Por Agustín Acuña.
Hace poco leí que la eternidad tiene mala prensa (1) y eso no solo disparó mi predisposición a leer todo lo que citaba el autor en la nota, sino también mi cada vez menos (para mal mío) predisposición a pensar. Pienso que la literatura, la historieta, el cine y la televisión se han cansado de encarar la inmortalidad (sí, permítame la engañosa equiparación), con todo tipo de alternativas, recursos y versiones.
Pero la realidad y la ficción se mezclan en lo profundo del tiempo sobre este tópico. Allá a lo lejos está Nicolás Flamel y su supuesta piedra filosofal. ¿Y la fuente de la eterna juventud? Las historias que ha contado la humanidad son muchísimas al respecto, a punto tal que Disney le ha dedicado Piratas del Caribe: la fuente de la juventud (2011) con un enorme éxito de taquilla.
En cuanto a la literatura, una de las primeras aproximaciones es la narración acadia conocida como la Epopeya de Gilgamesh o también Poema de Gilgamesh. Los que tienen unos cuántos años (o una vasta curiosidad) ubican a Gilgamesh no como el supuesto rey lujurioso que no alcanzó la inmortalidad, sino como el personaje de historietas desarrollado por el enorme (y extinto hace poco) Robin Wood. El autor paraguayo-argentino nos contó las aventuras de quien está condenado a ver a la humanidad pasar por todas las etapas, autodestruirse, destruir la Tierra y volver a intentarlo en un nuevo planeta, no exento de nuevas amenazas.
No puedo dejar de nombrar al mayor engaño en cuanto a la inmortalidad, como es el mito de Sísifo, sin duda alguna. Sísifo es inmortal. Pasará la humanidad, pero él seguirá condenado a arrastrar la roca eternamente, una y otra vez. ¿Es esa la inmortalidad que se ansía? Me parece una versión bastante pobre, vinculada al castigo.
Me pregunto si es cierto que la eternidad solo ha sido reflejada en el arte para destacar una supuesta perversidad en la vida eterna, que solo puede ser purgada con una segunda muerte. Mi formación en colegio católico aflora en el medio de mis esbozos de reflexiones y se levanta cual si hubiera sido mancillada por semejante herejía. No, me digo, la vida eterna, la eternidad, la inmortalidad no puede ser perversa, sino todo lo contrario. Me pongo a pensar si es que esta firme creencia ha sido llevada al arte (en el más amplio sentido de la palabra) o no. Te advierto, querido lector, que este viaje es absolutamente arbitrario y caprichoso, pues se basa en mi falible memoria y en mi corta experiencia…
Una manera un tanto cómica, pero a la vez trágica (sí, es contradictorio), en la cual el cine nos ha mostrado la inmortalidad (temporal) ha sido con el recurso del bucle temporal. Sí, lo sé, inmortalidad temporal parece no tener sentido. Sin embargo ¿el arrogante meteorólogo Phil Connors, interpretado magistralmente por Bill Murray no llega a creerse inmortal en esa maravilla llamada El día de la marmota (1993)? Sí, lo sé, no es exactamente la inmortalidad que uno se imagina, pues si bien el bueno de Phil parece que vive eternamente, lo hace en un (aparentemente perpetuo) bucle temporal: siempre el mismo día, en el mismo pueblo, con las mismas personas. ¿Es eso la eternidad? ¿Un eterno fiasco? ¿Una especie de Sísifo moderno? Si le gustan las películas románticas, hágase un espacio y disfrútela. Deje a la inmortalidad tranquila.
El cuento de “chico pobre conoce a chica rica y se enamoran” se ha contado muchas veces. Únalo a “el tiempo es dinero” (con gran literalidad) y súmele una chispa revolucionaria. ¿Lo convence la idea? Pues vea El precio del mañana (2011), con Justin Timberlake y Amanda Seyfried. ¿Y la inmortalidad dónde está? Ah, sí, como siempre (en casi todo), en esa distopía, si bien todos somos jóvenes de 25 años, solo los ricos pueden serlo por casi siempre. Para los pobres les espera una vida de andar corriendo de acá para allá haciendo que cierren las cuentas (y la vida).
¿Y si no le gustan las películas románticas? Pues entonces agarre Edge of Tomorrow (2014) y deléitese con Tom Cruise desplegar toda su habilidad para las escenas de acción en una película de ciencia ficción. Nuevamente, el protagonista se encuentra en un bucle temporal que lo dota de una inmortalidad temporal a prueba de todo (salvo… enamorarse).
Cuando leí la historieta del gran Fantomas (el mexicano, no el francés, aclaro, para tranquilidad de las mentes latinoamericanistas y desconfiadas de lo europeizante) me enteré de la mítica (y a la vez malévola y antisemita) existencia del judío errante. Este personaje, en teoría, habría recibido, como maldición por haberse mofado de Jesús, su “tú esperarás y estarás para mi regreso”. Desde esa época, se dice que el judío errante vio pasar todos los sucesos de los casi 2000 años desde la muerte de Jesucristo. ¿Es eso la inmortalidad? ¿Una imposición para hacernos testigos de la historia?
