ese triunfo no fue un resultado fácil. Tuvo que enfrentar enfermedades, pérdidas significativas, desamores, tristezas y alegrías que imprimieron un carácter muchas veces definido como temperamental. Del mismo modo, su temperamento y sus experiencias vividas imprimieron su música y su carácter, algo que también se puede ver en sus manuscritos, llenos de tachones, manchas de tinta y correcciones imponentes.
De eso se trata la vida. Todo lo que nos transmite la música instrumental de la Quinta: la felicidad, la tristeza, el amor, el odio, la frustración, la alegría… es la vida misma.
La vida es el conjunto de todo lo que nos interpela, de toda la sensibilidad que no es solo la que percibimos sensorialmente, sino también aquella que percibimos emocionalmente.
Debemos estar agradecidos de la posibilidad de escuchar con facilidad la majestuosidad creativa de Ludwig VAN BEETHOVEN y sentirnos maravillados por ella. ¡Gracias a la Quinta! Gracias a BEETHOVEN por mostrarnos que la música está en el mismo plano de la vida, y que no solo debe ser escuchada con nuestros oídos sino también con nuestra alma.
(1) Jan Swafford (2017), Beethoven: tormento y triunfo. Madrid. Editorial Acantilado.
Nazareno Roberto Naso (27)
Abogado
nazarenonaso@gmail.com