Por Delfina Krüsemann.
«El señor de la guerra» («Lord of War», EE.UU./2005). Dirección y guión: Andrew Niccol. Con Nicolas Cage, Bridget Moynahan, Jared Leto, Shake Toukhmanian, Ethan Hawke y otros. Fotografía: Amir M. Mokri. Edición: Zach Staenberg, Música: Antonio Pinto. Presentada por Alfa Films. Hablada en inglés. Duración: 122 minutos. Calificación: sólo apta para mayores de 16 años.
La perfección no existe. Es una utopía, un ideal –por definición– inalcanzable. Entonces, ¿cómo explicar “El señor de la guerra”? Evidentemente, habrá que hacer una disección muy precisa para encontrar dónde está el gen débil en uno de los organismos cinematográficos más vivos e intensos en mucho tiempo. Procedamos, pues, al análisis dimensionado de esta película brillante.
El contenido
Yuri Orlov desembarcó en Estados Unidos como un inmigrante más. Junto con su familia, abandonó su Ucrania natal en busca del sueño americano, materializado en un modesto restaurante especializado en platos de Europa oriental. Luego de una experiencia cercana a la muerte, Yuri no aprende a valorar su vida, aunque sí vislumbra el poder de las armas de fuego, y ve el negocio perfecto para salir de su miserable situación.
Su extraordinaria capacidad para transgredir las leyes contra el tráfico de armas, sumada a la facilidad con la que separa artificial e inhumanamente vida personal de “negocios”, hace que el protagonista, en menos de lo que se descarga una ametralladora, llegue a convertirse en un “señor de la guerra”. Sin embargo, el precio que pagará será caro. Tanto más caro que los diamantes con los que lo retribuye una guerrilla africana luego de recibir sus “juguetes” para masacrar seres humanos sin piedad.
Nicolas Cage da su mejor interpretación en muchos años como Yuri, el complejo y amoral protagonista, y logra ganarse cierta simpatía del público, aunque el actor es inteligente como para no esforzarse demasiado, de modo tal que la denuncia de la historia no pierda su ímpetu. Jared Leto como Vitaly, el sufrido hermano de Yuri, y Ethan Hawke –personificando al perseverante agente de la interpol, Jack Valentine, que perseguirá incansablemente a Yuri–, se muestran cómodos en roles que ya han probado con éxito en otras oportunidades. Pero es Eammon Walter quien, en una caracterización histriónica de un dictador africano sanguinario, conmueve por su demencia perturbadoramente idéntica a quienes cumplen su papel en la realidad.
El guionista y director Andrew Niccol, con “The Truman Show” y “La Terminal” en su haber, formula aquí la más aguda de sus denuncias. Con un guión de ritmo vertiginoso, rebosante de humor negro y lucidísimas observaciones, “El Señor de la Guerra” ofrece un mundo que no es más que el infierno que la humanidad ha extraído de las profundidades de su propia naturaleza, rebasado de violencia, corrupción y muerte.
“Hay más de 550 millones de armas de fuego en circulación en todo el mundo. Eso es: un arma por cada 12 personas en el planeta. La única pregunta es: ¿Cómo armamos a las otras 11?”, se pregunta Yuri con una sonrisa demoníaca. Sin caer en golpes bajos, Niccol muestra sin tapujos la innegable realidad (de hecho, el guión está basado en hechos verídicos), secuestrada por aquellas personas maquiavélicas que sólo miden sus actos en relación al propio beneficio.
La forma
Desde la primera escena, en la que la cámara sigue el “ciclo de vida” de una bala, empezando por su elaboración en una fábrica hasta finalmente incrustarse en el cráneo de un niño, la imagen impacta por su crudeza y, al mismo tiempo, por su sofisticación. Amir Mokri hace un excelente trabajo de fotografía y sorprende con un paralelismo sagaz pero sutil entre la sobriedad de la vida familiar de Yuri en Nueva York, y el clima casi surrealista de los territorios africanos en perpetua guerra y pobreza.
También desde lo sonoro se refleja esta doble vida del personaje de Cage, con una apuesta ecléctica que va desde Eric Clapton hasta Tchaicovsky y Wagner, pasando por Louis Armstrong y David Bowie. La banda de sonido condensa, subraya y lleva hasta el extremo de la ironía cada situación, que se desdobla entre el vértigo y la ligereza con la que el protagonista encara su particular “vocación”.
El mensaje
La película explora temas tan actuales como encubiertos, preguntándose sin moralismos maniqueos por el límite de la propia responsabilidad, si es que existe, y por los efectos fatales de un mundo dominado por el dinero, el poder y, básicamente, el egoísmo. “¿Es así como querés ser recordado?”, le preguntan a Yuri. “Vos no entendés: yo no quiero ser recordado para nada”, contesta con picardía.
Es inútil: la imperfección de “El señor de la guerra” sólo podrá encontrarse, tal vez, en su aparente perfección. Será el espectador quien tenga que ver (tiene que ver) y verificar por sí mismo esta aseveración.
Yuri querrá ser olvidado. Pero las cicatrices que ocasiona su filosofía de (anti) vida, son permanentes.
Delfina Krüsemann (24)
Licenciada en Comunicación Social
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