Más acá en el tiempo, en la película Abracadabra (1993), que volví a ver, pero esta vez con mis hijos más chicos, se puede encontrar otro ejemplo de inmortalidad como maldición o castigo. Thackery Binx es castigado por las hermanas Sanderson, las brujas de Salem, a la inmortalidad. ¿Su delito? No haber cuidado a su pequeña hermana de las propias brujas. ¿El agravante en el castigo? ¡Lo transforman en gato! Irónicamente, esa maldición es también una oportunidad para enmendar las cosas. ¿Es esa la segunda muerte que se ansía por los inmortales para obtener el eterno descanso? Pues vea la película y ríase un poco.
Por supuesto, siempre está la posibilidad de pensar “esto no era lo que tenía en mente” por parte de los personajes a los que se les concede la inmortalidad. Por ejemplo, una amplia gama de literatura se ha dedicado a los vampiros, desde la creación de Bram Stoker, Drácula (1897). ¿Acaso ellos no son inmortales? Sí, lo son, siempre y cuando no salgan a la luz del día y se olviden de chupar la sangre de otros seres. ¿Acaso es esa una inmortalidad digna de ser vivida? Salvo en la maravillosa imaginación de Stephenie Meyer que deleita a los amantes de los romances y los vampiros (una mezcla un tanto extraña), en el furor que fue la Saga de Crepúsculo, esa alternativa tampoco es muy deseable (creo) para muchos. Más atrás en el tiempo, Entrevista con el vampiro (1994) con un reparto infernal (Tom Cruise, Brad Pitt, Antonio Banderas, Christina Slater y Kirsten Dunst) puso, al menos en mi memoria, lo complejo de llevar una existencia inmortal como vampiro.
Está bien, si el ángulo de los vampiros no lo convence, por ser demasiado fantástico, siempre puede acudirse a la ciencia. ¿O no? Una película que también aborda el tema de manera un poco más seria es The Man from Earth (2007). Aunque igual le advierto, es una absoluta locura. ¿Puede ser nuestro compañero de al lado alguien que tiene literalmente miles de años? Esa es la premisa del argumento, que podría resumirse en que cuenta cómo los profesores de una universidad se reúnen a despedir a un colega que se mudará a otra ciudad y, por ende, a otra casa de estudios. Toda la película se sostiene con magníficos diálogos que transcurren en la casa del agasajado, durante su despedida. ¿Puede aguantar toda una película así? Si quiere escapar un poco de los efectos especiales, las luces y los argumentos planos, ciertos y seguros, es una buena recomendación para encarar el tema de la inmortalidad.
Tiendo a pensar en que sobrevaloramos la inmortalidad. ¿Es que acaso queremos ser como la medusa Turritopsis nutricula que puede volver de su edad adulta a su estado de pólipo? La verdad es que tampoco. ¿De qué me serviría llegar a adulto para volver a ser niño? ¿Es esa la versión de la inmortalidad que ansiamos? ¿Sería una especie de The Curious Case of Benjamin Button (2008) pero en un ciclo sin fin?
Y, si de eternidad se habla, no se puede no mencionar a El eternauta (1957), la gran historieta argentina, de Héctor G. Oesterheld y Solano López, próximamente serie de Netflix. ¿Un viajero de la eternidad o un buen hombre de Vicente López? ¿Quién es Juan Salvo? ¿Alguien que escapó a los Ellos o solo un perdido en el tiempo y en el espacio? Difícil saberlo, pero seguro que tener la eternidad para buscar a las personas que más amamos y que perdimos en un escape a los invasores, de ninguna manera estaba en nuestros planes.
Los que añoran la década de los 80, por muchos motivos además de su música, sonreirán cuando traiga a su memoria Highlander (1986). La película nos da una aproximación a la inmortalidad que tampoco está exenta de trampa: eres inmortal hasta que viene otro (también inmortal) y te decapita.
¿Por qué la inmortalidad debe venir siempre con trampa? ¿Acaso no existen los inmortales felices? Algo de eso parece haber intentado exponer Guillermo Martínez en Una felicidad repulsiva (2013) al contar el perfecto devenir de la familia M, una familia de tenistas. El cuento sirve también para reflexionar sobre las cuestiones prácticas que se van produciendo al lidiar con la inmortalidad. No es un secreto que en algún momento alguien se va a dar cuenta de que eres inmortal. ¿Qué hacer? La familia M lo resuelve con mudanzas cada cierto tiempo, al igual que los Cullen en Crepúsculo.
