NESCIT LABI VIRTUS

Por Gastón Vilela.

RESEÑA DE “PEPITA JIMÉNEZ”, DE JUAN VALERA

Día tras día, mes tras mes y año tras año se publican en el mundo cuantiosas novelas. Particular es que, al igual que lo que ocurre con los hombres de este mundo, puédanse encontrar algunas similares, mas nunca dos iguales; cada una, siendo lo producido por el trabajo de su autor, es el fiel pulido de aquel boceto que se engendró y vivió en su interior. En contraposición, a pesar de que existan hartas novelas, nada tiene de particular que hoy, yo, estudiante de derecho, me entusiasme al escribir unas humildes líneas reflexionando acerca de Pepita Jiménez: es ésta una obra sensacional.

Escrita por Juan Valera en el año 1874, Pepita Jiménez comienza siendo un mar en el que nadan parejas como el orgullo y la modestia; la vanidad y la humildad; la irascibilidad y la mansedumbre; la temeridad y la valentía; la desvergüenza y el respeto; para terminar siendo un mar picado en el que la virtud y la debilidad se disputan el único pedazo de balsa que, tal vez, lo salve del naufragio.

El autor abre el telón de su obra con la frase latina Nescit Labi Virtus. Estos términos equivalen a decir que la virtud desconoce de caídas. También, que la virtud es lo antagónico a la caída. Juan Valera, por medio de su escrito, nos enseña que la virtud es la antítesis de la debilidad y que juntas en una misma persona no pueden coexistir: la hay una o la otra.

Permitiéndoseme un desvío, me remonto a la antigüedad y comento que los griegos, aproximadamente a partir del siglo VI a.c., comenzaron a emplear el vocablo areté para referirse a la virtud; consideraban que un hombre con areté era aquél que tenía como propósito alcanzar un alto ideal en su vida. En el mundo latino la palabra virtus equivalía a poder o fuerza; es decir, que el hombre virtuoso era aquel que llevaba consigo la potencia imprescindible para permitirle soslayar cuantos óbices se le presentaran en su camino. En la lengua española la palabra virtud se asemeja más al significado latino que al griego. La Real Academia Española la define en algunas de sus acepciones como: fuerza, vigor o valor; acción virtuosa o recto modo de proceder; poder o potestad de obrar.

Lo cierto es que, habiendo elegido el latín para su comienzo, el artífice del escrito lega a la humanidad una obra maestra. Más puede decirse: un verdadero manual acerca de la virtud.

Valera utiliza como herramientas tanto a un narrador omnisciente como a locutores en primera persona. Mas lo interesante no son los relatores, sino los personajes y los espacios. El autor no se vale de héroes ni representa sitios extramundanos; muy por el contrario, sus actores son hombres y mujeres ordinarios que viven en tan solo dos sitios: uno que nos es descripto y el otro, que por ser simplemente mencionado parece secundario, cuando siendo primordial, nos permite entender la historia, pero más aún, la frase latina inicial.

La novela trata acerca de un joven llamado Luis que a los diez años de edad, tras morir su madre, y su padre —don Pedro— entra en un estado penumbroso, abandona su pueblo natal y se dirige al Seminario, donde lo espera su Tío —el Deán—. Durante una década, es aquel quien lo forma, le da una educación Católica y engendra en el joven el ideal de dedicar su vida al Señor. A los veinte años de edad, a fin de reencontrarse con su padre y pasar un breve tiempo con él, vuelve al lugar de su nacimiento. Es allí y en ese momento donde transcurre la historia.

El retorno al Seminario nunca acontece; el breve tiempo se prolonga hasta que la novela finaliza. En un comienzo, el joven, ansioso por volver y tomar los hábitos, se muetra reticente a su pueblo. Poco más tarde, el relato da un vuelco, lo «terrenal» empieza a seducirlo, descubre el amor de una mujer y su vida cambia de rumbo.

Fácil es imaginar que la mujer referida lleva por nombre el título de esta novela: Pepita Jiménez. Este personaje tiene, al igual que don Luis, veinte años. Sin embargo, sus pasados fueron claramente distintos.

