Keanu y Floricienta: algunas reflexiones sobre la óptica del mundo actual

Por Fernando García Diez.

El 17 de Marzo del 2005 en el diario Los Andes, en la sección Estilo, apareció un reportaje al actor Keanu Reeves, protagonista de la saga “Matrix”. Entre varias preguntas, Keanu afirmó: “Yo no tengo una filosofía de vida clara. Soy más de creer que uno aprende de las experiencias de la vida. Por eso hago estos films, por la experiencia que representan, por estar con un grupo de gente bárbaro, todos encantadores.”

A primera vista, hay algo que no parece funcionar. Me refiero a las palabras de Reeves. Fíjense: le dice al periodista y, en definitiva, a todos los lectores, que no tiene una filosofía clara pero, más adelante, afirma: “Soy más de creer que uno aprende de las experiencias de la vida”. ¿No es esta una manera de enfrentar la vida? ¿No  refleja una forma de encarar las cosas de todos los días? El actor no nos dice: “Bueno, a veces pienso esto y, por momentos, comienzo a pensar lo otro y, cada tanto, me convenzo de lo contrario”. No, Keanu nos termina asegurando algo que parece tener bastante claro: “Soy más de creer que uno aprende de las experiencias de la vida”.

Pero sigamos hojeando el diario. En otra página del mismo suplemento, nos encontramos con Florencia Bertotti, actriz argentina que fue protagonista de “Floricienta”, el programa infantil de Canal 13 que superó varias veces los 20 puntos de  rating durante sus dos años de transmisión. En un determinado momento, el periodista le comenta que, así como ella en su niñez imitaba a Xuxa en las fiestas de la escuela, ahora debe haber muchas niñas emulando a Floricienta. La actriz responde: “No se me había ocurrido hacer ese paralelo. Me emociona mucho esa idea: nenas vestidas como mi personaje arriba de un escenario. ¿Sabés qué me gusta de esto? Comprobar que no planeo las cosas que me pasan. Yo voy por un camino que me gusta, tratando de divertirme, pero no proyecto ‘ir hacia’. Yo voy. Un día llego y miro para atrás y recién ahí tomo conciencia de lo que hice”.

No sé a ustedes, pero a mí me suena un poco confuso. Vamos a ver: Florencia dice no tener proyectos de “ir hacia” pero acto seguido dice: “Yo voy por un camino que me gusta, tratando de divertirme”. Más allá de que no sepa adónde va a terminar, cuando busca en su vida, el gusto y la diversión, ¿no es eso mismo una búsqueda de algo, un “ir hacia”: hacia lo que me divierte, me gusta y me da placer?

Reeves y Bertotti nos plantean entonces sus posiciones de vida como posturas sin líneas marcadas, sin caminos previstos de antemano, sin encasillamientos de ningún tipo. Totalmente libres. Pero, a la vez, como vimos, buscando un poco más, encontramos lineamientos claros y precisos. Parecería ser que esta manera de enfrentar la vida se muestra en un escenario de apertura total, de espacios infinitos,  de opciones innumerables… mientras que, detrás de bambalinas, la escenografía es sostenida con un armazón de contornos exactos y definidos.

Reeves dice no tener una filosofía, pero conduce sus decisiones según un principio que cree fundamental. Y a Bertotti no le parece que vaya “hacia algo”, pero presenta su gusto personal como rector de su conducta. Hay un engaño; quizás, un engaño placentero: el de aquel que avanza sin obstáculos ni límites, con la sensación embriagadora de libertad total.

Pero, agudizando la mirada, hallamos una estrategia oculta, una táctica tácita, quizás desconocida hasta por quienes las sostienen, que barre con la utopía de libertad absoluta. La actitud vital de Reeves y Bertotti son una buena muestra de la actitud del hombre y la mujer de hoy.

El hombre, al actuar, prioriza, valora, mide, y todo esto lo hace en  base a principios. En cambio, los animales actúan según instintos naturales a ellos. Si el hombre desiste de regir su conducta, lo regirán los principios que en él residen. Actuar es, conciente o inconscientemente, valorar, sopesar y, por lo tanto, regirse por algún principio. La idea de libertad absoluta sólo reside en la mente alucinada del hombre posmoderno.

Libertad absoluta y moral

Tal vez, la moral aparece para el mundo actual como un sinfín de reglas que amenazan con asfixiar o maniatar esa libertad absoluta idealizada. Todo lo que sea sospechoso de reducirla aparece como un enemigo peligroso: Dios, los mandamientos, “la naturaleza humana”, ofuscan la libertad. Debemos “no tener reglas”, vivir y vivir, nada más; y, en el mismo devenir vital, encontrar la felicidad. Ése es el gran dogma. Un dogma no promulgado, pero seguido ciegamente por miles de devotos convencidos de estar volando en el universo de la libertad total.

El hombre de hoy se maneja por principios, claro, pero no por los que manan de la naturaleza del hombre sino por los que provienen de la percepción sensible de su experiencia. La experiencia sensible, lo que siento hoy, ahora, es el oráculo divino, el nuevo ídolo de nuestros tiempos y fuente de moral para nuestros contemporáneos. La experiencia intelectual, profunda, esencial, es descartada como parte de las supersticiones y mitos del mundo “antiguo”.

Aparece en el hombre posmoderno la suspensión de la comprensión intelectual-profunda de la realidad y, en su reemplazo, surge una fe irracional, sin argumentos, en la experiencia individual-sensible, y una concomitante sensación fatua pero convincente de libertad absoluta.

Ante este panorama, las fuentes de la moral están lejos de ser las verdaderas. El hombre posmoderno construye los principios de su conducta sobre arena. Como esas bonitas figuras que suelen aparecer en las playas, que son belleza momentánea, efímera, pasajera. Una belleza que no tarda en mostrar su debilidad, su flaqueza y su vacío.

Fernando García Diez

Psicólogo y orientador familiar