¿Podemos lidiar con viajes cada cierto tiempo sin apegarnos a nada? ¿Estamos dispuestos a dejar todo atrás cada cierto tiempo? ¿Podríamos lidiar con nuestra perpetua existencia siendo nómades sin fin? ¿Cuál sería nuestra noción de hogar? Una forma especial de cómo lidiar con esos interrogantes se pueden encontrar en el Universo Marvel. En efecto, en Eternals (2021), Kingo, uno de los personajes, parece haber resuelto esa cuestión afincándose en la India y es él mismo quien representa todos los papeles de una dinastía familiar de actores de Bollywood. Con ese ardid, parece haber evitado las mudanzas.
Esas cuestiones prácticas de la inmortalidad las aborda con un agudo análisis el escritor francés René Barjavel en Le grand secret (1973). La pauta de la obra es genial pues todo haría suponer que encontrar el secreto de la inmortalidad es una buena noticia para la humanidad. Lamento decirle que no es así. A poco que uno lo piensa, no todo es tan lindo ni color de rosa, como diría mi mamá, que en paz descanse. El libro agrega algo más cautivante y estremecedor al establecer que la inmortalidad es contagiosa. ¿Cómo? ¿La inmortalidad es una enfermedad? ¿En serio? Las preguntas que se disparan son propias de otra época y parten de la base de que, si nadie muere, hay más gente y se necesita más espacio. ¿Qué vamos a hacer con la gente? ¿Dónde vamos a entrar? La visión apocalíptica de la novela Make Room! Make Room! (1966) de Harry Harrison, llevada al cine con la actuación de Charlton Heston en Soylent Green (1973), película de culto para todos los locos (y no tan locos) amantes de la ciencia ficción, parece esperarnos a la vuelta de la esquina. La verdad que en estos casos uno añora al bueno de Thomas Malthus, para quien las guerras y las epidemias venían a equilibrar los números y evitarnos la catástrofe de la sobrepoblación. En fin, la novela de Barjavel, un autor maravilloso, no puede dejar de leerse.
Hay que relajarse un poco, pues la inmortalidad no puede ser tan seria. Y Drew Magary en Eterna juventud (2012) se dedica a ello con gran estilo y método. A diferencia del anterior, este libro encara el tema por otra parte. Porque en un principio, lo que hace es detener el reloj del envejecimiento, pero todavía estamos sometidos a la muerte violenta y a las enfermedades mortales. Tiempo después, solo nos queda como gran contradictor la muerte violenta, con lo que asusta la posibilidad. Magary la desarrolla con gran humor (negro, ácido y pesimista, advierto), en cuatro grandes partes maravillosas que, lejos de hacernos creer que la inmortalidad resolverá todos nuestros problemas, reconoce que, en realidad, será una nueva fuente de más y diversos problemas. ¿Irónico o real? No lo sé, pero recomiendo su lectura. Incluso escribo esto y pienso si debo volver a leerlo. Sí, debo. Es más, mientras me editaron el texto, lo hice y volví a disfrutar con su lectura.
Debe haber alguna perspectiva más atractiva de la inmortalidad. ¿O no? ¿O acaso el ser humano, salvo honrosas excepciones, ha usado el arte para despreciar los intentos de alcanzar la eternidad? ¿Es posible? Mi finitud de conocimientos me decepciona para ensayar posibles respuestas.
¿Ha pensado alguna vez en lo que haría si alcanzase la inmortalidad? Literalmente tendría todo el tiempo del mundo para hacer (o no) lo que desee. Y si bien a la pregunta ¿quiere ser un gran procrastinador? la respuesta “Ya lo soy”, podría sonar un tanto risueña y pícara, no se compara con la perspectiva de la eternidad, que vendría a ser la gran liga para los procrastinadores.
Lo anterior se vincula con una perspectiva que me enteré hace tiempo sobre la inmortalidad (o sobre la vida), gracias a una entrevista que Larry King le hizo al famoso astrofísico Neil deGrasse Tyson (2). ¿Acaso la inmortalidad no sería el sueño de todo gran procrastinador? Si estamos a sus sabias palabras, no tendríamos incentivo para salir de la cama cada mañana. ¿Para qué? ¿Por qué? Si siempre hay un mañana, no tengo incentivo alguno de hacerlo. Para él, saber de nuestra finitud (sí, usted y yo vamos a morir), es lo que nos da el enfoque para vivir nuestra vida: amar, reír, obtener logros o conseguir cualquier objetivo que nos pongamos, ahora y no después. Si fuésemos inmortales, la prisa no estaría en nuestros planes.
Agustín Eugenio Acuña (34)
Mortal
agustin.eugenio.acuna@gmail.com
(1) La nota puede leerse aquí: https://www.lagaceta.com.ar/nota/908672/la-gaceta-literaria/sobre-mala-prensa-eternidad.html.
(2) El video puede verse acá: https://www.youtube.com/watch?v=ydGYwoVoGtk.