¿Un mundo feliz?

Por Delfina Krusemann.

Leer “Operación Masacre” puede despertar una paradoja: por un lado, es uno de esos libros que no se pueden soltar, que atrapan desde las primeras líneas; por el otro, su contenido puede llegar a repeler al lector. Porque los hechos que narra son atroces, estremecedores y, por sobre todas las cosas, fatídicos: se trata del fusilamiento ilícito y encubierto de un grupo de civiles inocentes durante la sublevación de los generales Tanco y Valle contra el gobierno de facto que había destituido a Perón en 1955. De no ser por la investigación de Walsh, posiblemente este suceso jamás habría sido divulgado. Esta novela de “no ficción” parece inverosímil y, sin embargo, asevera que lo relatado pasó, que puede seguir pasando y que, de hecho, seguirá pasando, si no se termina con la impunidad y los abusos de poder cometidos por aquellos que no pueden concebir que alguien sea o piense diferente.

En 1956, Walsh era un periodista de apenas treinta años que había empezado a descubrir una nueva faceta de su profesión: la peligrosa, la provocadora, la “impracticable”; la que le nutriría la vida entera hasta su desaparición durante la dictadura militar iniciada en 1976. He aquí una nueva paradoja: lo que mantuvo vivo a Walsh fue, también, la razón de que muchos lo quisieran muerto. Esto no hace más que evidenciar lo que el libro sostiene sin descanso: parece ser que la solución para la rivalidad en la Argentina reside en el rechazo de la confrontación transparente y recta en pos de un atajo turbio, nefasto y sangriento. Eliminar al opositor, silenciar al “otro”: realidades de una sociedad que nunca supo y todavía no sabe cómo convivir consigo misma, con sus diferencias internas naturales e inevitables, constitutivas de toda democracia. Realidades que este periodista no se cansará de repudiar y denunciar, porque llevan al prejuicio fácil, al sectarismo, a la intransigencia y, tal vez, a la violencia ilimitada, a la anulación de la vida y de los derechos fundamentales del ser humano: “Si hay algo que justamente he procurado suscitar en estas páginas es el horror a las revoluciones, cuyas primeras víctimas son siempre personas inocentes”.

En cada reedición, Walsh incorporó nuevos datos y cambió por completo los prólogos y epílogos y se puede observar la evolución del modo de pensar del periodista, quien en su anteúltimo epílogo confiesa: “Me pregunté si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera, si la sociedad en que uno vive necesita realmente enterarse de cosas como éstas. Aún no tengo la respuesta”. Él había esperado que la justicia castigara los responsables, pero esto nunca sucedió.

Esta obra es también la constatación de que la muerte física de un hombre no se traduce necesariamente en la muerte de sus ideas. Walsh, al denunciar lo sucedido, hizo mucho más que dejar un valioso testimonio histórico concreto porque escribió, al mismo tiempo, sobre algo mucho más universal: se podría decir que “Operación Masacre” es su ensayo sobre la intolerancia, la violencia y lo más salvaje y cruel del ser humano que se despierta en toda situación bélica o de opresión. Y si bien considera la dimensión desgarradora y lamentable, la obra representa muy especialmente su pronunciación a favor de la paz y de la libertad. Entonces, se enfrenta a la picana, a las ametralladoras y a la tortura con armas de otra naturaleza que, a la larga, resultan mucho más eficaces, porque no fundan su poder en el miedo sino en la verdad y la justicia.

Sin embargo, aventurándonos a una lectura más completa (y sabiendo del trágico final del autor), se podría decir que Walsh también habla de sí mismo: en primer lugar porque, al darles voz a los que no pudieron defenderse, se defiende él con anticipación. “Operación Masacre” cuenta la historia de unos individuos concretos,  pero de la cual cualquiera podría haber sido protagonista, porque trasciende el tiempo y los nombres individuales, porque refleja el modus operandi característico de una época. Walsh experimentó, eventualmente, lo que muchas veces denunció con valentía y repudio.  Al contar la inaceptable muerte de esos hombres, Walsh cuenta también su propia desaparición. Al combatir a toda voz contra la violación de los derechos fundamentales de las víctimas, clama también en su propia defensa.

En segundo lugar, el libro habla de Walsh porque es el resultado de un delicado balance entre la información obtenida en las investigaciones y las opiniones del autor, que con franqueza conmovedora expone sus ilusiones y miedos más personales, sin caer por ello en apelaciones al sentimentalismo barato. Encontramos así a un Rodolfo Walsh apasionado, entregado por completo a su labor periodística y comprometido con las circunstancias que le toca vivir.

Un último dato, para nada menor: “Operación Masacre” fue publicado durante el gobierno de facto de las autoridades a las que el libro señala de asesinas y encubridoras. Por eso, comprender qué era lo que movía a Walsh permite entender cómo fue que se atrevió a realizar semejante acusación: Osvaldo Bayer sostiene que “el parámetro de su vida era su conciencia.  Lo seguía a todas partes; en definitiva, su conciencia era su musa”. Esa instintiva repulsión a la mentira y a la injusticia impulsó la realización de un trabajo sincero y ambicioso, que sobrecoge por su inquietante cosmovisión: “Operación Masacre” puede interpretarse como una radiografía cruda pero auténtica de lo que el mundo es pero, también, de lo que debería ser. Como la contraposición entre el mundo real, a veces demasiado fantástico por su ferocidad, y un mundo posible cuya construcción depende de las acciones de sus propios habitantes.

Delfina Krusemann

22 años

Estudiante de Comunicación Social

d.krusemann@sedcontra.com.ar