Pepita vive una pobre y miserable infancia; pasa sus primeros años junto a su madre pero alejada de su hermano —un joven holgazán, cuyo destino termina por ser La Habana—. Viviendo su madre, ella contrae nupcias con don Gumersindo: un tío suyo, de ochenta años de edad, caracterizado por su capacidad de ahorro y su avaricia. Finalmente, su madre muere, don Gumersindo también, y ella hereda cierta fortuna. Tras esto, se producen en ella varios cambios. Pepita pasa a ser coqueta, presta interés a su vestimenta y, sin lugar a dudas, se torna atractiva. Así como muta su apariencia, muta con ello su personalidad: se transforma en orgullosa y engreída. Muestra de ello es su rechazo hacia todos los hombres que la pretenden, incluido el conde de Genazahar —personaje relevante por reñir, en el casino, con el protagonista—.

Al tiempo que don Luis vuelve a su pueblo, Pepita, ya viuda, era pretendida por don Pedro. Sin embargo, aquel hombre de cincuenta años no era una excepción a la regla. Pepita detenía sus aspiraciones y le negaba el matrimonio.

En un comienzo, acertadamente, la gente del lugar veía a Luis como un hombre dedicado a Dios. Mas, desacertadamente, había quienes se burlaban de él llamándolo teólogo, incluido su propio primo, Currito —un joven zángano con personalidad diametralmente opuesta al personaje principal—.

A medida que trascurre la historia, Pepita y Luis, casi sin quererlo, se van enamorando. Contribuyen a esto, por un lado, los halagos que pronuncia hacia uno acerca del otro, el Vicario — inculto sacerdote anciano y consejero espiritual de Pepita—. Por otro lado, Antoñona, sirvienta de Pepita, también aporta a la constitución de la pareja.

Finalmente, el relato termina con ellos casados y habiendo tenido un hijo llamado Periquito.

            Escribiendo esta historia, Valera nos demuestra la incompatibilidad entre la virtud y el vicio. El medio utilizado por él es el contraste entre dos espacios: el pueblo, reino de los vicios, y el Seminario, reino de las virtudes.

            El autor plasma en el pueblo todo el conjunto de corrupciones y de actos inmorales. Es allí adonde existe un hombre vanidoso y avaro de ochenta años que contrae matrimonio con su sobrina; es allí adonde una adolescente, sin haber pasado su segunda década de vida, acepta a su tío como marido con el propósito de solucionar problemas económicos; es allí adonde se representa a don Pedro, hombre de cincuenta años, pretendiendo a una joven de tan solo veinte años; es allí adonde una mujer a partir de heredar, muta, y pareciendo Lucifer, unicamente acepta a aquel joven que estaba decidido a consagrar su vida a Dios; es allí adonde, representado en Currito, vive el ocio; es allí adonde hay casinos y adonde se desatan combates sangrientos; y por último, es allí adonde un hombre inclinado hacia la virtud se torna vicioso.

            Valera representa en el Seminario el mundo virtuoso. Es en ese lugar donde se forma el hombre recto, sencillo, intachable, capaz de contemplar y llevar una vida de sacrificios.

Menester es destacar que, además, el autor logra su cometido de contrastar los mundos mediante el traslado de dos personajes de un espacio a otro. El primero se percibe mediante un somero análisis; Valera utiliza a don Luis con el objeto de demostrar que, en cuestión de pocos meses, la virtud cede ante las debilidades. El segundo es más interesante y solamente se capta analizando la obra con cautela. El autor inserta al Vicario en el pueblo; es decir, que inserta una pizca de «Seminario» en ese lugar. Aquel hombre, formado en la virtud, pero ya habiendo vivido en el pueblo y habiéndose corrompido, no es más que un colaborador en el enamoramiento de los jóvenes y una contribución a la transformación del protagonista.

Por último, me gustaría compartir un pasaje de la obra que es prueba de todo lo comentado anteriormente. Éste contiene el consuelo del Vicario hacia Pepita tras ella darse cuenta del pecado cometido al besar por primera vez a don Luis. Es así como él le dice:
– ¡Muchacha -exclamó-, no seas extremosa! ¡No me partas el corazón! Tranquilízate. Don Luis se ha arrepentido, Dios os perdonará y os hará unos santos. Cuando don Luis se va pasado mañana, clara señal es de que la virtud ha triunfado en él, huye de ti, como debe, para hacer penitencia de su pecado, cumplir su promesa y acudir a su vocación (Valera, J., «Pepita Jiménez«, LOSADA OCEANO, España, 1999, p.109, énfasis agregado).

Lo verdadero es que el Vicario desacierta; ese pasado mañana nunca llega; la virtud quebranta ante la debilidad. Como dice Valera: Nescit Labi Virtus.

Gastón Vilela (21 años)
Estudiante de Derecho
gastonvilela@gmail.com