Por Delfina Krusemann.
“The Catcher in the Rye” es un extenso monólogo de Holden Caufield, un adolescente solitario y bastante depresivo. De hecho, la mayoría de las cosas diarias lo deprimen, desde ver a un anciano en bata hasta ir al cine. Se siente y se sabe diferente del resto de sus compañeros, quienes sólo están interesados en acostarse con chicas y llegar a ser exitosos hombres de negocios, sin darse cuenta de que esos supuestos deseos son imposiciones de sus padres, sus maestros, sus amigos. Cansado y hasta asqueado de todo este entorno “falso” (phony en inglés, palabra que el protagonista repetirá incansablemente, casi como un mantra), decide escapar de su colegio pupilo y vivir tres días de “libertad” en Nueva York, antes de volver a casa para Navidad e informarle a sus padres que, por tercera vez, ha sido expulsado por sus pésimas notas.
La novela se centra en el deambular de este joven confundido que, por escapar de su soledad, entablará extrañas conversaciones con niños, taxistas e incluso prostitutas y llamará por teléfono a todas las chicas que conoce, excepto a la que realmente le importa. J.D. Salinger domina a la perfección la terminología y la mentalidad propias de un adolescente nacido en la posguerra estadounidense, con toda la carga existencialista que esto implica. “Casi me alegro de que hayan inventado la bomba atómica. Si hay otra guerra, me voy a sentar encima de ella. Me ofreceré de voluntario, juro por Dios que lo haré”, asegura Holden en uno de sus excéntricos desvaríos.
Justamente, es en las extensas y casi apocalípticas divagaciones del protagonista donde la obra muestra su mayor riqueza. Los hechos son sólo el catalizador o propulsor del pensamiento errante y contradictorio de este personaje anómico; las caminatas vagabundas de Holden no hacen más que reflejar el andar errante de su mente, atrapada en un laberinto de indecisión y desesperanza. Salinger, fiel a sí mismo, da una visión realista —hasta cierto punto pesimista— de los dilemas de una generación perdida, en una novela altamente recomendable para todo aquel que se reconozca inconformista —o se desconozca complaciente—.
Delfina Krusemann
22 años
Estudiante de Comunicación Social
d.krusemann@sedcontra.com.ar