Por Juan José Salinas.
En 1988 el Oscar a la mejor película en idioma extranjero fue concedido a “La Fiesta de Babette”. El film dinamarqués de Gabriel Axel es una joya que brilla más a medida que pasan los años. Es una pena que, hasta donde yo sé, en nuestro país no se consiga el DVD de esta fiesta: porque hay que verla en DVD.
El argumento es simple: dos hermanas mayores que viven en el norte de Dinamarca, hijas de un pastor protestante, se dedican a la ayuda cristiana en su pequeña aldea. Antes, hemos podido enterarnos que durante su juventud cada una de las hermanas pudo haber tenido otra vida: a través del amor con un militar, o a través de una carrera artística como cantante. Por razones que se exponen en pocas pinceladas han preferido permanecer junto a su padre. Pasan los años. Llega Babette de Francia, huyendo de la guerra civil de fines del siglo XIX, y empieza a trabajar para las dos hermanas. Con ocasión del centenario del nacimiento del padre de las dos hermanas, ya hace años muerto, Babette se ofrece a hacer un comida.
Todos los sentidos se pueden deleitar al ver este film: la vista, con una fotografía sobria que recoge el durísimo paisaje de Jutlandia; el oído, con la música sencilla y profunda, muchas veces litúrgica y en otra ocasión bajo el genio de Mozart, o también con el ruido de los manjares que se cocinan, el agua hirviendo, los vinos que se vierten, los cubiertos y las copas que hablan solos; el tacto, porque se palpan –en frase que tomo del guión– las regiones profundas del alma; y hasta el olor y el gusto parecen alcanzar su objeto, sobre todo en la inolvidable y larga escena final de la fiesta.
Hay una maravillosa sobriedad en el lenguaje: la narración fluye rápido, se muestra y se dice lo mínimo para entender las situaciones. No hay necesidad de abundar en explicaciones, de hablar rápido, de aturdir.
Una interpretación apurada y superficial puede conducir al lugar común de comparar la austeridad infructuosa de una vida regida por el puritanismo protestante con la alegría vivaz de la concepción católica de la existencia. Es posible. Pero estimo que no son estas cuerdas las que hace sonar la película. Hay un concierto mucho más profundo que resuena: se nos habla en silencio de la entrega.
En la película hay varias elecciones: los personajes siguen caminos y podrían haber seguido otros. Y aunque la vida sigue y los años maduran, sus elecciones parecen quedar ahí, flotando, dejando el incómodo regusto de la duda. Hay vidas que parecen herrumbarse por las elecciones hechas: ¿quedarse en una región inhóspita en el norte del mundo, y frustar un amor incoado, una carrera artística? Las miradas y los silencios disimulan la pregunta que no muere: ¿valió la pena? Un amor desconocido, y por eso aparentemente perfecto; el deleite de cantar y de encantar con el canto: todo entregado. ¿Tuvo sentido esa entrega? ¿Y la de Babette, de la que sólo al final nos enteraremos?
Con palabras que revelan el íntimo secreto de la entrega, nos dice un personaje que todo lo que hemos elegido, nos ha sido concedido y que todo lo que hemos rechazado, nos ha sido concedido. Es una defensa de la capacidad de toda mujer y todo hombre de elegir dar todo, y ser feliz, y retener, de algún modo, todo.
Con una naturalidad asombrosa, con una convicción que emociona, se nos habla de lo que hemos dejado de lado, porque toda elección implica descartar otras posibilidades. Y como para que no se nos olvide, resuena, no sólo una vez, aquello de que en el Paraíso seremos el artista que Dios hubiera querido. Que Dios hubiera querido, pero que no quiso, porque preparó otro destino para la tierra, con el que hay que aprender a ser feliz.
Vuelvo a la comida. Viejos rencores, críticas, peleas se van sedando bajo el hipnótico sabor de los manjares, no porque estos obren como un narcótico que ahoga la realidad y la oculta, sino porque… ¿Por qué? No lo sé. Pero no deja de ser sorprendente que el mayor acto de entrega, y la llave para toda comprensión y reconciliación, se haya dado, y se siga dando, durante una comida. ¿Qué misteriosa razón habrá llevado a Dios a crear la Eucaristía?
Juan José Salinas (39)
Abogado